jueves, 20 de enero de 2022

POEMAS DE GABRIELA PESCLEVI

 



Salmo 25

 

Cuentan que en la antigüedad

con la lavanda

se hacían emplastos

para curar las heridas de picaduras de serpiente;

en estos días

usamos su esencia

y de sus racimos brota un madrigal,

es decir,

una especie de arborescencia

que irradia edenes violáceos en la constricción,

que calma en el desconsuelo,

que ahuyenta cualquier rastro de perfidia;

las guardamos entre las bombachas

bálsamo y fulgor.  

 




Salmo 14.

 

En el jardín de Nélida

la corona de Cristo

tenía una dimensión

de un orden fenomenal.


Tan linda y pegota.


Con el jugo lechoso de su vástago

se transformaba

sin pompa

en una joya de solapa.



 

Salmo 11.

 

Hace un momento sonó un crack en un jardín contiguo.

Este asunto de los arreglos florales

compuestos

estrictamente

con flores de baldío

ha quedado atrás.


Arranqué en la víspera

la flor del día:

una pálida azucena.

Única, en medio del jardín y ahora en el florero.

 

Fue un momento imprevisto,

la tarde declinaba, se iba yendo, yéndose nomás

sin avisar nada

con su falta de estridencia o repentinamente su inversa,

una estridencia inmoral, una fiebre,

el mero alumbramiento que da la quebrazón,

el final del día.

 

No hablo de cogollos,

hablo de arreglos y estados,

del estar siendo en una luz

que se apaga.


Mientras, relumbra solo un nombre,

probablemente árabe:

Azucena.


Azucena, la mujer de la plaza.

La dadora.

La enormísima madre

que cayó a las aguas de un río mar aquí cerca,

y cuando aquí cerca algo se quiebra o cae

suena como el sonido de una hoja en otoño,

hablo de ella, y de una distancia

a menos de treinta kilómetros en una tarde finita.

 

Azucena, Leonie, Alice

en un solo tallo,

pétalos ahora,

centellean en la memoria,

y el verano

se abre en son

de lo inexpugnable.

 

 




Presentación

Una forma distinta, propia, de mirar la realidad y contarla. Sumate a este proyecto de periodismo gráfico y audiovisual, para defender c...