viernes, 10 de septiembre de 2021

UNA MISMA SANGRE. Por Haroldo Conti

 


Texto inédito sobre la masacre de Trelew


Yo estaba en Chubut cuando recibí la noticia. Venía de Trevelin en dirección a Esquel cuando alguien metió la radio de la camioneta y pasaron la noticia. Callamos todos, por más que el grupo estaba formado por gente que tenía poco o nada que ver con el proceso que se jugaba en ese momento en el país. Técnicos del proyecto Futaleifú o personal de un equipo cinematográfico. Pero de cualquier forma sentimos aquella gran nube negra que cubría el espacio de la patria y creo que todos pensamos que hasta ese momento habíamos estado compartiendo el mismo aire con las víctimas y los asesinos y que en cierta forma nos encontrábamos en camino a Trelew, sobre la misma pelada tierra y en la misma dirección.

Ahora, a dos años de aquel suceso que se agiganta en la historia porque no hay pacto, ni paritaria, ni descarnado general que pueda secar aquella sangre, en una mañana igual, tan igual que ayer acaban de caer 19 compañeros y hoy seguimos golpeando esta misma máquina que ha escrito tantas veces la palabra Trelew, quiero sumar mi nombre al homenaje y la recordación de compañeros y compañeras pero siento el mismo vacío que entonces y no encuentro palabra, ni gesto, ni idea siquiera, pobrecito escritor, que iguale más o menos cuanto se ha dicho, cuanto se dirá en estos días por aquellos que saben repasar su bronca y expresarla con precisión, tal vez con belleza. No soy poeta para armar un poema y escribir un cuentito me parece sencillamente ridículo, mis recuerdos son los de todos y mis sentimientos posiblemente los mismos. Levanto los ojos y por encima de mi máquina descubro el enorme poster con la figura del Che que preside mi casa, San Ernesto de la Higuera. Entonces le pregunto, te pregunto: ¿Comandante, qué digo? Que escribo que tenga la altura y el brillo de aquella sangre o, aunque algo menos –vaya pretensión la mía-, la dignidad de esa herida, porque, como te canta tan muy dulce y dolido Pablito Milanés, “qué tengo yo que hablarte, comandante, si el poeta eres tú”. Y tu, efectivamente, comandante, a través de tus ojos de tranquilo y seguro fuego, a través de tu barba empapada en sangre, “ardiente vendaval y lenta rosa”, vivo en tu muerte, vivo en el azúcar, en la sal, en los cafetos y también en la luminosa sangre que desde Trelew junto a la tuya alumbra la noche americana, me responde, “firme la voz que ordena sin mandar, que manda compañera, ordena amiga, tierna y dura de jefe, camarada”: “Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, consciente de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, consciente de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte”. ¿Qué digo, qué hago, qué pongo yo de ese hombre nuevo?. Frente a esta sangre del tamaño de tu sangre es todo lo que se me ocurre decir, Che comandante, amigo. Muchos han respondido ya y responderán todavía con idéntica sangre. ¿Cuál es mi respuesta?



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