¿Qué te llevó a dar el salto de la poesía a la novela?
Ingreso a la literatura primero como joven lector, luego continúo como editor de poesía en la colección Los Detectives Salvajes. Allí publicamos a mi padre Carlos Aiub, a otros poetas silenciados y silenciadas por la dictadura y finalmente a poetas de nuestra generación, nacidos en los 70. En ese vínculo estrecho con los versos nace la posibilidad de publicar Subcutáneo que funcionó como diálogo generacional poético, como expresión urgente y sin la pausa que -entendí mucho después- requiere la narrativa. No fue un salto, fue mas bien una lenta metamorfosis: las mismas obsesiones que reflejaba mi poesía, se transformaron. Los mundos que perdimos nació sin saberse novela, fue cuentos, fue versos, fue posteos, fue un cúmulo de textos dispersos que, de repente y como por una reacción química violenta, entendí que estaban conectados y que solo funcionarían juntos.
¿Qué podrías contar de Manuel y Victoria sin traicionar la curiosidad del lector que quiere ir descubriéndolos por su cuenta?
Ambos personajes están atravesados por hechos irreversibles del pasado, ambos intentan encontrar alivio en búsquedas o experimentos desesperados. Juan Fernandez Marauda hizo una lectura muy interesante de mi novela: según él, conviven en Los mundos que perdimos las dos formas del género policial. Manuel refleja el policial clásico: método lógico, seguimiento de pistas y resolución del enigma. Victoria, por el contrario, representa el policial negro: acción, violencia, búsquedas fragmentadas y consecuencias sobre su cuerpo. Ambos personajes nos remiten a preguntas literarias irresueltas: ¿que hacer con el género policial en Argentina después de la dictadura?, ¿cómo resolver un crimen cuando no se trata de uno, sino de un genocidio?, ¿qué pistas pueden darle los cuerpos al detective cuando la mayoría de éstos continúan sin aparecer?
La novela contribuye a repensar lo ocurrido durante la última dictadura ¿creés que la ficción puede llegar a honduras que están vedadas al relato periodístico o el ensayo?
El relato periodístico y el ensayo son formas de continuidad del testimonio; tienen la potencia de lo nombrado pero también el riesgo de agotarse. La ficción, en cambio, se construye sobre el complejo balance entre lo dicho y lo no dicho que permite infinitas variaciones. Tanto en el testimonio como en la ficción, el desafío pasa ya no por dar a conocer sino por encontrar nuevas formas de hablar de aquello que todavía interpela y, en términos de contribución a la continuidad de la memoria, como esos mecanismos pueden acceder y conmover a las nuevas generaciones.
El libro evidencia que las secuelas de la dictadura están marcadas profundamente en el imaginario social, consciente o inconscientemente. ¿Creés que la búsqueda de seres como Manuel tiene ahora acompañamiento social o percibís que la mayoría prefiere olvidar su comportamiento durante esos años?
El personaje de Manuel está atravesado por dos grandes búsquedas alrededor de las consecuencias de la última dictadura. La referida a su identidad goza hoy de un consenso social profundo construido sobre la descomunal lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo. En el otro extremo, la complicidad civil es sin dudas la arista de la oscuridad con menos avances en términos de juicio y castigo. La participación civil en diferentes grados obliga a revisar demasiados grises fuera de la caracterización binaria y absoluta entre víctimas y victimarios y ese es un desafío que pareciera más cómodo de postergar, después de todo, la generación cómplice pronto terminará por extinguirse junto a sus responsabilidades dando por cerrado el gran pacto de silencio.
El personaje de la novela tiene muchos parecidos con vos, desde el año de su nacimiento a su afición por la química. No se trata de salir a la caza de coincidencias biográficas, pero ¿en qué medida la escritura del libro sirvió para ahondar más en vos mismo?
El día que presenté la novela advertí que quienes buscaran un libro autobiográfico, hicieran el favor de no comprarlo. Más allá del juego, mi historia personal está por supuesto presente, pero disgregada, desordenada y complementada con historias ajenas. Quizá lo más confuso para el lector que intente buscar no-ficcción o coincidencias con mis capas geológicas, será que los elementos de mi pasado están repartidos entre los dos personajes principales y le resultará imposible volver a ensamblarlos. Los diez años que se llevó la elaboración de esta novela los usé para despegarla de mi experiencia y no creo haberlo logrado por completo. Escribir desde la experiencia pero fuera de sus límites, encontrar en la ficción distancia y quizá, en futuros trabajos, alejarla todavía más de mi cuerpo. Me gusta una definición de Carlos Gamerro: “la literatura puede ser autobiográfica en negativo: la historia no de lo que nos pasó sino de lo que nos pudo haber pasado”.
¿Pensás que la ficción argentina ha abordado lo ocurrido bajo la dictadura con la profundidad y honestidad necesarias?
Absolutamente si y reformularía la respuesta en presente: la literatura argentina continúa abordándolo con la profundidad y honestidad necesarias. Siempre es riesgoso clasificar, pero aún así lo intentaré, veo tres grandes bloques en la literatura argentina sobre la dictadura. En primer término, lo producido durante la dictadura donde la denuncia, por necesidad de supervivencia de los autores, era protegida detrás de complejas metáforas. Luego, con el advenimiento de la democracia, le siguió la literatura de sobrevivientes y testigos, de formas explícitas, de sacar a la luz el genocidio, de ponerle palabras a lo silenciado durante años. Por último la producción de la generación siguiente, la que no tiene recuerdos propios o tiene apenas recuerdos de infancia, la de los HIJOS e HIJAS, sin ser necesariamente víctimas directas. Y allí, también arbitrariamente, dos sub-categorías: por un lado la producciones que toman como forma narrativa la voz de los niños y niñas y por otro, aquellas que trabajan con las consecuencias que atraviesan a los personajes de esta generación en su forma adulta. En esta última es donde incluiría a Los mundos que perdimos llegando quizá un poco tarde y acompañada de una pregunta: ¿tengo algo novedoso para aportar a ese corpus?. En todos los grupos hay volumen y diversidad de producción muy interesantes, la conmoción producida por el genocidio continúa funcionando como un gran motor creativo que parece nunca extinguirse. Vendrán luego las producciones con distancia mayor a los hechos, las de la generación siguiente y, sin dudas, lo sacudirán todo nuevamente.
¿Cuáles fueron las mayores dificultades –formales y de contenido- que te planteó la escritura del libro?
Sin lugar a dudas la mayor dificultad fue tomar la voz de Victoria en primera persona. Busqué antecedentes y no encontré en la literatura argentina muchos autores varones tomando como propia una voz femenina. La elección del recurso tuvo que ver con la necesidad de correrme de lo autobiográfico, dar forma a esta otra nueva voz se convirtió en un desafío demasiado grande y estaba, además, acompañado por el riesgo de sonar inverosímil. Dejo a juicio de los lectores esta última valoración.
Más allá del regusto melancólico que deja el título del libro, la lectura no lleva al desencanto, sino al desafío de construir otro mundo desde la identidad recuperada.
Los mundos que perdimos tiene, a mi entender, dos interpretaciones. Por un lado puede ser la referencia a mundos que alguna vez tuvimos e inexplicablemente perdimos. O bien aquella que me interesa: los mundos potenciales que pudimos haber tenido y nunca ocurrieron, los que nos fueron negados. El ejercicio constante de imaginar estas posibilidades es extenuante y encuentro en la ecritura alguna forma de descanso y alivio.