Toda poesía incursiona, por naturaleza, en dos zonas generales que le confieren un determinado poderío. Una sería el lugar donde el poeta ejecuta un viaje interior por territorios comunes a los hombres, con residencias y estadías tan particulares que singularizan la vasta comarca. La investigación minuciosa de la palabra constituiría la otra área. Pero aquello de “que la poesía debe ser hecha por todos”, en una patria universal, dueña de una magia nueva, este santo y seña ha irrumpido para sumar lo colectivo como una forma de dinámica que interviene tanto en el poema cuanto en el hombre que escribe ese poema. Y esta dinámica obra como una caja de resonancias que se apodera de músicas, ritmos, analogías, elementos nacidos de lo anónimo.
Que este fluir de fenómenos complejos se halle
en la poesía de Juan Gelman (Violín y
otras cuestiones, 1956; El juego en
que andamos, 1959; Velorio del solo,
1961; Gotán, 1965; Los poemas de Sidney West, 1970; en
preparación, Cólera buey) y, en
especial, su reciente Fábulas (Ediciones
La Rosa Blindada; 66 páginas) conforman un hecho ejemplar.
Son 16 puertas que fabulan por los 16
fantásticos horizontes de sus poemas, el mundo tangible y el invisible, los
personajes transfigurados, reales o no, los animales-símbolos, las lecturas
olvidadas; dicho con la lengua acosada y triste que otorga la melancolía cuando
enfrenta, en el tiempo y en el espacio, a las cosas.
LA FABRICA ESPIRITUAL DE LAS FABULAS. A fines
de 1970, con música de Juan Cedrón, Gelman lanzaba un disco en donde él mismo
leía dos de sus fábulas. Y este disco de juglares creaba una tradición oral,
casi simultánea, a sus poemas. Es un juego de espejos que, con precisión
matemática, origina ecos sonoros en el lector antes de la salida impresa,
inmutable. Procede como un sol: la imagen luminosa llega después de haber sido
emitida.
"fue
así que leopoldo hizo: / un búfalo que anda en el aire / un falo que anda en la
nación / un lo que anda hoy no andará / mañana cuando estemos suaves / como olvidados
apagados / bajo la patria o tierrecita / que leopoldo regó y amó".
El Leopoldo Marechal tangible, capaz de
ubicación en el tiempo, es ungido por Gelman de atributos que fueron suyos —las
estaciones de su calvario o de su sueño—, atributos que trabajan bajo los
ángulos de una visión agigantada, crepuscular: “ea esas hambres vamos quiá / de leopoldo caía una luz / y cuando se
fue su caballo / se encaminaba lento a / la grande sombra do lo pacen / y él
sigue dando de comer / y sus belleza se transforma / en otra parte de la mundo
/ diseminado como un pueblo / como si amaran no distintos”. Que así uno
memora a Marechal, atravesando una pampa metafísica y bien carnal, adoctrinando
a un Adán rabelesiano.
¿Dónde han nacido los animales que transitan
los mitos de Juan Gelman? Por la ranura
de la nuca / se le caían varios jamases / uno parecía un camello / se puso a
andar sobre las barbas / de dos o tres santos flamígeros / otro era el sur
cuando llovía. Este camello totémico tiene su morada natural, tanto en el
relato esencial, en lo que “cuenta” Gelman, cuanto en el encadenamiento, en las
relaciones secretas que unen y alteran las palabras entre sí.
O las
ranitas / en el silencio de la alcoba / saltaban de la cerveza o / se metían en
los pañuelos en esa castigada historia del borracho / que se partió la nuca
contra / la persiana que le bajaron / y afuera estaba el bello día / se le
cayeron los jamases / y se fue al cielo en un camello muy semejante, en sus
mutaciones, a una fermosa mariposa”.
Los rebaños de animales diversos que
apacientan ciertos escritores revelan aspectos ocultos que configuran una
heráldica individual. Para William Blake, el tigre marcó siempre sus
iluminaciones cotidianas. En Baudelaire fueron los gatos y el albatros.
Lautréamont sufrió en sus pesadillas la persecución del cachalote. Los camellos
de Gelman siembran el desconcierto en un Buenos Aires impávido, en trance de ya
no serlo.
LAS SIGLAS DE FUEGO. En las jornadas de mayo,
París vio sus paredes cubiertas de inscripciones que anunciaban una guerra de
poemas. Dice Gelman en siglas: ah pájaros
de la pasión / escribiendo en toda pared / FAP, ERP o FAR o fuerzas fuertes /
que se levantaron un día / contra la sucia el deshonor / las vergüenzas que nos
crecían / sin merecerlas en la piel / en la madre que nos parió / en el hijo
que nos nació / como un espejo brusco o / una mitad emancipada / iban andando
la país / y despertando la valor / la perro oscuro todavía. Estas siglas de
fuego en los muros del país son, en el poema, mantras que lo hacen mágico.
Y luego lo americano-indio llevado a lo
mitológico en Mares: "a kajú indio
del Amazonas / le acaeció una cosa cosa: / el río trata pez grande / el pez
traía espina grande / que se le quedó en la garganta / no lo dejaba respirar /
le fue dando color violeta / como las flores de los Alpes. Es hechizar los
orígenes para que el mito comunique lo que algún día fue y ya no es, narrar
cómo empezó a dar aguas azules / con peces como amores tristes.
La muerte es progresión fatal que disuelve un
mecanismo cuasi perfecto, lo distrae en piezas que ruedan, que erigen una
pirámide barroca, una muerte que cumple funciones de premonición de una más
muerte: cuando a joaquin se le cayeron /
los ojos al suelo vio: / a la reputa de la muerte / pasando suave sus navajas /
adelantando como siempre / en la tarea de apagar.
Si lo mortal no toma el aire de reloj que
estalla y va diluyendo a un hombre en elementos visibles e invisibles, el dolor
eleva en Gelman una elegía de máxima desnudez: así se juntaran todos / para pedírselo el Emilio / no ríe abajo en el
cajón / donde al final se disolvieron / las banderolas banderitas / con que
cada uno quiso / apoderarse de su vida / apoderarse de su muerte / como si su
vida y. su muerte / no fueran de la luz la sombra.
Esta capacidad de evocación y poderío en lo
contemplado le hace recordar ese episodio de la vida de Li-Po, donde el poeta
chino aguardaba el regreso de una garza blanca de la cual estaba enamorado.
Hoy, una piedra a orillas de un lago conserva la memoria de este hecho.
Como piedras talladas son estos
poemas-fábulas, como los peces de la mar / vivos envueltos en silencio. Como
piedras alzadas en torno de una ciudadela habitada por el sueño hecho realidad.