José Martí es un hombre y un intelectual admirables; es un
poeta deslumbrante, un escritor de una prosa profunda, rítmica, musical, ya sea
al servicio de la militancia, a cuyo servicio la puso constantemente, la
utilizó una y otra vez sin cesar a lo largo de su vida, o ya cuando la colocó
al servicio de la obra poética que legó a una posteridad que lo recibe con
alegría y lo tendrá en uno de sus lugares más destacados para siempre. Porque
Martí, además, representa en América quizá la imagen más acabada –junto con
otros notables como Domingo Faustino Sarmiento, por supuesto– del intelectual
comprometido, el intelectual que tiene una misión política que cumplir a la
cual adosa su talento literario. O sea, el que tiene un talento literario
siente que debe tenerlo para algo, que la literatura no se agota en sí misma
sino que el don que ha recibido el escritor debe trascender al escritor mismo
porque éste advierte que forma parte de una época, que está inmerso en una
historicidad que lo condiciona profundamente y que cualquier cosa que haga o
que no haga va a estar sobredeterminada, por usar este concepto que viene del
fondo de los tiempos del viejo estructuralismo. Sobredeterminada por la
historia, el entorno, la situación existencial en que cada uno está, y a la que
nadie escapa, aunque diga “mi literatura
no tiene nada que ver con nada, yo no comprometo mi literatura, mis palabras no
se enlodan con la política, mi lenguaje no se enloda con la política, mi
lenguaje es mío y me expresa a mí”.
El 26 de julio de
1953, el cuartel Moncada en Santiago de Cuba fue asaltado por unos guerrilleros
que respondían a la conducción de uno llamado Fidel Castro. Cuando es llevado a
juicio y cuando los jueces quieren saber quién es el ideólogo de este asalto,
le preguntan entonces a Fidel Castro quién es el autor intelectual de esa
operación que él y sus hombres acaban de cometer. No duda y dice: Es José
Martí. Se habrán asombrado mucho los jueces, porque ignoraban que José Martí
perteneciera a los hombres que, junto con el comandante Fidel Castro, habían
asaltado el cuartel Moncada. Pero ocurre que la palabra de Martí había
atravesado los años, que Castro y todos los que en ese momento comenzaban a
luchar contra la sangrienta dictadura batistiana eran lectores de José Martí.
Martí habrá de
escribir un poema dramático al que titulará Abdala y él dirá que está
escrito expresamente para la patria. Abdala, entonces, le explica a su madre: “El amor, madre, a la patria no es el amor
ridículo a la tierra ni a la yerba que pisan nuestras plantas. Es el odio
invencible a quien la oprime; es el rencor eterno a quien la ataca y tal amor
despierta en nuestro pecho el mundo de recuerdos que nos llama a la vida otra
vez”. Entonces observemos que no confunde a la patria con la tierra. O sea,
dice que el amor a la tierra es un amor ridículo. Es notable esto porque en
estos días en nuestro país se identifica tanto a la patria con la tierra que es
interesante que José Martí, que tiene algo más de talento que muchos hombres
ligados a la tierra en la modalidad de la explotación y la posesión, diga lo
contrario. Martí dice “el amor a la
patria no es el amor ridículo a la tierra ni a la yerba que pisan nuestras
plantas. El amor a la patria es el odio invencible a quien la oprime”. No
olvidemos que dice esto en un momento en que el conquistador colonialista
somete a su patria. “Es el rencor eterno
a quien la ataca.”
Su vida comienza a
realizarse en el modo de la errancia hasta que llega a EE.UU. A EE.UU. la llama
la “América europea” y descubre muy
pronto sus virtudes, pero también descubre cómo reaparecen ahí los vicios que
creía haber dejado atrás en Europa y que no son lacras, son defectos, no quiero
usar la palabra “lacra” que me parece una palabra muy de Fernández Retamar, que
son defectos inherentes al capitalismo desarrollado. Martí vive en los EE.UU.
y, bueno, ahí advierte que esa nación va a ser una nación imperialista que va a
intentar apropiarse de la América latina, que la libertad de América latina
para los EE.UU. será sólo un pretexto para ejercer el imperialismo de esa
enorme nación sobre las naciones balcanizadas de América latina.
