jueves, 31 de agosto de 2023

PACO URONDO por MARIO TREJO

 


                                                1

                Vení Paco, hagámosle caso a Susanne K. Langer, acerquémonos al fuego para ver lo que estamos hablando. Al fin y al cabo,  la vida es una película. Y así la viviste. Por debajo de los títulos, es un alegre día de sol en la ciudad de Santa Fe y yo estoy metido en un museo viendo cómo cuelgan cuadros y poemas de los goliardos que fuimos convocados. Perón no había huido todavía. Un texto me atrae; se llama Gaviotas y tiene un seductor aire de composición escolar (el grado doble cero de la escritura) que trae un Francis Ponge bajo el poncho. No conocías aún Le partis pris des choses. Lo vuelvo a leer y digo, como luego vos me dirías en A saudade mata a gente: caramba, caramba.

                                    2

            Ahora la cámara está instalada en la casa del que fue tu celador (le mot juste) en el Nacional: Miguel Brascó. Eran otras épocas, eran otros lujos. Te estoy viendo: mandíbula de vasco, fornición de vaso y hombro requintao, apoyado contra la pared, que te daba un aire de taita sonriente y canchero.

-¿Qué hacés allí?, te digo. Y, en silencio, el diálogo siguió así, más o menos:

-No podés quedarte aquí. Venite pa´Buenos Aires. A vos te gustan las luces del centro.

-¿Se me nota tanto?

            Y así seguimos juntos más de veinte años hasta que, como abusan los gastadores de la palabra, tomamos caminos diferentes.

                                    3

            Esto no es lamentatorio (no me ha quedado ni siquiera un muro; y vos tampoco eras un llorón) ni un celebratorio (celebrar qué; esto no es una fiesta de fin de curso y además no olvidemos los correlatos objetivos de T.S. Elliot: La más bella obra de arte no te devolvería la vida).

                                    4

            La única que vio el cadáver en la morgue fue Beatriz, mi tía. Dijo que tenía un gran hematoma en el pecho y lo que para ella era un balazo en la cabeza. El hematoma era producto de la pastilla de cianuro que mi viejo tomó antes que lo detuvieran. Y el disparo en la cabeza, una muestra de bronca, como un remate, un tiro de gracia por haberse suicidado”. Habla Javier, el hijo de Paco.

                                    5

            Comienzos de los cincuenta. El poeta obedece a las sugerencias del destino.  Ya está instalado en (Poesía) Buenos Aires, sin temerle a los desaires. Visto desde ahora, el peronismo no era para tanto (en todos los sentidos). Hoy lo llamaríamos una dictadura a lo PRI, light, soft (así, redondamente  y sin cursivas: son dos palabras suaves y ligeras que ya están incorporadas al lenguaje de los neorgentinos). Ibamos en el Ferrocarril Oeste (¿o ya era Sarmiento?) rumbo a la quinta de tu viejo, en Merlo. Primavera. Fiebre de Sábado a la Noche. Asado y vino; tinieblas y lindas pibas que desaparecían en la oscuridad y luego reaparecían en los poemas de todos nosotros. Con Chela Murúa, su guaifa (vasca también) me enredaron en su complicidad, jugaban en ese medio en broma medio en serio que era habitual en el Buenos Aires que fue: “Nos vamos a separar”. Como la vida: medio en broma medio en serio. Descifrar enigmas era un juego de salón. Ya se ha perdido. Recordemos que la dificultad de entender un lenguaje simbólico es uno de los rasgos primeros de la psicosis, donde parece que estamos instalados. Te acordás Paquito, nos reímos porque casi fuimos concuñados.

                                    6

            El hombre que quería demasiado. Querer, amar, desear, apetecer. Vino, mujeres y canto. El vals de los bosques de Palermo. Desearlo todo. Muchos tragos es la vida y un solo trago la muerte, cantó para siempre Miguel Hernández. Apetencia desmesurada como el Universo (sí, con mayúscula: escribir Dios con minúscula es rugido de laucha). Abarcar las 88 notas del piano, pero presto y fortissimo.

