LA
PESTE: LA HUMANIDAD AL DESCUBIERTO
Por Adriana
De Stéfano
Licenciada
en psicología, periodista y traductora. Psicoanalista en consultorio
particular en la ciudad de Buenos Aires.
Deja que todo acontezca
lo bello y lo terrible
sólo
sigue adelante
ningún sentimiento es definitivo
Rainer
María Rilke
Los seres hablantes,
como nos gusta decir a los psicoanalistas para referirnos al género
humano, vivimos con la ilusión de que podemos controlarlo todo, o
casi todo.
Sin embargo, Freud,
el padre del psicoanálisis, se encargó de demostrarnos que sucede
exactamente lo contrario. El maestro vienés postula que la humanidad
ha sufrido, a lo largo de la historia, tres heridas a su narcisismo.
La primera, de manos de Copérnico quien, allá por el siglo XVI,
descubre que el Sol es el centro del universo, tirando por tierra la
imperante teoría geocéntrica.
Luego, ya en el
siglo XIX, hace su aparición Charles Darwin, quien viene a
anoticiarnos, a partir de la teoría de la evolución biológica, de
que el hombre es un modesto descendiente del mono, es decir que, a
diferencia de lo que se pensaba, no ocupa un lugar privilegiado en el
orden de la creación. Segunda herida, profunda, a nuestro amor
propio.
Y más tarde, ya a
comienzos del siglo XX, Sigmund Freud descubre el inconsciente, esa
instancia psíquica que nos lleva de las narices. Perdida queda,
entonces, la ilusión de que hacemos lo que se nos da la gana,
guiados por la conciencia o por la voluntad.
No obstante, nos
suele resultar más conveniente, a los fines de la defensa, desmentir
esta cuestión y sostener, a toda costa, que podemos con todo, en un
infructuoso intento inconsciente por negar la castración: la
finitud, el no saber. Dicha ilusión, que se pone en juego a nivel de
la singularidad de cada quien, también comanda la vida en sociedad.
Los avances científicos y tecnológicos y las reglas de juego del
capitalismo a ultranza no hacen más que contribuir, de manera
inequívoca, a engordar la quimera de que todo-es-posible.
Sin embargo, varios
han sido los momentos, a lo largo de la historia de la humanidad, en
que dicho anhelo fue puesto en jaque. Y a nosotros, habitantes de
este inquietante 2020, nos ha tocado transitar uno de ellos.
¿Podríamos pensarnos entonces, en tanto género humano, como
padecientes de una nueva herida a nuestro narcisismo?
En el año 1974, el
psicoanalista francés Jacques Lacan, profetizó:
“¿Y si todo
saltara? ¿Y si el mundo fuera barrido por una horda de esas
bacterias? (... ). Lo he anunciado: lo real tomará la delantera,
como siempre, y nosotros estaremos, como siempre, perdidos.”
Inesperadamente, un
virus desconocido al que se le ha dado el nombre de Covid-19,
comienza a reproducirse a tal velocidad que se convierte en una
pandemia que nos deja perplejos y que, con total impunidad, alcanza
cada rincón del planeta. De manera instantánea, quedan abolidas las
diferencias entre los seres humanos: todos y cada uno de nosotros nos
hemos transformado en potenciales víctimas de la epidemia. Quedamos
confrontados, de la noche a la mañana, a un límite que se nos
impone desde afuera, sumidos, diría, en una escena que deviene
surrealista. Confinados en nuestras casas, todo nuestro ser se pone
en jaque: se conmueven nuestros hábitos, nuestra manera de
vincularnos. Empezamos a extrañar cuestiones en las que, por
habituales, quizás ni siquiera reparábamos: la presencia de los
cuerpos, el sostén de la mirada, de la voz, del abrazo, de la
caricia. De pronto, se ve reducida notablemente la franja de lo
posible: dentro de los límites de nuestros hogares, es preciso, más
que nunca, poner en juego la creatividad de modo de hacer transcurrir
un tiempo que parece congelado.
Indudablemente,
experimentamos una gama de sentimientos que, si bien no suelen sernos
desconocidos, se nos hacen carne con inusual intensidad: frustración,
irritabilidad, tristeza, desgano, extrañamiento. A la cabeza,
seguramente, la angustia.
Suele decirse que
cada quien muere acorde a cómo ha vivido. Podríamos decir,
asimismo, que cada uno transcurre la cuarentena de la manera en que
vive. Esto es, cada persona, en su singularidad, pondrá a jugar esos
recursos simbólicos con los que cuenta y se verá confrontada con
sus propios límites, con eso que le hace tope.
El desafío, sin
dudas, consiste en no quedarnos en una posición pasivizada,
sufriente. La apuesta es, hoy más que nunca, al deseo que nos
habita.
