Tan llenos de recuerdos los graneros…
Vamos guardando en la memoria
los frutos del presente
los recuerdos,
las vidas,
los amigos
Ese paseo
aquel atardecer
tantos silencios
tan llenos de palabras
No podrá con nosotros el invierno
si llega
Averiguaciones previas
A
mí Franco me tocó ya con flebitis,
por
eso no pude exiliarme, en ese entonces.
Antes,
el 68, me tocó naciendo,
por
eso no pude hacer aquella revolución.
Cuando
pude dar un paso adelante,
lo
hice sobre el mar.
Aquí
me tienes.
Creo
que no soy viejo
todavía,
pero
ya tengo muertos y recuerdos
de
muerte.
Y
recuerdos.
Me
cuesta, me duele
darme
cuenta de que a veces
estoy
solo,
no
tengo a quien contarle mis historias.
Entonces
pienso que a nadie le interesan,
que
ya bastante tienen.
Me
duele.
Esto
no es un poema;
es,
más bien, algo así como una mentada de madre.
Todavía
Rasgo
de amor el velo del soneto
por
no poder rasgarme vestiduras;
y
lo rasgo de odio, llanto, lo muerdo
y
lo busco y lo sueño.
Se
me oculta.
Y
me alegra encontrarlo; y darme cuenta
de
que siempre lo tuve entre mis manos;
de
que debía escarbar hasta alejarlo
para
dejar después que renaciera.
Me
duelen versos, sílabas sin nombre
y
sin sombra. Duele
parir
sin ser mujer...
Duele
que se me escape la estructura,
o
duele descubrir
que
es otra cosa;
que
puede que no sea necesaria,
a
veces;
o
que no existe.
Salón de la fama
No
me convencen los intelectuales de salón,
los
que solo ven cultura en el aburrimiento,
los
que se alegran de que cobren en los museos,
los
que nunca se manchan en las librerías de viejo
o
en las tiendas de antigüedades.
Los
que olvidaron que existe la nostalgia.
Me
dejan frío los estudiosos, los críticos
que
son más importantes que el libro,
el
cuadro, la película.
Para
ellos.
A
eso me refiero:
también
puede haber arte
en
charlar con los viejos,
en
gozar con el vino,
en
los amigos
y
en las novelas policiacas.
Hay
algo más que subastas, cocteles
y
suplementos culturales.
Me
repatean los izquierdistas reciclados;
los
que reniegan hasta de los aciertos
con
tal de no escarbar en los errores.
Joder,
¿en qué mundo viven?
De Función negra
IV
¿Qué
es escribir? ¿Cómo hacer que lo que me corroe las entrañas se vuelva una
historia que merezca la pena ser contada? Autobiografía, sí, hay que llamarlo
de alguna manera. Testimonio, claro. Memorias, no jodas, ¿cómo voy a escribir
unas memorias si aún no llego ni a los treinta? La forma, ésa es otra; va
apareciendo, eso sí, pero, ¿cómo reconocerla? El final, ¿cómo saber cuándo
termina lo que no es más que un instante con toda la eternidad clavada en
medio?
El lector, claro, él es el que le da la forma, el final, la
vida de la propia, pero no sé si seré capaz de llevarlo, si podré hacer que se
dé cuenta de que somos lo que soñamos y vivimos, que todo es un instante, que
lo que escribo soy yo, pero que no será nada hasta que no sea él, que la vida
se está poniendo muy tonta pero así es ella; total, ¿para qué le hago al
cuento?
A
veces, el narrador no es más que una cobardía del autor; las historias ahí
están, no hay que tocarlas.
Si escribir no es charlar, beberse una botella porque sí,
porque la vida de verdad no es más que eso, mejor me dedico a otra cosa…
Ignacio Martín (Salamanca, España,
1968). Filólogo, poeta, escritor y editor. Obra: Luz tan fuerte que se
escucha, Con toda la intención (versión de libre acceso disponible
en www.ignaciomartin.com
), Edición de autor, Panfletario,
Función negra e Intención de autor (Obra reunida, 1988-2018). Como
poeta, ha sido incluido en diversas antologías y revistas culturales y es
coautor, junto con Pilar Leal y Rafael Pontes, de Tras la huella de...
El cuento, publicado por la editorial Édere.
Desde 2010,
publica la columna “Charro de dos orillas”; primero apareció en el periódico El
Adelanto, de Salamanca, España; tras el cierre de dicho diario, en mayo de
2013, la columna continúa en SalamancaRTV al Día (diario
digital).