Yo recuerdo a Gerardo como compañero y militante de aquellos
años de resistencia, de nuestros años jóvenes en el cine, lo recuerdo como
amigo hermano, y lo recuerdo como el gran realizador que fue.
Lo conocí a través de su talento
cinematográfico. Él había cursado en la Escuela Documental de Santa Fe y
desembarcó en Buenos Aires con un cortometraje notable llamado” Las
cosas ciertas”. Ahí nace nuestra relación y nuestra amistad. Lo invité
a integrarse al proyecto que en ese momento estaba poniendo en marcha, que era “La
hora de los hornos”, y junto con él, Octavio Getino, Tito Ameijeiras,
Jorge Díaz, Rubén Salguero, Carlos Mazar, Cacho Taborda y Juan Carlos Desanzo,
entre otros, conformamos el Grupo Cine Liberación que nació con el proyecto de
este largo documental. Y aquellos años fueron de un gran desafío y de una ética
extraordinaria porque no sólo hacíamos un film contra todas las prohibiciones.
Recordemos que era la época de la dictadura de Onganía. Producimos “La
hora de los hornos” y después “El camino hacia la muerte del Viejo Reales”,
que fue el primer documental de Gerardo. Es un largometraje basado en una
familia de trabajadores del azúcar en Acheral. Notable y para mí una de las
grandes películas argentinas de los años ’70, reconocido con dos grandes
premios internacionales: el de Pésaro (Italia) y el de Mannheim (Alemania).
Esta película es uno de los grandes antecedentes del cine testimonial social,
donde el documental y la ficción se entrecruzan. También Gerardo realizó una
tarea de cineasta militante muy importante en Tucumán con una serie llamada “Testimonios
de Tucumán”, que eran testimonios sociales muy importantes. Después
incursionó, ya de lleno en la ficción, en España y luego en la Argentina.
Vallejo le ha aportado al cine
argentino una mirada de una gran sensibilidad social, pero sobre todo una
mirada crítica desde el interior del país, fiel a la tradición iniciada por
Birri con “Tire Die”. En Gerardo se mezcla la fina mirada de un gran
documentalista junto a una fuerte imaginación poética. El Vallejo militante,
del compromiso social, de los años duros de la dictadura, pagó un alto precio
porque eso le costó la persecución y el exilio y ser agredido con una bomba en
su casa de Tucumán. Y en el año ’75 comienza su exilio yendo a Panamá y
filmando, inclusive, con Torrijos. Su gobierno le abre las puertas y filma
varios documentales en Panamá. El exilio lo lleva luego a España, donde
transcurre la mayor parte. Allí enseña y hace dos largometrajes. La vida de Gerardo
fue muy sufrida, porque su compromiso social expresado en el cine lo pagó con
todos esos exilios y persecuciones. Tampoco le fue fácil el regreso.
Al Gerardo amigo y compañero todos lo
recordaremos por su generosidad, por su afecto, y su permanente humor tucumano.
Su permanente humor tucumano luchando con su fuerte carga melancólica: pensemos
que Gerardo en las últimas décadas vivió fuera de su Tucumán natal. Ha sido un
gran padre, con cinco hijos. Y estaba ya enfermo desde hace varios meses. Hablé
la semana pasada con él y Gerardo de ninguna manera imaginaba que sus días
estaban contados. También lo llamó Fernando Birri desde Roma y a los dos nos
dio la impresión de que todavía había Gerardo para rato. Yo le dije:
–Te quiero visitar porque tengo una buena
botella vino.
–Esta semana no, vení la que viene y
nos machamos –me contestó en broma.
Hicimos todo lo posible para cumplir el
mayor deseo de Gerardo de poder reunirse con todos sus hijos. Es como si
hubiera esperado la llegada de ellos, porque cuarenta y ocho horas después
falleció. Lo importante es que Gerardo seguirá vivo no sólo en el recuerdo sino
por sus inolvidables imágenes.