jueves, 6 de julio de 2023

JOSE MARTI por JOSÉ LEZAMA LIMA

 


José Martí fue para todos nosotros el único que logró penetrar en la casa del alibi. El estado místico, el alibi, donde la imaginación puede engendrar el sucedido y cada hecho se transfigura en el espejo de los enigmas.
Su imaginación se ha vuelto cenital y misteriosa, y ha penetrado en su misión con el convencimiento de que quien huye de la escarcha se encuentra con la nieve. Arrostró esa escarcha; amarró su caballo en el tronco de cuerpo y aceite, y penetró alegremente en la casa del alibi. Las palabras finales de su Diario, uno de los más misteriosos sonidos de palabras que están en nuestro idioma, bastan para llenar la casa y sus extrañas interrupciones frente al tiempo.
En la soberanía de su estilo se percibe la mañana del colibrí, la sombría majestad de la pitahaya, y los arteriales nudos del cedrón. Podía hablar, dice Rubén Darío, delante de Odín rodeado de reyes.
Su permanencia indescifrada continúa en sus inmensos memoriales dirigidos a un rey secuestrado: la hipóstasis o sustantivización de los alegres misterios de su pueblo. En sus cartas de relación nos describe para su primera secularidad una tierra intocada, símbolos que aún no hemos sabido descifrar como operantes fuerzas históricas.
Et caro nova fiet in die irae. Tomará nueva carne cuando llegue el día de la desesperación y de la justa pobreza.
La majestad de su ley y la majestad de sus acentos nos recuerda que para los griegos “mártir” significa testigo. Testigo de su pueblo y de sus palabras, será siempre un cerrado impedimento a la intrascendencia y la banalidad. Y si sólo podemos creer, según la extraña sentencia de Pascal, a los testigos muertos en la batalla, es en las decisiones de su muerte donde nuestra forma como pueblo adquirió su esplendor al unir el testimonio con su ausencia, dar una fe sustantiva para las cosas que no existen, o a la terrenal gravitación de las más oscuras imágenes.
Orígenes reúne un grupo de escritores reverentes para las imágenes de Martí. Sorprende en su primera secularidad la viviente fertilidad de su fuerza como impulsión histórica, capaz de saltar las insuficiencias toscas de lo inmediato, para avizorarnos las cúpulas de los nuevos actos nacientes.


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