La ginebra
—¿Qué haces ahí? —preguntó al bebedor
que estaba sentado en silencio ante un sinnúmero de
botellas vacías y otras tantas
botellas llenas.
—¡Bebo! —respondió el bebedor con tono
lúgubre.
—¿Por qué bebes? —volvió a preguntar
el principito.
—Para olvidar.
—¿Para olvidar qué? —inquirió el
principito ya compadecido.
—Para olvidar que siento vergüenza
—confesó el bebedor bajando la cabeza.
—¿Vergüenza de qué? —se informó el
principito deseoso de ayudarle.
—¡Vergüenza de beber! —concluyó el
bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el silencio.
Antoine
de Saint-Exupéry
La mañana está helada,
el ángel se levanta de la
banca
y prende un cigarrillo.
Últimamente
no ha dormido muy bien,
le urge más un empleo
que enfrentar el abismo que
lo ahoga
cuando comienza el día.
Anoche se golpeó contra la
banca,
su pómulo está hinchado,
otra vez el alcohol,
simplemente no puede contra
el hábito
de remojar el alma
en la clara ginebra de los
días.
Le preocupa la sarna de las
alas.
¿Qué remedio?
Tanto dormir expuesto
al polvo del otoño.
Hoy irá a preguntar si
todavía
requieren jornaleros,
acaso sea posible
que su destino cambie.
Mientras tanto
bebe de la ginebra
los últimos latidos,
se siente como un náufrago
sediento
varado en la ciudad,
ya no recuerda
cuándo le germinó la mala
hierba
en la planta del pie
en los alveolos
en el negro plumaje de las
alas.
El regreso
A
esta ciudad se vuelve
con
cenizas de ángel en la planta del pie
y
una magnolia oculta en el abrigo
para sacar después de la tormenta.
Sigue corriendo
Sube
por la avenida,
a
paso rápido. Corre.
La
lluvia está empezando,
las
gotas se le estrellan en la cara.
De
no sabe qué punto
llega
olor a tabaco.
Sigue
corriendo.
Algo
en su estómago se está volviendo vértigo.
No
tiene mar esta ciudad,
ni
río,
sólo
tiene barrancas florecidas de terciopelo negro.
El
cine está vacío.
Llega
hasta la glorieta y la rodea,
el
sudor y la lluvia le trasminan el habla.
Corre
más rápido.
Lo cierto es que no sabe de qué huye.
De
repente tropieza
con
una cosa muelle,
un
harapo tirado en la banqueta:
son los
jirones de un ángel enlodado,
parece
un artefacto descompuesto,
una
cuenca ocular está vacía,
tiene
los dedos rotos,
en
sus alas hay huellas de tortura:
plumas carbonizadas con un encendedor.
¿Y esto qué es?
Lo
toma del cabello, lo levanta despacio
y
lo avienta en un bote de basura.
Una
arcada le roe las entrañas,
pero sigue corriendo.
Claudia Sánchez Rod, Ciudad de México. Estudió la licenciatura
en Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la
UNAM. Ha publicado los libros Me dejaste puro animal inexistente (Cuernavaca)
y La marta negra (España). Ha participado en diversas
antologías de poesía y cuento. Ha sido colaboradora en publicaciones como El
Periódico de Poesía y la revista argentina de literatura Lamás
Médula. Se ha desempeñado como traductora y docente. Ganadora del
premio de cuento Fundación Elena Poniatowska Amor-Ventosa Arrufat 2021.