PONDERANDO
EL SOSIEGO (UN INTERMEZZO)
Por Guadalupe
Yepes
Realizadora
integral. Es actriz, guionista, directora y productora. Nació en
Buenos Aires . Vivió 18 años en New York y Los Ángeles, donde se
formó y trabajó como actriz. Ganadora de varios premios
internacionales con sus películas, hoy se encuentra desarrollando su
próximo largometraje, “Desbarrancada”, una ficción ubicada en
el año 1977 sobre
una mujer burguesa casada con un poderoso empresario estrechamente
vinculado a la
dictadura militar, que se rebela ante la desaparición forzada de su
mejor amiga, poniendo en riesgo su propia vida”.
Acá,
en un intento de ser parte de la discusión colectiva, observo que la
productividad artística continúa siendo en mí aquel eterno aliado
en la sublimación de lo real. Las contradicciones y la angustia son
los ingredientes más presentes del verdadero enemigo: el miedo.
¿Cómo reacomodo mi eje a esos cambios externos? Trato de guiar mi
atención a lo que está pasando, entrar en un estado de conciencia
que traiga la información que necesito para nutrir mis decisiones y
acciones. Esta nueva ¨normalidad¨ hacia la que nos dirigimos
requiere de una nueva ecualización del crecimiento personal para
poder abarcar los cambios venideros: bajar el ego, subir la empatía
y conectarnos con nuestra humanidad. Salir de los surcos de mi mente,
aquietarla, para volver al corazón. La ganancia en la posibilidad de
abrir la sensibilidad y dejarla emanar, oír con la piel la
información que me trae la quinta dimensión, el fluir en lentitud
que conlleva conciencia. Al cuestionarme que me constituye, aparece
el placer en la sensación de poder auto gestionar algún cambio en
ese micro mundo que me compone, como si esta crisis me diera la
oportunidad de enfrentarme a mí misma y reconocerme como el más
grande de mis obstáculos. Me preparo para este extraordinario reto,
cambiarme a misma, que esa metamorfosis sea el antídoto para
atravesar esta crisis. Compongo una estrategia de resistencia, muno
mi caja de herramientas, me permito un minuto de pánico diario,
reconocerlo. No ser el receptáculo, sino abrazar la incertidumbre.
Acordarme de mi fragilidad y venerarla. Elegir mis pensamientos, esas
nubes que veo pasar cuando estoy en silencio, para que mis actitudes
le den paz a mi corazón. Caigo en mi agujero interior, a sabiendas
que solo así podré atravesar el portal que este intermezzo me
propone. Desarrollo la amplitud de la vista del águila. Me
despierto, me acaricio y me recuerdo en voz alta que estoy muy bien.
Encuentro espacios temporales diarios, ya sean de meditación o de
simple observación, en donde puedo abandonar la intención y la
ambición. Al soltar el control es donde encuentro la libertad tan
anhelada. Irradio en mis labios y mi ser la calidez de la sonrisa de
la Gioconda, feliz y sin culpa, resistiendo a través de la alegría.
Foto:
Adolfo Rozenfeld
LA PANDEMIA ES
COMO EL FUEGO
Por Marina
Zeising
Guoinista,
realizadora audiovisual y docente.. Ha trabajado con los directores
argentinos Jorge Gaggero, Gustavo Garzón, Enrique Piñeyro, Esteban
Schroeder, Gonzalo Arijón, Sergio Ghizzardi y Jana Bokova, entre
otros. En 2006 funda su propia productora y distribuidora ACTITUD
CINE. En 2014 estrena HABITARES, su primer largometraje documental
como directora participando en festivales y mercados como Visions du
Reel 2014. En 2017 estrena su segundo largometraje documental LANTÉC
CHANÁ sobre el último Chaná parlante, seleccionado en el Festival
de La Habana entre otros festivales y mercados. LA LUPA es su tercer
largometraje documental. Asimismo produjo la serie de TV, CONURBANO
dirigida por Jorge Gaggero para Canal Encuentro.
El fuego fue usado desde los comienzos de la humanidad
como fin y comienzo de algo. Para terminar con el frío y darse de un
poco de calor, para alimentarse y saciar el hambre, para dar señales
de existencia y salvarse, para moldear cerámicas y perpetuarse, para
quemar cuerpos en urnas funerarias y duelar, para crear utensilios,
lanzas y tantos otros usos que aún desconocemos pero que los
arqueólogos y antropólogos estudian sigilosamente de nuestros
pueblos antiguos. También el fuego ha sido usado para dañar, ha
arrasado con imperios y se ha descontrolado. Y esta pandemia es como
el fuego.
