martes, 5 de mayo de 2020

TRES MIRADAS SOBRE LA CUARENTENA



         

             LA PESTE: LA HUMANIDAD AL DESCUBIERTO




                                                                                                           Por Adriana De Stéfano



Licenciada en psicología, periodista y traductora. Psicoanalista en consultorio particular en la ciudad de Buenos Aires.


Deja que todo acontezca
lo bello y lo terrible
sólo sigue adelante
ningún sentimiento es definitivo
                                                                                                                                                                      Rainer María Rilke


Los seres hablantes, como nos gusta decir a los psicoanalistas para referirnos al género humano, vivimos con la ilusión de que podemos controlarlo todo, o casi todo.

Sin embargo, Freud, el padre del psicoanálisis, se encargó de demostrarnos que sucede exactamente lo contrario. El maestro vienés postula que la humanidad ha sufrido, a lo largo de la historia, tres heridas a su narcisismo. La primera, de manos de Copérnico quien, allá por el siglo XVI, descubre que el Sol es el centro del universo, tirando por tierra la imperante teoría geocéntrica.

Luego, ya en el siglo XIX, hace su aparición Charles Darwin, quien viene a anoticiarnos, a partir de la teoría de la evolución biológica, de que el hombre es un modesto descendiente del mono, es decir que, a diferencia de lo que se pensaba, no ocupa un lugar privilegiado en el orden de la creación. Segunda herida, profunda, a nuestro amor propio.

Y más tarde, ya a comienzos del siglo XX, Sigmund Freud descubre el inconsciente, esa instancia psíquica que nos lleva de las narices. Perdida queda, entonces, la ilusión de que hacemos lo que se nos da la gana, guiados por la conciencia o por la voluntad.

No obstante, nos suele resultar más conveniente, a los fines de la defensa, desmentir esta cuestión y sostener, a toda costa, que podemos con todo, en un infructuoso intento inconsciente por negar la castración: la finitud, el no saber. Dicha ilusión, que se pone en juego a nivel de la singularidad de cada quien, también comanda la vida en sociedad. Los avances científicos y tecnológicos y las reglas de juego del capitalismo a ultranza no hacen más que contribuir, de manera inequívoca, a engordar la quimera de que todo-es-posible.

Sin embargo, varios han sido los momentos, a lo largo de la historia de la humanidad, en que dicho anhelo fue puesto en jaque. Y a nosotros, habitantes de este inquietante 2020, nos ha tocado transitar uno de ellos. ¿Podríamos pensarnos entonces, en tanto género humano, como padecientes de una nueva herida a nuestro narcisismo?

En el año 1974, el psicoanalista francés Jacques Lacan, profetizó:

¿Y si todo saltara? ¿Y si el mundo fuera barrido por una horda de esas bacterias? (... ). Lo he anunciado: lo real tomará la delantera, como siempre, y nosotros estaremos, como siempre, perdidos.

Inesperadamente, un virus desconocido al que se le ha dado el nombre de Covid-19, comienza a reproducirse a tal velocidad que se convierte en una pandemia que nos deja perplejos y que, con total impunidad, alcanza cada rincón del planeta. De manera instantánea, quedan abolidas las diferencias entre los seres humanos: todos y cada uno de nosotros nos hemos transformado en potenciales víctimas de la epidemia. Quedamos confrontados, de la noche a la mañana, a un límite que se nos impone desde afuera, sumidos, diría, en una escena que deviene surrealista. Confinados en nuestras casas, todo nuestro ser se pone en jaque: se conmueven nuestros hábitos, nuestra manera de vincularnos. Empezamos a extrañar cuestiones en las que, por habituales, quizás ni siquiera reparábamos: la presencia de los cuerpos, el sostén de la mirada, de la voz, del abrazo, de la caricia. De pronto, se ve reducida notablemente la franja de lo posible: dentro de los límites de nuestros hogares, es preciso, más que nunca, poner en juego la creatividad de modo de hacer transcurrir un tiempo que parece congelado.

Indudablemente, experimentamos una gama de sentimientos que, si bien no suelen sernos desconocidos, se nos hacen carne con inusual intensidad: frustración, irritabilidad, tristeza, desgano, extrañamiento. A la cabeza, seguramente, la angustia.