Martí era, además,
un gran orador. Es posiblemente el más grande escritor americano junto con
nuestro Sarmiento, si pensamos en el Facundo sarmientino, y escribe en todos
los diarios del continente, ningún diario le cierra sus puertas porque se
convierte en el batallador más importante por la libertad de Cuba y además se
convierte en el gran batallador antiimperialista contra los EE.UU. Martí es el
que señala primero que todos lo que va a ser la política norteamericana en
América latina.
Emprende la lucha
ya directa por la liberación de Cuba. La guerra contra España es una guerra
totalmente abierta en 1895 y ahí va Martí con su enorme prestigio, un hombre al
que ya llaman presidente pero que, sin embargo, va al primer puesto de la
batalla. En esto se parece mucho a lo que vimos de Salvador Allende. Martí
debió ser protegido en este sentido, se le debió decir –si no se le dijo será
por la certeza de su negación–: “Vea,
maestro, usted está para otra cosa, usted está para abrir nuestras cabezas,
para volvernos lúcidos, para decir nuestras proclamas, pero no está para
agarrar un fusil y actuar como un soldado de Infantería, tenemos otros para eso”,
pero no es así. Martí siente tan imperiosamente que debe caer el colonizador
español, que el 19 de mayo de 1895, en un lugar llamado Boca de Dos Ríos, lo
sorprende una columna española. Martí avanza sobre esa columna y cae herido de
muerte. La tropa cubana no puede recuperar su cadáver, los españoles lo llevan
a enterrar a Santiago de Cuba, pero Martí quería morir de cara al sol, quería
morir como no suelen morir los pensadores, los intelectuales, los filósofos,
los pensadores profundos como José Martí, que suelen morir en su escritorio, en
su despacho o en su cama, pero que han atacado de un modo muy profundo al
enemigo a través del arma poderosa que son las palabras, las ideas, los
conceptos, la desmitificación del opresor, del derecho del opresor de oprimir
al oprimido. Y ésa era la tarea de Martí. Pero Martí quería morir de cara al
sol y así murió.
Charles Dana, el
que publicaba los artículos de Karl Marx y Engels, que en ese momento es el
director del New York Sun, se entera
penosamente de su muerte. Martí es llorado en Europa y también en EE.UU., y acá
Fernández Retamar hace una interesante interpretación. Para él, afirma, no
corresponde llamar a Europa y a EE.UU. países desarrollados, sino que él
preferiría llamarlos países subdesarrollantes. Bueno, son las dos cosas, son
países desarrollados porque a la vez son subdesarrollantes. Todo colonizador,
el proyecto de todo colonizador, es subdesarrollante, porque el proyecto del
colonialismo es lograr su propio desarrollo por medio del saqueo de la colonia.
Y el saqueo de la colonia implica el subdesarrollo de la misma. Entonces todo
país desarrollado se ha hecho a partir de un subdesarrollamiento del país
colonial, del país sometido. En suma, hay países desarrollados porque los
países desarrollados realizan una práctica subdesarrollante, que es la práctica
colonizadora. Y esta práctica el capitalismo la realiza desde 1492, cuando
Colón llegó a América para practicar la práctica subdesarrollante de los países
de Europa, de los imperios colonialistas europeos.