            Un YO enorme como obras completas.

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            Envueltos por una sucia/ y estúpida cobardía - el coraje/ sin destino- alentada,/ a veces, por las caricias,/ los tironeos/ y delirios, las aventuras inútiles/ del alcohol: cortesía/ sin sustento, tolerancia/ parecida al desdén/ a la prescindencia de los ascetas, a la pertinacia/ de los puritanos/ y los predicadores, la inocencia/ de los santos y del censor, instigue/ o se convierta simplemente en verdugo”.

            Señoras y señores, profesoras y profesores: a leer, a leer. Pertenece a Adolecer (65/67), largo poema autobiográfico (qué digo, todos los suyos lo son) dedicado a Zulema Katz, actriz con una voz única: yo la llamaba The voice. Los presenté una noche y pocas horas después estaban viviendo juntos. ¿Cómo ocurrió? Repasemos.

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            Flashback. A fines de los 50 (after dinner, after eight, after Perón) era común vivir a salto de mata. En los avatares económicos de hoy los jóvenes poetas viven con sus mamacitas, y los jóvenes estudiantes y las jóvenes sacerdotisas cursimente llamadas magas, tienen techo y comida. Y, como guinda, no laburan.

            Paco vino a vivir a casa. Peña y Uriburu. Madriguera con moquette y un Count Basie que atronaba, que muchos leones y leonas compartieron. La noche se llamaba Jamaica y flotaba en San Martin al 900. El bouncer, el patovica de estos días aciagos (aquellos eran los días de la protobailanta en el Parque Retiro y en La Enramada, con morochos que exudaban Glostora y que tanto desagradaban a un talentoso y delicado cuentista belga), el bouncer, digo era un elegante señor pintón, canoso y de poderosa quijada, onda Paco; era Raúl Luengo, hispano, simpático y de finos modales, campeón de box que había exhibido sus finas trompadas en el Luna (el Luna Park, para que quede claro). Allí era la cita de lobas y lobos. Whisky y simpatía. Físico, pilchas y neuronas: todo de primera. ¿Qué pasaba en esa Jamaica porteña, avant Bob Marley y el descubrimiento de los rastafari? Ocurría Horacio Salgán, Gato Barbieri y Sergio Mihanovich, como elenco estable y caían los músicos de gira que venían a zapar.  Una noche fue la Ella Fitzgerald, Roy Eldridge y Jim Hall, que chapó la viola y se puso a tocar con los nuestros. Música de fondo que Paco no necesitaba para seducir a Zulema. Poca luz. El combate había empezado; una fintas, unos jabs de tanteo y el beso inicial. Y de pronto descubren que se conocían desde la primerísima infancia, en la lejana Santa Fe. ¡Bravo Paquito, no te mueras nunca!

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            Vivió y murió en su ley. Sin envejecer. Como un adolescente.  Obcecado en sus ilusiones. Utopía e ideales son dos palabras chirriantes y quienes las emiten están siempre fuera de juego. Paco, en vos ilusión y realidad se manosean obscenamente con el suicidio y la muerte, sombras que iluminan todos tus poemas.

            Son daños, /son memorias y uno acaba lamentándose, contuso/ envejecido y triste, como si tuviera/ muchos años y poca vida.”

            Y pensar que alguna vez dijiste La pura verdad, poema de obligatoria lectura para quienes hablan sin haber leído. Empieza así: “Si ustedes lo permiten/ prefiero seguir viviendo.” Y así termina: “Sin jactancias puedo decir/ que la vida es lo mejor que conozco”.





