martes, 17 de enero de 2023

MARILYN MONROE por PATRICIA ESTEBAN ERLES

 



Capote habló de Marilyn en uno de sus cuentos. Habló con ella, mejor dicho, y paseó a su lado, admirando su piel de vainilla y el disfraz estrambótico que eligió para asistir al entierro de su mentora, Miss Collier, una actriz inglesa de teatro retirada que creyó en el talento de la Monroe y apreció el brillo sutil de su inteligencia natural, la Ofelia que hubiera podido ser. Capote se regala y regala a Marilyn en ese relato una mañana de abril, soleada y extraña. Se permite mirarla, admirarla, enamorado como todo el mundo de una Marilyn vestido de negro y sin maquillar, reluciente, que le pide que la lleve a beber champán y le pregunta qué recordará de ella cuando haya muerto.

Sobrecoge ese cuento. La voz tierna y maliciosa del amigo que acompaña a Marilyn y se mofa de su traje de abadesa y la raíz oscura de su pelo. Hay un homenaje triste en cada una de las premoniciones que encontramos aquí y allá. La muerte de Miss Collier la deja huérfana de apoyos serios en la jungla del asfalto, ya nadie creerá del mismo modo en su fuerza interior, secuestrada por el apabullante físico de rubia platino.

Marilyn habla y Capote escucha. Quiere que uno de sus hijos esparza sus cenizas en Nueva York cuando muera. Odia Los Angeles, y el lector recuerda, oh, que no habrá niños, que no se cumplirá su deseo y que ese cuerpo glorioso irá parar a la tierra y se pudrirá en una tumba, justo en la ciudad que detestaba. Capote la ve detenerse ante una tienda de antigüedades y reparar en un anillo de granate, rodeado de perlas deterioradas. Bebe con ella una botella de champán con hielo y le intenta sonsacar el nombre del escritor del que está enamorada. Recuerdan a Errol Flynn, tocando el piano con su prodigioso miembro. Marilyn entra en el baño y tarda tanto que él piensa, otro aciago vaticinio, que se ha cortado las venas. Va a buscarla y la ve mirando en el espejo a Marilyn con sus labios de rubí, al otro lado. Y salen camino del muelle, porque a la pequeña huerfanita le gusta cómo huele el mar y ha robado pasteles de la suerte verde para alimentar a las gaviotas. Y en realidad sabemos entonces que este cuento es una pirueta, un viaje a los infiernos del escritor que ya no tiene una amiga con la que perderse en Nueva York. Que llora e imagina lo que hubiera podido ser regalarle a Marilyn otra vida, una distinta, menos podrida. Por eso se inventa a su fantasma inolvidable y lo saca a que le dé el sol de Manhattan. Y promete recordarla siempre así, como a una hermosa criatura.


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