jueves, 17 de octubre de 2019

LA VICTORIA DE LOS MAGOS





En 1975 Eduardo Galeano viaja a Venezuela. Años en que ese país había reducido a la mitad su participación en el mercado mundial, pero era todavía el mayor exportador de petróleo. Se mete en las entrañas de a Venezuela saudí pero no para hacer una crónica social y política. O sí. Pero elige como escenario de su análisis el Festival Internacional de Teatro de Caracas. Esa fiesta que se convierte en creación colectiva de vida cuando los actores somos todos. Este texto nunca publicado en libro, es nuestro homenaje a Galeano y al teatro.



1

¿Funerales del teatro? ¿Quién derrama la primera lágrima? Los críticos entonan la letanía; los teóricos arrojan sus paladas de tierra. No es pequeño el cortejo; pero, ¿dónde está el cadáver? Se habla de la muerte del teatro como se habla de la muerte de la novela, con entusiasmo y frecuencia. ¿Se constata un hecho o se desea que ocurra?

Yo mismo, simple espectador de cuando en cuando, me he preguntado muchas veces si no será que el teatro sobrevive de puro porfiado y si no tendrán razón quienes lo consideran una pieza de arqueología. En los tiempos del cine y la televisión, ¿qué sentido tiene el esfuerzo feroz que noche a noche realizan, para cien espectadores, esos sacerdotes locos? ¿Hay alguna relación entre el sacrificio y el resultado? Los he visto llegar a los camarines, exhaustos, después de extenuarse durante horas ante las escasas plateas: habiendo llegado tan lejos las tecnologías de las comunicaciones, ¿vale la pena este ritual primitivo?

2

Tuve la suerte de asistir, a fines de mayo, al Festival Internacional de Teatro que organizó el Ateneo de Caracas. Confirmé que el teatro sigue vivo, a pesar de sus enterradores. ¿Quién puede negar el impacto de la comunicación directa, cuando es verdadera? Las imágenes en la pantalla, grande o chica, no llegarán nunca a transmitir el pulso de vida que a veces generan, desde un escenario o una plaza pública, los hombres de carne y hueso. Para el duelo o la celebración, la tragedia o la alegría, no hay tecnología capaz de sustituir la magia del contacto cuerpo a cuerpo.

3

Antes había estado en Ecuador. Unos jefes indígenas, llegados a Quito desde comarcas lejanas, contaron cosas de la dura vida de su gente. ¿Cómo hacen las pequeñas aldeas para enterarse de lo que ocurre en la comunidad? Allá lejos no hay diarios, y aunque los hubiera la gente no sabe leer. Tampoco hay radios, y de todos modos las radios hablan en idioma castellano. Ellos se mantienen, sin embargo, al día. De cada aldea salen, a recorrer la región, dos o tres hombres que “representan” las noticias, “actúan” los problemas que los pueblitos están viviendo, y al contar lo que les pasa cuentan también lo que ellos son. Hacen teatro sin saberlo, como hablaba en prosa aquel personaje de Moliere.

4

Hay mil formas posibles de teatro; y hombres como Augusto Boal han probado ya que el teatro puede ser una herramienta viva en el proceso latinoamericano de búsqueda y de cambio.

5

Es verdad que el teatro está atravesando, en América Latina, un tiempo de crisis. El Festival de Caracas lo mostró nuevamente. Nuestro teatro anda de capa caída. ¿Podía esperarse que se salvara el teatro, por no se qué milagro, de la crisis general? Tiempo de derrotas, tiempos de paciencia: el teatro latinoamericano, perseguido y maltrecho, aprieta los dientes y se las arregla para sobrevivir, mal que bien, mientras pasa el temporal. Los mejores conjuntos se han desintegrado o han desaparecido o deambulan perdidos por ahí. No hablo, claro, del teatro comercial, hecho para ayudar a la buena digestión y para aliviar las tensiones de los dueños de estas tierras. Hablo del otro teatro, vital y peleador, hecho para encender conciencias y para servir la causa de los que no tienen nada.

6

Cuarenta conjuntos, de todas partes del mundo, actuaron en Caracas. Salvo los grupos latinoamericanos, la mayoría provenía de países donde el teatro recibe subvenciones y apoyo oficial, y donde cuenta con un público seguro. Los grupos europeos ofrecieron los mejores espectáculos: ¿sería justo comparar el elevado nivel técnico de estos conjuntos profesionales, que corren con todos los vientos a favor, con el teatro que se hace a pulmón en nuestras tierras? En América Latina, los conjuntos más valiosos no tienen salas donde actuar ni medios para vivir de lo que hacen; están prohibidos o censurados y trabajan, cuando trabajan, para un público inestable y reducido. A veces consiguen salir a los barrios y tratan de conquistar un público vasto en los barrios o en los caminos: si les va bien, terminan mal, estrangulados por el hambre o la policía. ¿Era dura, tiempo atrás, la vida de los cómicos de la legua? ¿Y ahora? El teatro es un oficio maltratado y peligroso.