En 2019 se desarrollaron incendios en el Amazonas y en
Australia que nos hacían doler el alma por la crueldad de ver a
nuestra fauna y flora quemándose viva junto a los pueblos
originarios que vivían en lo poco que les quedaba, siempre oprimidos
como muestro en mi documental “Lantéc Chaná”. Cuando digo
“nuestra” es porque, el solo sentimiento de empatía nos llamaba
a pensar el planeta como una unidad. Pero el afán del mercado
liberal que quiere producir y vendernos lo que no necesitamos para
vivir, solo para hacer dinero y ampliar las desigualdades sociales,
es la responsable, de la contaminación y el calentamiento global.
Una joven Greta y sus seguidores, también nos lo venían anunciando.
Pero el capitalismo salvaje y sus gobiernos neoliberales continuaron
como si nada.
Mientras esto sucedía, en mi vida Argentina, sobre
exigida por el stress que me produjo como mujer que se mantiene sola
trabajando en la cultura y la educación, tras cuatro años de
neoliberalismo salvaje que impactó en mi salud, la poco comprensión
y empatía que encontré en mi entorno, no así en mis colegas,
decidí para darme un espacio de respiro y naturaleza, asociarme a un
club. A partir de diversas señales que la vida me brindó, me dejé
llevar por mi intuición de desistir continuar asistiendo. A los días
de mi decisión, se quemó ese club. Nunca se supo los motivos. En
esos pocos días cambió el gobierno y mi vida comenzó a
reordenarse. Brindé por toda la resistencia que hicimos desde
nuestro sector frente a ese terremoto de un falso cambio con el que
pagamos un costo muy alto por tanta ingenuidad en la que sucumbió
gran parte de la sociedad Argentina manipulada por los multimedios.
Y como si esto no hubiera sido poco, cuando empezaba a
reconstruirme, aconteció en el mundo una pandemia: el Covid-19. Así
iniciamos el 2020. Cuando el hombre no se pone límites se los pone
la naturaleza. La finitud parece inminente y casi azarosa. Ya el ser
humano abandona sus jerarquías clasicistas para encontrarse todos
igual frente a una pandemia. La idea de la jerarquía capitalista se
derrumba. Las potencias no resultan ahora el modelo a seguir como
siempre impusieron.
Los conceptos de “vida” y
“deseos” comenzaron a mutar en todos, algo que en mi fuero íntimo
ya venía atravesando desde que hice la película ”La
Lupa”. Como si
estuviera en sintonía con el pedido que nos hace la naturaleza a
través de este virus, independientemente que su origen haya sido
provocado en un laboratorio por el mismo humano, como lo creo, o no.
En cualquier caso el responsable es el humano y este virus nos viene
a decir que paremos, que nos guardemos, que reflexionemos. Y en este
texto plasmo mis propias reflexiones desde el confinamiento. Como
directora de cine que soy, observo no solo a los que llevan una vida
pública sino a nuestras vidas privadas como impacta lo social en lo
individual. Hablando con amigos coincidimos que los que transitamos
esta pandemia viviendo solos y dentro de estas limitaciones y los
temores naturales, intentamos disfrutar de ello, mientras observamos
como muchos se asustan con encontrarse en soledad. En este estado de
aislamiento, viviendo sola, si hay algo que no encontré fue soledad.
Por empezar en mi rol de docente me encontré realizando
un fuerte trabajo de transposición del aula real, al aula virtual,
tratando de contener a mis alumnos y que no pierdan el interés. Todo
un desafío.
Como cineasta no me estoy exigiendo demasiado porque
tampoco se puede hacer mucho. A nuestro medio le impactó fuertemente
la pandemia, no hay rodajes, y las películas solo se pueden estrenar
online. Básicamente no hay trabajo para nadie. Y estamos muy
preocupados. Sin embargo, en esta pandemia a veces filmo algunas
escenas que van ocurriendo. Lo hago como ejercicio o como una
necesidad expresiva porque lo audiovisual ya es parte de mi
identidad. Veré si después le doy alguna forma concreta.
Pero también esta pandemia me genera cierto temor real
a la finitud. Intento reconciliarme con algún hombre con el que
alguna vez me enojé mucho, aunque haya tenido mis razones valederas,
pienso que nunca es sano dejar un vínculo atascado en el
resentimiento. Me sincero. Busco limpiarlo, transformarlo, recrearlo,
pero, resulta en vano... Una vez más demuestra que yo estoy más
interesada en ello, que él. Me siento una flor acariciando a una
piedra atascada en el fondo de un naufragio.