                                    10

            Volver a las Gaviotas. Las de Paco no se perdieron. Hoy después de tanto tiempo (de no verte, de no hablarte) descubro como un flash en tiempo lento que las gaviotas son los poetas. ¡Horror! ¡Sacrilegio! ¿Quiere decir entonces que el poeta incurrió en la barata, paupérrima alegoría? ¡No! ¡Atención! Cuando se parte con esa fácil y desdichada intención, a la que tanto apelan hoy en día cine, teatro y literatura (estética publicitaria, estética de consumo) el magro poeta está perdido para siempre. En este caso, la evidencia vino después de muchas presidencias (de jure,  de facto y de ipso facto). Estamos, entonces, ante el símbolo. Respiramos aliviados. Como ante la gran poesía.

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            No. El periodista se equivoca. No fuimos compañeros de ideología. Fuimos compañeros de vida, cómplices. Napoleón despreciaba a los ideólogos (palabra recién nacida) y Discépolo también: Rajá de aquí, gilito embanderado (Quevachaché, 1926). Compartimos, sí, ilusiones, ganas de que las cosas cambien y la gilada también, ideales que no eran precisamente montoneros. ¿Qué te pasó? ¿Qué te vendieron? Y por favor, por favor, esa utopía que la gastan tanto que va quedando en palabrita camino de palabreja. Y que Marx denostaba en nombre de la ciencia, ciencia que a su vez pretextará a Lenin y Trotsky, mientras Stalin, esperando, se atusaba los bigotes y atrás quedaban las víctimas de Kronstadt. Alzo las copas por las viudas ideológicas.

                                    12

            Amaba leer La Biblia, a Oliverio poeta y estanciero Girondo, a Borges y a John Wayne. ¿Alguien tiene algo que declarar?

                                    13

            Paco requintao y tirifilo. Yo te celebro en esa noche de la calle Las Heras, en casa de Clarita Fernández Moreno y Juan Antonio Vasco, con Nissa Torrents, esa estupenda catalana de Londres con su Aquascurum, su minifalda y sus porros. Qué noche, dijo Bardi.

                                    14

            Mala amiga es la soledad cuando el amor no quiere compartirla”.

                                    15

            Si usted encuentra en sus poemas el nombre de un líder, vivo o muerto, de un fetiche, de una agrupación política, tráigalo a la mesa. Gustosos lo examinaremos y le pondremos precio. Puede ser una curiosidad o una perla barroca: en todo caso, una pieza de estudio.

                                    16

            Las reglas del juego eran precisas. A matar o morir. No caer vivo, la carne es débil. Según Baudelaire, la tortura es la aplicación de un medio material a un fin espiritual: la búsqueda de la verdad. A comienzos del 76 leo en la italiana Linus una entrevista que te hace el gran periodista Saverio Tutino. El montonero Quieto se había entregado y vos exigías la pena de muerte. Meses después, al borde del verano, madrileña mañana de sol, Babsy (alias Leopoldo Torre Nilsson) viene a casa huyendo de Beatriz Guido. El Campari correspondiente y pocas palabras, como esas amistades británicas que evoca Borges. La radio castiga sin piedad: la noticia de tu muerte. Silencio, cabezas bajas y a mirar el fondo de los vasos.

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            Mi amigo Paco Urondo va en micro al muere. Te portabas mal. Y entonces, el péndex (26) que obedeció cuando Aramburu dijo: ¡Proceda!, procedió a castigarte. Delación y traición son divisa corriente en estos bajos fondos; en los uniformados no, el perseguidor es más fiel a su código y en sus bajíos ejerce la bajeza sólo con el perseguido.

                                    18

            Tiempos del diario La Opinión.  Bar de la esquina. Ante otro monto me lanzás una escalera a varias puntas: “Un tipo como vos tiene que irse. No puede quedarse en el país”. Me devolvías la pelota de nuestro primer encuentro.

            Fiesta en la boite Africa, Alvear Palace Hotel. Farándula. Lindas minas, entre ellas una arquitecta a la que le habías echado el ojo. Se cuentan historias. Pero misa, pibe, esa es zona sagrada. La última vez que te vi fue en Santa Fe y Coronel Díaz, detrás de unos Rai Ban de incógnito que mi cuñado te fabricaba en Bausch & Lomb. Me cuidaste. Seguiste de argo.

