Tenías instrumentos de hacer música
por todas paredes, y en el alma.
Tenías un sombrero a lo cualquiera,
un modo de volver de madrugada.
Y una voz, sobre todo. La más fea
voz de este mundo, pero igual cantabas
(algo entre Chaliapín y verdulero).
Costantini te hacía la guitarra.
Una vez, festejamos una fecha.
Otra vez te morías a mansalva.
Pero antes quién nos quita el vino, el truco,
los actemines de abolir el alba,
las cantinas, tu voz por las cantinas,
sobre todo tu voz de estopa, rara,
que no es bueno escuchar, que es como un aire,
que me ronda la oreja como un ala.
Más vale celebrarte el bigotazo
y ese aire de familia, aquella magia
que iba de tu nariz a tu zapato,
desde tu tropezón hasta tu cara,
tu parecido a dos, ricos en tumbo
y en bigotes, vecinos tarambanas,
de la risa y la muerte, tus bigotes
donde Chaplin y Poe tropezaban.
Ni acordarse, más vale, que sabías
inventariar emilios que no estaban,
que se iban de octubre, como hoja
eduardos calle abajo como el agua.
Más vale ni pensar qué opacas voces
te rondaban la oreja, afantasmaban
tu noche con peceras y jaulitas.
Mejor rememorarte la corbata,
las cosas de vivir, de estar parado,
de echar alpiste o de cambiar el agua.
Más vale festejarte el bigotazo
haciendo fintas por la madrugada.