La pandemia me frena. Me hace perder
interés en el exceso de contactos sociales. Solo recurro a contactos
mínimos necesarios y que me generan un clima vincular cálido y
conversaciones sociales interesantes a través de las plataformas de
videoconferencia. Redes sociales. Tecnología. Lo que nos une y nos
separa. Les presto menos atención, los miro pero con prudente
distancia interviniendo solo cuando lo considero realmente necesario.
Necesitaba descansar. Solo me interesan los que comparten arte,
causas justas o reflexiones interesantes. Me aburren exponencialmente
los que se muestran felices cuando desbordan de ansiedad y un ego
desmesurado con los que disimulan socialmente sus angustias
cotidianas. Entro a twitter para ver memes
y solo veo insultos. Como dijo un conocido, “es la cueva del odio”.
Facebook es mi red social amiga, juego a usarla para conectarme con
otros conocidos o no, que estén en mi misma sintonía. Así vivo más
tranquila y no me dejo intoxicar con desinformación y personas
violentas que se esconden en el anonimato de un usuario virtual, a
veces como personas reales, otras como empleados pagos por una
agencia de trolls. En Youtube escucho audiovisuales de gente que me
interesa puntualmente, que tiene una mirada más holística de la
vida, independientemente de su disciplina porque al fin y al cabo
muchos buscamos encontrar a través de diversas herramientas
saludables como vivir en paz.
Agradezco no tener televisión. Solo pienso en reducir
mis servicios capitalistas al mínimo posible. Pienso de qué
multinacional extranjera de servicios puedo deshacerme los próximos
meses. Volverme más austera.
En la quietud, habiendo recuperado mi hogar, luego de
los cuatro años nefastos de neoliberalismo que me lo destruyó, me
reencontré en el Conurbano donde quería volver, con sus sonidos,
sus pájaros y los ruidos de los vecinos que no me molestan, porque
desarrollé una curiosa tolerancia de la que yo misma me sorprendo.
Es posible que sea mi fuerte deseo que concreté de recuperar mi
hogar que el neoliberalismo me arrebató. Me reencuentro con la
poesía, leo alguno libros que me presta mi madre, sin presionarme,
solo cuando logro concentrarme. Disfruto demasiado cada expresión
artística para habitarla de manera forzosa. Me dejo llevar por lo
que voy sintiendo. Cocino mientras escucho los discos de vinilo que
heredé de mis familiares, que escuchaba a lo lejos, cuando era niña
y jugaba en mi cuarto. Selecciono los que me gustan, que son los que
me emocionan. Me reencontré dibujando como mis padres, tratando de
encontrar una identidad pictórica, pero aún necesito tiempo para
ello.
En este transcurrir se muere un tío mío muy querido de
Covid-19, en su país de residencia, Alemania. Esto me conmueve,
agradezco haber tenido la intuición de haberlo ido a ver a costa de
endeudarme para ello. Otra vez la intuición, la que muchos dicen que
no existe. Será que no escuchan su voz interna. No me hubiera
perdonado no haberlo visitado estando tan cerca en mi último viaje a
Europa. Reflexiono acerca de nuestro vínculo esporádico pero
sostenido en el tiempo. Pienso que a veces yo motorizo más los
vínculos que los demás. Me quedo pensando si eso es correcto. Lo
duelo haciendo un obituario hablando de ello.
Mientras realizo mis tareas hogareñas me conecto con
mis deseos y me pregunto si no es hora de sincerarlos sin
condicionamientos y aceptar que hay cosas que no puedo, pero lo que
si puedo es disfrutar de lo que pude construir hasta aquí. Aceptando
la vida que elegí, y no la que el sistema patriarcal siempre me
intentó empujar en mi condición de mujer. Reconozco que no tengo
fuerza para llevar adelante todos mis deseos. Pienso si no es más
tranquilizador renunciar al que no puedo concretar porque no tengo la
fuerza necesaria para hacerlo, y aceptar que no todo lo podemos. Que
hacemos lo que podemos con la historia que nos tocó. Pensar en esta
opción es la elección que más paz me brinda, la que me habilita a
abrirme y conectarme a todas estas expresiones y contactos con más
tranquilidad.
Los que estamos viviendo solos no estamos solos, estamos
con toda esta cosecha dentro nuestro. Lejos estamos de estar solos,
es tanto lo que se puede cultivar que nunca se está solo si uno
decide conectarse con sus emociones, darse espacio para reflexionar,
enriquecerse y no escaparse debajo de vínculos insanos por miedo a
encontrarse con todo esto, con lo que podemos y con lo que no. Y el
deseo es como el fuego.
Porque con el fuego termina y nace todo. Y esta pandemia
nos desafía y no saldremos iguales porque como dice la frase que
circula por las redes, ojala no volvamos a la normalidad porque la
normalidad era el problema.