Sus mensajes más
precursores, los que más han prefigurado el futuro, a parte de la liberación
del colonialismo español, son los que señalan las intenciones imperialistas y
expansionistas de los EE.UU. Fernández Retamar omite algo porque dice que Martí
“comprende, angustiado, que el próximo
paso de EE.UU., conquistado el oeste, arrebatada la mitad de México y
cicatrizada la Guerra Civil, será arrojarse sobre el resto de América y, en
primer lugar, sobre Cuba”. Lo que no dice Fernández Retamar es que Marx y
Engels apoyaban esta expansión norteamericana y hasta me atrevo a decir que, en
caso de que EE.UU. hubiera invadido Cuba en el siglo XIX, en vida de Marx y
Engels, éstos habrían aprobado esa invasión porque era la invasión del
progreso, del desarrollo capitalista, la invasión de la burguesía que iba a
instaurar un moderno sistema de producción del cual surgiría el proletariado
industrial que verdaderamente habría de liberar a la isla de Cuba. La isla de
Cuba, finalmente, hizo su revolución sin un proletariado industrial porque no
lo tenía, pero la hizo con los campesinos respaldando el coraje de los hombres
de Fidel Castro en ese temprano, y hoy lejano, enero de 1959.
Que Martí haya
expresado una postura socialista es absurdo pedírselo, porque Martí no estaba
para eso, Martí era un nacionalista revolucionario en una etapa muy concreta,
en una etapa en que se tornaba necesario liberar a la nación del yugo
imperialista. En esta etapa es toda la nación la que se libera. En la etapa
socialista es la clase obrera la que, dominando a las clases explotadoras, se
libera, eso es el socialismo. Pero lo que Martí hace es un nacionalismo popular
revolucionario en el cual es la nación la que se opone a las pretensiones
opresoras del colonizador. Esta fue la gran tarea de Martí, quien además
incorpora en toda su temática la herencia que ellos, en tanto criollos, en
tanto hombres cultos, tienen de los pueblos originarios. No es un hombre que
haya olvidado de ningún modo la presencia del indio en la cultura de los países
americanos.
En su Diccionario
de autores latinoamericanos el escritor argentino César Aira, que sabe mucho de
literatura y que es muy exigente, emite este juicio sobre la poesía de José
Martí. Dice César Aira: “La poesía de
Martí, Ismaelillo, Versos libres, Versos sencillos y las inconclusas Flores del
destierro, es una de las más exquisitas y perfectas que se hayan escrito en la
lengua española. Sus méritos como precursor del modernismo son secundarios ante
su asombroso poder de iluminación. En cuanto a su prosa, abundantísima y casi
toda ella circunstancial, es un modelo insuperable de maestría estilística y
finura de pensamiento”.
Los textos
circunstanciales son textos políticos, son escritos coyunturales destinados a
la finalidad de la liberación de la patria ante el opresor colonialista. Voy a
leer citas de sus Versos sencillos, que para él eran demasiado sencillos y les
daba más valor a sus Versos libres, que son más
complejos. Pero los Versos sencillos son de una extrema belleza y hasta serán
reconocidos por todos porque son parte de una hermosa canción que es “Guantanamera” y que, bueno, no hay quien
no la cante. “Yo soy un hombre sincero de
donde crece la palma y antes de morirme quiero echar mis versos del alma. Yo
vengo de todas partes y hacia todas partes voy, arte soy entre las artes, en
los montes, monte soy. Yo sé los nombres extraños de las yerbas y las flores y
de mortales engaños y de sublimes dolores. Yo he visto en la noche oscura
llover sobre mi cabeza los rayos de lumbre pura de la divina belleza.”
Tiene otros de una
densidad conmovedora: “Gocé una vez de
tal suerte que gocé cual nunca cuando la sentencia de mi muerte leyó el alcaide
llorando”. En estos Versos sencillos que, como vemos,
son profundamente complejos porque penetran muy hondo en la condición humana,
hay más adelante dos cuartetas donde habla del concepto de morir de cara al
sol: “Yo quiero salir del mundo por la
puerta natural, en un carro de hojas verdes a morir me han de llevar. No me
pongan en lo oscuro a morir como un traidor. Yo soy bueno, y como bueno, moriré
de cara al sol”.