De los ojos de un niño
De los ojos de un niño despegan los
aviones.
Si cerrasen los ojos caerían.
Sólo su asombro los mantiene en vilo,
su manita los alza,
su corazón los mueve y los aleja.
Sin un niño pegado a los cristales,
a las altas barandas de una terraza
adulta,
morirían de horror los aeropuertos.
Un niño nunca podría decir la palabra
“aeronáutica”
pero de él dependerá la imitación
del pájaro.
Un niño no sabrá calcular las
distancias,
pero es la garantía del retorno.
Cada aeropuerto debe tener un niño
pegado a los cristales,
junto a los altavoces,
donde quiera que el miedo se agazape.
Gracias a él tardará menos lágrimas
el regreso de todos,
dolerá menos besos el adiós de las
madres,
las azafatas podrán prescindir de
advertencias insulsas.
Un avión en el aire
son muchos niños mirando al horizonte.