Una posibilidad etimológica de la palabra “verdad” (en griego: aletheia) remite a litho, olvido. Así, la “verdad” sería a-litho, negación del olvido. O, dicho de otro modo, un esfuerzo por recordar (palabra ésta, vale la pena advertir, que viene del latín cordis: corazón). Según esta interpretación el Leteo, el mitológico río del olvido, no estaría después de la muerte sino antes de la vida. Cada mil años, como se narra en la Eneida, un dios convoca a las almas a orillas del Leteo a fin de que vuelvan a la tierra y habiten otra vez en un cuerpo. En cuanto atraviesan el río olvidan completamente su pasado, pero se enciende en ellos una infinita nostalgia de cuando eran sólo esencia. Y ese deseo las hace cruzar en sueños nuevamente el río del olvido en busca de su verdadera condición. Ser, entonces, es rescatar los resabios de absoluto que subyacen en nuestra conciencia: en términos freudeanos traer a la conciencia las pulsiones y conflictos reprimidos en el inconsciente o, en la variable de Jung los arquetipos de un inconsciente universal.
Ese rescate, esa travesía retrospectiva del Leteo, es la tarea de la poesía. Por algo los griegos llamaron a las Musas “hijas de la memoria”. No sólo en cuanto memoria “épica” sino como memoria “metafísica”. Desde este punto de vista las Musas son las mediadoras entre lo absoluto y lo relativo, entre lo finito y lo infinito, entre lo divino y lo humano. Ello así porque el mediador debe participar de ambas naturalezas: debe ser a la vez absoluto y relativo, mortal e inmortal. Y las Musas revisten esa condición: son absoluto, eternidad, en cuanto Verbo, y fenómeno, contingencia, en tanto palabra.
Su función consiste en hacer realidad el milagro de que da cuenta Coleridige : “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que estuvo allí, y al despertar encontrara la flor en su mano, ¿entonces qué?” Esta flor -la verdad esta hecha, como la cierva del poema de Borges, de “un poco de memoria / y de un poco dedo olvido”. Es flor de un solo lado, como la cinta de Moebius. Aquello que tan bien ha expresa Kostas Axelós: “Una pareja de centauros se maravilla mirando a su hijo que salta aquí y allá en una costa del Egeo. De pronto el padre se vuelve hacia la madre y le dice: ¿No habría que decirle que es sólo un mito?”