miércoles, 14 de agosto de 2024

JUAN GELMAN por MIGUEL ANGEL BUSTOS

 


Toda poesía incursiona, por naturaleza, en dos zonas generales que le confieren un determinado poderío. Una sería el lugar donde el poeta ejecuta un viaje interior por territorios comunes a los hombres, con residencias y estadías tan particulares que singularizan la vasta comarca. La investigación minuciosa de la palabra constituiría la otra área. Pero aquello de “que la poesía debe ser hecha por todos”, en una patria universal, dueña de una magia nueva, este santo y seña ha irrumpido para sumar lo colectivo como una forma de dinámica que interviene tanto en el poema cuanto en el hombre que escribe ese poema. Y esta dinámica obra como una caja de resonancias que se apodera de músicas, ritmos, analogías, elementos nacidos de lo anónimo.


Que este fluir de fenómenos complejos se halle en la poesía de Juan Gelman (Violín y otras cuestiones, 1956; El juego en que andamos, 1959; Velorio del solo, 1961; Gotán, 1965; Los poemas de Sidney West, 1970; en preparación, Cólera buey) y, en especial, su reciente Fábulas (Ediciones La Rosa Blindada; 66 páginas) conforman un hecho ejemplar.


Son 16 puertas que fabulan por los 16 fantásticos horizontes de sus poemas, el mundo tangible y el invisible, los personajes transfigurados, reales o no, los animales-símbolos, las lecturas olvidadas; dicho con la lengua acosada y triste que otorga la melancolía cuando enfrenta, en el tiempo y en el espacio, a las cosas.

LA FABRICA ESPIRITUAL DE LAS FABULAS. A fines de 1970, con música de Juan Cedrón, Gelman lanzaba un disco en donde él mismo leía dos de sus fábulas. Y este disco de juglares creaba una tradición oral, casi simultánea, a sus poemas. Es un juego de espejos que, con precisión matemática, origina ecos sonoros en el lector antes de la salida impresa, inmutable. Procede como un sol: la imagen luminosa llega después de haber sido emitida.


"fue así que leopoldo hizo: / un búfalo que anda en el aire / un falo que anda en la nación / un lo que anda hoy no andará / mañana cuando estemos suaves / como olvidados apagados / bajo la patria o tierrecita / que leopoldo regó y amó".


El Leopoldo Marechal tangible, capaz de ubicación en el tiempo, es ungido por Gelman de atributos que fueron suyos —las estaciones de su calvario o de su sueño—, atributos que trabajan bajo los ángulos de una visión agigantada, crepuscular: “ea esas hambres vamos quiá / de leopoldo caía una luz / y cuando se fue su caballo / se encaminaba lento a / la grande sombra do lo pacen / y él sigue dando de comer / y sus belleza se transforma / en otra parte de la mundo / diseminado como un pueblo / como si amaran no distintos”. Que así uno memora a Marechal, atravesando una pampa metafísica y bien carnal, adoctrinando a un Adán rabelesiano.


¿Dónde han nacido los animales que transitan los mitos de Juan Gelman? Por la ranura de la nuca / se le caían varios jamases / uno parecía un camello / se puso a andar sobre las barbas / de dos o tres santos flamígeros / otro era el sur cuando llovía. Este camello totémico tiene su morada natural, tanto en el relato esencial, en lo que “cuenta” Gelman, cuanto en el encadenamiento, en las relaciones secretas que unen y alteran las palabras entre sí.


O las ranitas / en el silencio de la alcoba / saltaban de la cerveza o / se metían en los pañuelos en esa castigada historia del borracho / que se partió la nuca contra / la persiana que le bajaron / y afuera estaba el bello día / se le cayeron los jamases / y se fue al cielo en un camello muy semejante, en sus mutaciones, a una fermosa mariposa”.


Los rebaños de animales diversos que apacientan ciertos escritores revelan aspectos ocultos que configuran una heráldica individual. Para William Blake, el tigre marcó siempre sus iluminaciones cotidianas. En Baudelaire fueron los gatos y el albatros. Lautréamont sufrió en sus pesadillas la persecución del cachalote. Los camellos de Gelman siembran el desconcierto en un Buenos Aires impávido, en trance de ya no serlo.

LAS SIGLAS DE FUEGO. En las jornadas de mayo, París vio sus paredes cubiertas de inscripciones que anunciaban una guerra de poemas. Dice Gelman en siglas: ah pájaros de la pasión / escribiendo en toda pared / FAP, ERP o FAR o fuerzas fuertes / que se levantaron un día / contra la sucia el deshonor / las vergüenzas que nos crecían / sin merecerlas en la piel / en la madre que nos parió / en el hijo que nos nació / como un espejo brusco o / una mitad emancipada / iban andando la país / y despertando la valor / la perro oscuro todavía. Estas siglas de fuego en los muros del país son, en el poema, mantras que lo hacen mágico.


Y luego lo americano-indio llevado a lo mitológico en Mares: "a kajú indio del Amazonas / le acaeció una cosa cosa: / el río trata pez grande / el pez traía espina grande / que se le quedó en la garganta / no lo dejaba respirar / le fue dando color violeta / como las flores de los Alpes. Es hechizar los orígenes para que el mito comunique lo que algún día fue y ya no es, narrar cómo empezó a dar aguas azules / con peces como amores tristes.


La muerte es progresión fatal que disuelve un mecanismo cuasi perfecto, lo distrae en piezas que ruedan, que erigen una pirámide barroca, una muerte que cumple funciones de premonición de una más muerte: cuando a joaquin se le cayeron / los ojos al suelo vio: / a la reputa de la muerte / pasando suave sus navajas / adelantando como siempre / en la tarea de apagar.


Si lo mortal no toma el aire de reloj que estalla y va diluyendo a un hombre en elementos visibles e invisibles, el dolor eleva en Gelman una elegía de máxima desnudez: así se juntaran todos / para pedírselo el Emilio / no ríe abajo en el cajón / donde al final se disolvieron / las banderolas banderitas / con que cada uno quiso / apoderarse de su vida / apoderarse de su muerte / como si su vida y. su muerte / no fueran de la luz la sombra.


Esta capacidad de evocación y poderío en lo contemplado le hace recordar ese episodio de la vida de Li-Po, donde el poeta chino aguardaba el regreso de una garza blanca de la cual estaba enamorado. Hoy, una piedra a orillas de un lago conserva la memoria de este hecho.


Como piedras talladas son estos poemas-fábulas, como los peces de la mar / vivos envueltos en silencio. Como piedras alzadas en torno de una ciudadela habitada por el sueño hecho realidad.