Desde el principio al psicoanálisis le negaron su calidad de ciencia. Freud explicó esta reacción como la resistencia de un mundo tocado en lo reprimido de sí mismo y cuestionado en sus “más altos ideales”. Pero no se percató de que también eran, en última instancia, factores socioeconómicos los determinantes de esta reacción.
Durante mucho tiempo nosotros, los psicoanalistas, tampoco lo supimos. A menudo y erróneamente buscamos en las ciencias exactas –único modelo de ciencia aceptado al nacer el siglo-, un apoyo que nos defendiese de los ataques de afuera y de nuestra propia inseguridad frente a la nueva fascinante, desconcertante práctica a que nos dedicábamos. Y cuando nos percatábamos de la imposibilidad de incluir al psicoanálisis en el único modelo prestigioso disponible sin incurrir en sobresimplificaciones o sin llevar al absurdo los descubrimientos de Freud, nos retirábamos del campo de lucha, orgullosos pero dolidos, a nuestros consultorios y a nuestras sociedades psicoanalíticas. Esquivando el contacto con el afuera nos entendíamos entre nosotros. Hablábamos un idioma cada vez más esotérico mientras nuestras asociaciones se transformaban en sociedades secretas. Y esta deficiente ubicación teórica fue una causa adicional de la reclusión del psicoanalista dentro del consultorio privado. Carecíamos de armas para la discusión en el hospital y en la universidad. No hacían falta para actuar con el paciente “de diván” pues ahí no se discute, se interpreta.
La situación cambió. El psicoanálisis, paulatinamente, fue aceptado. Incluso fue absorbido por el sistema y llegó a convertirse en su aliado. Entramos en las universidades. El enfrentamiento fue inevitable. El ataque provino tanto desde la psicología oficial, apoyada ahora por estadísticas y por reflejos condicionados, como desde el lado marxista. Nuevamente nos cuestionaron la falta de cientificidad. No quiero detenerme en los detalles de la lucha entre marxistas y psicoanalistas, larga y penosa secuencia de malentendidos. Desde el lado marxista se confundió lo inevitablemente ideologizado del psicoanálisis, marcado como estaba por su historia y por su procedencia, con la parte indudablemente científica del mismo, con la ciencia del inconciente, objeto de su investigación. Entre tanto el psicoanálisis “oficial” convertido en pilar del sistema se proclamó, a menudo, incompatible con el marxismo.
Esta situación resultó muy dolorosa para muchos de nosotros y, por ella, permanecimos durante largos años segregados de la izquierda. Aún hoy los partidos marxistas de diferentes países capitalistas (la Argentina constituye una excepción) y de los países socialistas ven al psicoanálisis con desconfianza. Desconfianza que se justifica cuando se toma en cuenta la posición política de las asociaciones psicoanalíticas oficiales. Pero los cambios se van produciendo.
Voy a limitarme aquí a tres críticas y reproches hacia el psicoanálisis:
1)-El psicoanálisis como práctica burguesa decadente e idealista. El diván fue convertido en símbolo de su falta de seriedad. Ahora bien, ¿por qué el análisis efectivamente se desarrolló así? Surgió de la práctica privada de Sigmund Freud. El no disponía de un laboratorio para experimentar como Bassin lo exigía. Freud, burgués, analizaba en la intimidad el mundo enfermo de otros burgueses; además tuvo que cobrar honorarios para mantener a su familia. Todo esto es cierto. Castel, en su libro “El psicoanalismo”, critica al psicoanálisis por excluir del diálogo el mundo externo y la lucha de clases, ya que tanto analista como analizando pertenecen a la misma clase. Con lo dicho intento dar una explicación histórica, no pretendo sustentar de esta manera el valor científico del análisis.
2)-El reproche principal de esta larga discusión era que Freud fuese biologista. Es cierto que Freud estaba interesado en lo biológico, era médico; además lo biológico importaba. Pero aunque Freud nos hable de los instintos, no fue biologista. Explica, por ejemplo, psicosocialmente como un instinto se adapta, se socializa en la sublimación. Además, si Freud hubiese sido realmente biologista, no habría pretendido modificar al ser humano, a sus pacientes, a través de la palabra.
3)- Se reprocha a Freud que biologiza, que psicologiza lo social. Es cierto que esto ocurre a menudo en sus escritos sociológicos. Pero tenemos que diferenciar entre el Freud científico, descubridor del inconciente, y el Freud ciudadano que opina y se equivoca, encerrado en su clase y su época. A Marx le pasó también algo parecido influido por su época: opinó sobre México y su independencia, sobre las intervenciones y agresiones norteamericanas, como ciudadano burgués atraído por el desarrollo estadounidense, no como “marxista” científico. Finalmente, con Hitler en el poder, los libros de Marx y de Freud compartieron un destino común: fueron quemados en la misma pira.
A principios del siglo veinte, los intelectuales de izquierda creíamos que antes del año 2000 se habría terminado con lo irracional, con la religión, con el nacionalismo. Además, sin darnos cuenta, teníamos una noción bastante mecanicista: pensábamos, y también se pensó con Stalin en la Unión Soviética, que bastaba la socialización de los medios de producción para terminar con lo irracional. Sin embargo, con el tiempo, la religión y el nacionalismo llegaron a ser más importante que nunca y, lamentablemente, no desapareció la neurosis, aunque, por suerte, tampoco la mística revolucionaria.