Suele decirse que cada quien muere acorde a cómo ha vivido. Podríamos decir, asimismo, que cada uno transcurre la cuarentena de la manera en que vive. Esto es, cada persona, en su singularidad, pondrá a jugar esos recursos simbólicos con los que cuenta y se verá confrontada con sus propios límites, con eso que le hace tope.

El desafío, sin dudas, consiste en no quedarnos en una posición pasivizada, sufriente. La apuesta es, hoy más que nunca, al deseo que nos habita.



PONDERANDO EL SOSIEGO (UN INTERMEZZO)

                                                                             Por Guadalupe Yepes



Realizadora integral. Es actriz, guionista, directora y productora. Nació en Buenos Aires . Vivió 18 años en New York y Los Ángeles, donde se formó y trabajó como actriz. Ganadora de varios premios internacionales con sus películas, hoy se encuentra desarrollando su próximo largometraje, “Desbarrancada”, una ficción ubicada en el año 1977 sobre una mujer burguesa casada con un poderoso empresario estrechamente vinculado a la dictadura militar, que se rebela ante la desaparición forzada de su mejor amiga, poniendo en riesgo su propia vida”.

Acá, en un intento de ser parte de la discusión colectiva, observo que la productividad artística continúa siendo en mí aquel eterno aliado en la sublimación de lo real. Las contradicciones y la angustia son los ingredientes más presentes del verdadero enemigo: el miedo. ¿Cómo reacomodo mi eje a esos cambios externos? Trato de guiar mi atención a lo que está pasando, entrar en un estado de conciencia que traiga la información que necesito para nutrir mis decisiones y acciones. Esta nueva ¨normalidad¨ hacia la que nos dirigimos requiere de una nueva ecualización del crecimiento personal para poder abarcar los cambios venideros: bajar el ego, subir la empatía y conectarnos con nuestra humanidad. Salir de los surcos de mi mente, aquietarla, para volver al corazón. La ganancia en la posibilidad de abrir la sensibilidad y dejarla emanar, oír con la piel la información que me trae la quinta dimensión, el fluir en lentitud que conlleva conciencia. Al cuestionarme que me constituye, aparece el placer en la sensación de poder auto gestionar algún cambio en ese micro mundo que me compone, como si esta crisis me diera la oportunidad de enfrentarme a mí misma y reconocerme como el más grande de mis obstáculos. Me preparo para este extraordinario reto, cambiarme a misma, que esa metamorfosis sea el antídoto para atravesar esta crisis. Compongo una estrategia de resistencia, muno mi caja de herramientas, me permito un minuto de pánico diario, reconocerlo. No ser el receptáculo, sino abrazar la incertidumbre. Acordarme de mi fragilidad y venerarla. Elegir mis pensamientos, esas nubes que veo pasar cuando estoy en silencio, para que mis actitudes le den paz a mi corazón. Caigo en mi agujero interior, a sabiendas que solo así podré atravesar el portal que este intermezzo me propone. Desarrollo la amplitud de la vista del águila. Me despierto, me acaricio y me recuerdo en voz alta que estoy muy bien. Encuentro espacios temporales diarios, ya sean de meditación o de simple observación, en donde puedo abandonar la intención y la ambición. Al soltar el control es donde encuentro la libertad tan anhelada. Irradio en mis labios y mi ser la calidez de la sonrisa de la Gioconda, feliz y sin culpa, resistiendo a través de la alegría. 


Foto: Adolfo Rozenfeld


          LA PANDEMIA ES COMO EL FUEGO


                                                                                                                      Por Marina Zeising



Guoinista, realizadora audiovisual y docente.. Ha trabajado con los directores argentinos Jorge Gaggero, Gustavo Garzón, Enrique Piñeyro, Esteban Schroeder, Gonzalo Arijón, Sergio Ghizzardi y Jana Bokova, entre otros. En 2006 funda su propia productora y distribuidora ACTITUD CINE. En 2014 estrena HABITARES, su primer largometraje documental como directora participando en festivales y mercados como Visions du Reel 2014. En 2017 estrena su segundo largometraje documental LANTÉC CHANÁ sobre el último Chaná parlante, seleccionado en el Festival de La Habana entre otros festivales y mercados. LA LUPA es su tercer largometraje documental. Asimismo produjo la serie de TV, CONURBANO dirigida por Jorge Gaggero para Canal Encuentro.