                                    19

            Palermo Viejo en la esquina de los 60. Ciudad de la Paz bajo el puente. Embajada de Santa Fe. Ariel Ramírez, Miguel Brascó,  Paco y Chela y tiernos hijos Javier y Claudia, Chango Muñoz Unzain (hoy AFP en La Habana). Creo que fue allí donde los uniformados las levantaron a Chela y a Lilí Massaferro (que, como Lili Gacel, fue hermana de Elsa Daniel y Bárbara Mujica en La casa del Ángel, de Babsy). Paseo con ellas en el piso, bidones, simulacro. Ambas están vivas, gracias a Dios.

                                    20

            Madrid. Javier Pradera (actual director de Claves,  con Fernando Savater) acaba de volver de la Argentina. Sorprendido. Paco, que parodiaba a los jefes cubanos defiende ante sus hijos la figura (ida ya) de Perón. Parecía un cubano, comenta Pradera. (Un tipazo, por otra parte).

                                    21

            David O(liver) Selznick dictaminó: Hay solo dos tipos de clase, first class and not class. En tu Veinte años de poesía argentina 1940-1960 incorporás doce poemas de doce poetas. No te incluís. Eso es clase, manito, eso es clase. Neruda, al rescatar a Juan Emar del olvido izquierdoso, hablaba de estas republiquetas literarias del odio y de la envidia.

                                    22

            Spirfire: “Dos amigos parten a una grande y peligrosa velocidad (…)Compartimos ciertas drogas y una que otra mujer(…)Hubo alcohol y ganas y abundancia…”En la ley de la noche heavy: los hermanos de pierna rara vez aluden y nombran.

                                    23

            LSD con Vanasco y Jitrik. Los psicoterapistas nos daban duro. “Llegaron los sarracenos”, anunciabas. Ahí empezamos a avivarnos: el poeta es un fingidor, sí, pero dice la verdad (Pessoa y Cocteau). Lo imperdonable es fingir poemas. Porque las ideas sólo se redimen en la práctica (tu caso). Lo otro es padecer de ideología y olvidar que de dos peligros tenés que cuidarte: de la derecha cuando es diestra: de la izquierda cuando es siniestra. Vos no te cuidaste. Pero no por gil: por generoso.

                                    24

            Fuiste un rebelde. Alta esa frente. No está en juego el orgullo. Siempre fuiste y quisiste ser un aventurero. Así lo condenaba a Ernestito Guevara, la noche que huyó Batista, Guillén el Malo (así lo condenó Neruda al negro Nicolás, para distinguirlo de Jorge, el gran poeta).

                                    25

            ¿Y los que pretendían ser tus cumpas? El que no corre repta, roba o monta (monto/monta) concursos en la tele o digita a cholulos de izquierda (que los hay, coño, que los hay, y afanan mucha guita).

                                    26

            Ser y parecer. Ser y pretender ser. Y ser del mismo palo. Camaron y Miles lo son. Y Vicky Walsh y Rodolfo Walsh y Miguel Angel Bustos y Haroldo Conti, para hablar de aquellos con quienes nos tomamos hasta el pulso. Y vos Paco, enorme poeta, vulnerable hermano. Y que los eunucos bufen, don Roberto. Y estas palabras son para vos, Reynaldo Sietecase, que, como Federico, ya sabés muchas cosas y otras irás sabiendo lentamente.

           

A saudade mata a gente

A Mario Trejo

 

Digo, frente al sol de abril, sobre esta baldosa calcinada, sin

mujer, sin caricia circundante, hepáticamente embotado,

sonriendo por tradición, sin pasajes, sin ganas, con

sangre, con pulso irregular: caramba, caramba.

Paco Urondo