VENTANA
Mirar el infinito...
Lo
hacía desde el cuarto banco,
a
la izquierda,
en
el aula de quinto año,
primer
piso
La
vista
era
el cerro San Bernardo
que
no era infinito
Para
mí lo eran
la
angustia
adolescente,
el
sin sentido
y
la borrachera
entre
guitarras
"¿Qué
se amontona en la noche…?",
cantábamos
La
justicia,
el
mal en el mundo,
y
no poder
cerrar
la ventana
de ninguna manera.
NIVEL
A
nivel
del mar
sobre su nivel,
bucear
Con
algas,
caballitos de mar,
tiburones
y delfines
La orilla
no existe.
No hay tabla
Las ballenas cantan
Mi piel se
arruga
y recuerdo que Ángela
me bañaba en aquel fuentón
y
con su plancha a carbón
entibiaba unas ropitas de dormir...
Nunca
supe nadar.
FLECHA
Al
igual que una flecha,
hiere,
sana
y lastima
una
melodía.
Me
pienso cuando niña
con
un arco
y
una flecha diminutos
apuntando
a
los cowboys enemigos
Sigo
igual
No
tengo muchas flechas
No
puedo dejarlas,
enemigos
abundan.
Y
yo sigo cayendo
herida
sin
importar el idioma.
RELOJES
Un reloj
en mi
mesa de luz
Otros
en la cocina,
y en el comedor
Finalmente, uno más en mi
estudio,
para saber el tiempo
que no dormí
cuando
despierto
Tiempo
en
el que hierve
la pava o el agua
Si demoro en masticar
o me
ahogo
Si las canciones
son eternas
o tres suspiros
Si
por casualidad
se detiene alguno
y llama mi atención.
Sara Mamani nació en la ciudad de Salta. Estudió canto y teoría de la música con Gustavo "Cuchi" Leguizamón, de quien fue muy amiga. Es profesora de filosofía y miembro del Servicio Paz y Justicia que preside el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Este año se estrenó un documental sobre su vida, “Sara Mamani, el nombre resiste”, dirigido por Susana Moreira.