7

Lo mejor de lo que vi: los polacos, los catalanes, los daneses y los islandeses. El grupo Stu, de Cracovia, cumplió una hazaña la noche de la inauguración. Se había anunciado la presencia del presidente de Venezuela, Carlos Andrés Perez. Y el enorme estadio cerrado estaba lleno de partidarios y enemigos. Unos iban a ovacionarlo y otros a abuchearlo; y ni unos ni otros tenían el menor interés en el “otro” espectáculo. Había un clima de guerra en las tribunas, donde no cabía un alfiler;  y a ese público se sumaban las damas y los caballeros que no querían perderse la inauguración para aparecer mencionados, al día siguiente, en las crónicas sociales. Los polacos comenzaron su trabajo en medio de un barullo tremendo y sin que nadie les hiciera caso. Victoria de los magos: al final, el público deliraba y los ovacionó largamente y de pie el Stu abrió el Festival con un poema ritual de Moczulsky, “Exodus”, cantado y actuado por un elenco de primera: “He aquí mi día y mi noche, tan parecidos. Yo quiero, yo deseo, encontrarme contigo, como solo las personas son capaces de encontrarse. No, no existe fiesta más hermosa. He aquí mi vida, que yo quiero purificar, y mis ojos, que quiero lavar, para que podamos mirarnos y descubrirnos nuevamente”. La música estallaba en el aire y el fuego de las antorchas quemaba el ala de los ángeles y las cortinas de palabras que separaban a los amantes y una simple tina se convertía en un navío lanzado a los mares del mundo: el teatro, emoción y potencia de la vida ganó a la gente.

8

Los catalanes de Els Joglars cerraron el Festival, un par de semanas después. Ofrecieron una pieza muy divertida, que narra las hazañas y desventuras de un bandolero en los tiempos de Felipe IV. Muy buenos actores, mimos, acróbatas y cantores, los catalanes mostraron una imaginación incesante y mucha capacidad de gracia y disparate. También ellos consiguieron una comunicación fervorosa con la gente. La pieza es una larga alusión a la España de los últimos tiempos del franquismo. Un hombre de impecable guardapolvo abre su valijita de ejecutivo, saca un hacha, un serrucho, un cortafierro. Sobre la mesa hay un tremendo pedazo de carne cruda. El torturador comienza su faena.  Salta la sangre. Desde atrás del telón llegan gritos y gemidos. Después de ser cortado en pedazos, el bandolero ofrece un espectáculo de strip tease a los turistas norteamericanos.

9

La sorpresa del Festival: los esquimales de Islandia. Ofrecieron un espectáculo de pocas palabras y sin destrezas despampanantes. Lenguaje de los cuerpos, de las manos,  risas frescas, silbidos: los actores nos contaron la vida de la gente de allá y nos metieron en sus casas y los espectadores anduvimos en trineo, cazamos y pescamos, peleamos contra el viento, encendimos fuego, remendamos ropas, nos enamoramos. Ellos nos hicieron sentir el impacto de la invasión de modos de vida extraños y jodidos, la llegada de los aviones y el dinero y la civilización del consumo. Linda manera de denunciar la penetración cultural, sin discursos.

10

Noche de Petare, barrio obrero de Caracas. Allá arriba, una placita colonial intacta y el milagro del silencio en la ciudad más barullenta del mundo. En Caracas se gritan los secretos: pero éste es un rincón de otro tiempo, sin motores. Los actores del grupo Odín, de Dinamarca, convocan al pueblo. Andan sobre zancos, cubiertos con máscaras y largas capas de colores. Llevan estandartes y banderas; tocan la flauta y el tambor. Los persigue una multitud de curiosos.

Los actores llegan a la plaza. El bufón salta en cuclillas y patea los zancos, derriba a los grandes personajes, caen al suelo el obispo y el juez, el general y el rey.

Cada actor dice, danzando: ”Este soy yo”. La plaza está llena; hay gente trepada a los árboles y los faroles. Todavía hay distancia, desconfianza: los cuerpos se sueltan en convulsiones y saltos mortales, y la gente, que nada sabe de Grotowski ni de Barba, comenta a los gritos: “¡Esa mujer está despechada!” “¡Ese hombre tiene un espíritu malo!”

El payaso echa a volar su pañuelo y baña en talco al público: “Estos tipos”, comenta alguien a mi lado, “están trayendo la gripe mamarra. Cuidáte. Están trayendo la gripe de allá de…¿De dónde son los tipos estos? Se me pasó”.

Pero se va soltando la risa. “¡Muérdelo! ¡Muérdelo! Empieza la guerra de los fideos y los tomates. “¡Hacen reír a los carajitos!”. La distancia se supera, se rompe el rechazo. El teatro, gatillo de la alegría popular, hace estallar las carcajadas,  y las carcajadas continúan y ya no cesan.

Después los actores se sientan en cuclillas, a descansar. De aquí en adelante, ellos serán los espectadores. Es el turno de nosotros. Alguien brota del gentío con un “cuatro”, la guitarrita venezolana, y canta lindos polos de la isla Margarita. La gente pide salsa, baile, se va agitando la música. ¿Quién se anima? Un borrachito anda por la plaza, a los tumbos, loco de ganas de bailar. ¿Quién se anima? Por fin una mujer lo acepta. Ella lo atrapa y se lanza a dar vueltas, ella grandota y de lentes,  él tan chiquito, ella barriendo la pista con él y él se deja volar, feliz, y yo veo esta maravilla y grito a los muchachos que están con las cámaras: “¡Filmen, filmen!”, pero ellos me explican que hay que respetar el guión. Antes habían querido, sin éxito,  hacer callar a la gente. “¡Cállense que estamos grabando!”, decían.

Pero, ¿cuál es el teatro? ¿cuál es la obra?¿cuál es el espectáculo? El espectáculo somos todos nosotros, la obra es esta alegría que se nos sale del pecho, el teatro es el mecanismo que la disparó. ¿Quién se anima? Salto a la pista. ¿Cómo se bailará el merengue? Se bailará como salga. Bailamos, saltamos, cantamos, nos abrazamos. ¿Quién no es hermano, de todos, esta noche, en la plaza de Petare?