sábado, 16 de mayo de 2020

JUAN RULFO. LA OTRA REVOLUCIÓN MEXICANA






                                                                                                                   Santiago Marelli


             El 16 de mayo de 1917, en el estado mexicano de Jalisco, nació el escritor que desde el viento, el polvo, la desolación y la tristeza, hizo contar a los muertos la historia más fabulosa de la literatura latinoamericana. El título original de la novela era Los murmullos, pero Juan Rulfo la publicó en 1955 bajo el título de Pedro Páramo, un libro de 136 páginas que, según Jorge Luis Borges “es una de las mejores novelas de la literaturas de lengua hispánica, y aún de toda la literatura”.

        Borges visitó la ciudad de México en 1973, para cumplir unos "impiadosos compromisos" que, según sus palabras "confundían a un mondesto autor con un pésimo actor". No bien llegó, lo primero que Borges pidió a sus anfitriones fue encontrarse con su amigo Juan Rulfo. El encuentro fue un atardecer y el diálogo, el siguiente:


Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.

Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos “maestro”, dígame Jorge Luis.

Rulfo: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.

Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.

Rulfo: No, eso sí que no. Juan cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.

Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?

Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.

Borges: Entonces no le ha ido tan mal.

Rulfo: ¿Cómo así?

Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.

Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.

Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospechoso que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.

Rulfo: Así ya me puedo morir en serio.






                                   RULFO EN LA MEMORIA DE GARCÍA MÁRQUEZ

         Gabriel García Márquez dijo que el descubrimiento de Juan Rulfo fue un capítulo esencial en su vida de escritor. “Yo había llegado a México el mismo día en que Ernest Hemingway se dio el tiro de muerte –2 de julio de 1961–, y no sólo no había leído los libros de Juan Rulfo, sino que ni siquiera había oído hablar de él”. No era frecuente ese tipo de laguna en alguien que se mantenía muy al corriente de la actualidad literaria, y en especial de la novela en las Américas. García Márquez vivía en un departamento con su esposa y su primer hijo, tenía entonces treinta y dos años, y quería hacer guiones de cine en México. Sólo había publicado una novela, La HojarascaUn día, Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisoS con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y se lo extendió muerto de risa:

– ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!

Era Pedro Páramo. Cuenta García Márquez: “Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá –casi diez años atrás– había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El Llano en Llamas, y el asombro permaneció intacto. Mucho después, en la antesala de un consultorio, encontré una revista médica con otra obra maestra desbalagada: La herencia de Matilde Arcángel. El resto de aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores.”

Llegó a aprenderse de memoria párrafos completos de Pedro Páramo. Él iba más lejos aún: “podía recitar el libro completo, al derecho y al revés”.




                       EDUARDO GALEANO Y EL SIGLO DE PEDRO PÁRAMO.

El siglo del viento, el tercer tomo de la trilogía de Eduardo Galeano titulada Memorias del fuego, tiene un epígrafe de Juan Rulfo: “y agarrándonos del viento con las uñas”. Cuando se le preguntó a Galeano por los mayores escritores latinoamericanos, dijo que sus tres escritores preferidos eran: “Juan Rulfo, Juan Rulfo y Juan Rulfo”. Nadie como Rulfo, pensaba Galeano, para contemplar esa tierra áspera en que los vivos son muertos que disimulan. En el silencio de Rulfo, Galeano escuchaba latir otro. “Hace quince años dijo lo que tenía que decir, en una novela corta y unos pocos relatos, y desde entonces calla. O sea: hizo el amor de hondísima manera y después se quedó dormido.”

Es con Juan Rulfo que Eduardo Galeano aprende la de sobriedad y economía verbales: “Él me enseñó que se escribe con el lápiz, pero que ante todo debe cortarse con el hacha. Además de admirarlo se sentía muy cercano de él afectivamente. Y quiso que el mexicano conociera a otro de sus maestros y amigos: Juan Carlos Onetti. La oportunidad fue un congreso de escritores hispanoamericanos, en las Islas Canarias, en 1979. Llegaron todos los escritores al Aeropuerto, y se fueron distribuyendo en los ómnibus que los llevarían hasta el hotel. Rulfo y Onetti se acercaron a Galeano y lo tomaron cada uno de un brazo para salvarse de los incómodos. Galeano logró sentarlos juntos y se ubicó detrás de ellos para que nadie se les arrimara y, de esa manera, ser testigo privilegiado de un diálogo que sospechaba histórico. Recordaba Galeano: “El trayecto hasta el hotel fue de casi una hora, y ellos dos sentados juntos. No se hablaron ni una palabra. Los dos calladitos, ni se miraban siquiera. Como asustados cada uno del otro”.

           A la muerte de Juan Rulfo –ocurrida el 7 de enero de 1986-, se encontró en su biblioteca un ejemplar de Pedro Páramo con una dedicatoria a Eduardo Galeano, fechada en Venecia, en mayo de 1978: “Para Eduardo Galeano, con toda la admiración y la profunda y sempiterna amistad de siempre”.





                                                          EL SILENCIERO

Las obras completas de Juan Rulfo, si se suma a la novela los cuentos de El llano en llamas –libro publicado dos años antes de Pedro Páramo- apenas si sobrepasan las 300 páginas pero, como dijo García Márquez: “ son casi tantas, y creo que tan perdurables, como las que conocemos de Sófocles”. Eduardo Galeano agregó: “Juan Rulfo dijo lo que tenía que decir en pocas páginas, puro hueso y carne sin grasa, y después guardó silencio”.

¿Por qué escribió tan poco alguien tan dotado para la literatura?. El propio Juan Rulfo dio una explicación: el empleo en la administración pública no le daba tiempo para escribir. Para muchos ese argumento no es del todo convincente. Lo cierto es que este escritor que huía de los reportajes y de cualquier otra forma de publicidad, dejó inconclusa una novela, a estas alturas, mítica: La Cordillera, quizá porque no la consideraba a la altura de lo ya escrito, y que el propio Rulfo dijo que no terminó de escribirla debido a la cantidad de sangre que empapaba sus páginas, y que él ya no quería teñir de sangre la literatura mexicana.

Él último libro que se publicó de Juan Rulfo da cuenta de su pasión por la fotografía –a su muerte, se encontraron cerca de 7.000 negativos en caja de zapatos-.


Los libros de Juan Rulfo atraviesan indemnes los años, con sus tumbas inquietas y sus muertos que nos piden los ayudemos con alguna oración a encontrar el descanso eterno. La prueba de su originalidad es que hasta la fecha no han aparecido imitadores buenos.

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