miércoles, 14 de septiembre de 2022

SOBRE LOS JÓVENES por MIGUEL DE UNAMUNO

 




Sí, contra los jóvenes, por lo menos contra los que así se llaman, porque no es joven el que quiere, sino el que puede serlo; el joven, como el poeta, no se hace, nace; y quien nace joven, joven sigue y muere joven.

Sí, contra esos jóvenes que han dado en decir que los viejos les estorban el paso, porque quien sea incapaz de quitar de en medio al viejo que le estorbe, de quitárselo de un reverendo empellón dado con muchísimo respeto, quien sea incapaz de hacer esto, no es joven. Lo que hay es que los viejos de la última emisión protestan contra los de la más antigua todavía en curso, y piden se les retire.

Parece ser que Fernández Bremón ha dicho que cuando los jóvenes le “demuestren” que valen más que él se retirará, dejando el paso franco a los que llegan. Y uno me escribía a tal propósito: “Si los jóvenes esperan a que los viejos les abran paso, pueden esperar sentados. Creo que los jóvenes deben osar a todo”, etcétera. Yo no creo, como mi amigo, que deban osar, sino que creo que cuando son de veras jóvenes, osan, porque no pueden menos, porque la juventud es osadía, y no esperan a que se les ceda el paso, sino que se lo abren, echando al arroyo al que se les ponga por delante.

Que esos que así se quejan no son jóvenes, lo demuestran con sus quejas mismas. ¿Se preocupó alguna vez Ganivet, un joven, un verdadero joven, de los viejos? ¿Se cuidó de lo que hacían y decían y pensaban? El muchacho que se preocupa de lo que de él piensen los consagrados, no es joven aunque lo parezca. Pero ¿qué queréis de una juventud literaria, pongo por caso, que así que produce una obra está impaciente hasta saber lo que de ella piense el viejo crítico A o B?

Lo que hay es que cuando vuestra labor no es juvenil de veras, no es fresca y potente y original y sincera, sólo llega a cobrar mérito por la persistencia, por el volumen, y no llegaréis a valer sino con el tiempo en fuerza de trabajar. Al cabo de los años de estar escribiendo cosas razonables o instructivas, o hasta cierto punto amenas, os habréis hecho un cartel, seréis respetables o beneméritos, mereceréis el título de ilustrados o publicistas.

Y sólo entonces, cuando seáis viejos, serés lo que debéis ser.

Todos esos que se quejan de que los viejos les estorban el paso serán lo que de viejos en edad –porque en espíritu lo son ya- más han de quejarse de que los jóvenes de entonces les falten el respeto, llenos de petulancia.

¡Jóvenes y viejos! Los jóvenes llegarán a viejos si viven; los viejos fueron jóvenes; jóvenes y viejos en el tiempo, no en la eternidad. ¿Por qué trabajáis para el tiempo?, ¿por qué no tenéis fe?, ¿por qué buscáis el éxito inmediato?. He hecho un libro, he puesto en él años de mi vida, la flor de mi juventud, el caudal de mi experiencia, lo mejor de mi alma…¿Es el libro joven? ¿Sí?, pues vivirá y será joven siempre. ¿Es joven el libro? –repito-, ¿sí? Pues él se hará camino, después de la necesaria gestación en el espíritu colectivo. Porque una obra joven y viva cae al salir a la luz como en una matriz y necesita crecer allí, antes de nacer de veras. Raras son las obras que, como Minerva, nacen al brotar del autor que las concibiera. ¿Es tu libro joven? Pues déjale, que él se hará su camino.

No olvidéis la frase de Gounod: la posteridad es una superposición de minorías.

¿Qué los viejos os estorban? ¿Es que los viejos monopolizan al público? ¡No, no lo creáis!

Tendrán los viejos, si es caso, un público más cuajado, más congelado, por decirlo así, más organizado, pero…¿más público, más público que un joven que de veras lo sea? Acaso un público más numeroso, pero ¿más entusiasta, más decidido, más suyo? ¡No, no lo tiene!

Suele suceder que si el viejo tiene mil lectores, pongo por caso –hablo de literatos-, de esos mil sólo cien le leen con algún cariño y forman los mil un público cuajado, en que tiene cada individuo conciencia de que forma parte de una tropa de mil lectores del mismo autor, mientras que el joven –hablo del verdadero joven-, si tiene doscientos lectores, los más le son entusiastas, y son doscientos lectores sueltos, en estado líquido y no de congelación en cuanto público, ignorantes muchos de ellos de que haya otros que compartan su entusiasmo. ¿Quejarse de los viejos? ¡Pero si la queja es la mayor muestra de vejez! ¿Qué no te hacen caso? ¿Qué evitan mencionarte? ¡Bah! Cuanto más eviten tu nombre, más les preocupa tu espíritu, si es que eres de veras joven. Déjales que animen paternalmente a los buenos chicos, obedientes, correctos, compuestitos y moderados…tú les inquietas, si es que eres joven, te repito. Y si no, mira: no te menciona, pero se aprovechan de lo tuyo e influyes sobre ellos. Pero no te metas a atacarles…¿para qué?. Pasarán ellos, pasarás tú, y de ese ataque, ¿qué quedará? ¿Qué les importará a los nietos de tus nietos de las querellas que sostuvieron sus abuelos de una generación con los de la otra?

Sólo es joven el arrogante que ahoga la codicia bajo la ambición y sueña con el público universal y secular, no en el compatriota y coetáneo; lo propio del viejo es la codicia, la ambición lo propio del joven. Y a esos jóvenes que se quejan de que los viejos les cierran el paso, corróeles sobra de codicia casada a falta de ambición. No son los viejos quienes nos cierran el paso a la gloria; es nuestra vejez, vejez nativa.


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