El fuego fue usado desde los comienzos de la humanidad como fin y comienzo de algo. Para terminar con el frío y darse de un poco de calor, para alimentarse y saciar el hambre, para dar señales de existencia y salvarse, para moldear cerámicas y perpetuarse, para quemar cuerpos en urnas funerarias y duelar, para crear utensilios, lanzas y tantos otros usos que aún desconocemos pero que los arqueólogos y antropólogos estudian sigilosamente de nuestros pueblos antiguos. También el fuego ha sido usado para dañar, ha arrasado con imperios y se ha descontrolado. Y esta pandemia es como el fuego.

En 2019 se desarrollaron incendios en el Amazonas y en Australia que nos hacían doler el alma por la crueldad de ver a nuestra fauna y flora quemándose viva junto a los pueblos originarios que vivían en lo poco que les quedaba, siempre oprimidos como muestro en mi documental “Lantéc Chaná”. Cuando digo “nuestra” es porque, el solo sentimiento de empatía nos llamaba a pensar el planeta como una unidad. Pero el afán del mercado liberal que quiere producir y vendernos lo que no necesitamos para vivir, solo para hacer dinero y ampliar las desigualdades sociales, es la responsable, de la contaminación y el calentamiento global. Una joven Greta y sus seguidores, también nos lo venían anunciando. Pero el capitalismo salvaje y sus gobiernos neoliberales continuaron como si nada.
                                                                                                                  
   Mientras esto sucedía, en mi vida Argentina, sobre exigida por el stress que me produjo como mujer que se mantiene sola trabajando en la cultura y la educación, tras cuatro años de neoliberalismo salvaje que impactó en mi salud, la poco comprensión y empatía que encontré en mi entorno, no así en mis colegas, decidí para darme un espacio de respiro y naturaleza, asociarme a un club. A partir de diversas señales que la vida me brindó, me dejé llevar por mi intuición de desistir continuar asistiendo. A los días de mi decisión, se quemó ese club. Nunca se supo los motivos. En esos pocos días cambió el gobierno y mi vida comenzó a reordenarse. Brindé por toda la resistencia que hicimos desde nuestro sector frente a ese terremoto de un falso cambio con el que pagamos un costo muy alto por tanta ingenuidad en la que sucumbió gran parte de la sociedad Argentina manipulada por los multimedios.

Y como si esto no hubiera sido poco, cuando empezaba a reconstruirme, aconteció en el mundo una pandemia: el Covid-19. Así iniciamos el 2020. Cuando el hombre no se pone límites se los pone la naturaleza. La finitud parece inminente y casi azarosa. Ya el ser humano abandona sus jerarquías clasicistas para encontrarse todos igual frente a una pandemia. La idea de la jerarquía capitalista se derrumba. Las potencias no resultan ahora el modelo a seguir como siempre impusieron.

Los conceptos de “vida” y “deseos” comenzaron a mutar en todos, algo que en mi fuero íntimo ya venía atravesando desde que hice la película ”La Lupa”. Como si estuviera en sintonía con el pedido que nos hace la naturaleza a través de este virus, independientemente que su origen haya sido provocado en un laboratorio por el mismo humano, como lo creo, o no. En cualquier caso el responsable es el humano y este virus nos viene a decir que paremos, que nos guardemos, que reflexionemos. Y en este texto plasmo mis propias reflexiones desde el confinamiento. Como directora de cine que soy, observo no solo a los que llevan una vida pública sino a nuestras vidas privadas como impacta lo social en lo individual. Hablando con amigos coincidimos que los que transitamos esta pandemia viviendo solos y dentro de estas limitaciones y los temores naturales, intentamos disfrutar de ello, mientras observamos como muchos se asustan con encontrarse en soledad. En este estado de aislamiento, viviendo sola, si hay algo que no encontré fue soledad.

Por empezar en mi rol de docente me encontré realizando un fuerte trabajo de transposición del aula real, al aula virtual, tratando de contener a mis alumnos y que no pierdan el interés. Todo un desafío.

Como cineasta no me estoy exigiendo demasiado porque tampoco se puede hacer mucho. A nuestro medio le impactó fuertemente la pandemia, no hay rodajes, y las películas solo se pueden estrenar online. Básicamente no hay trabajo para nadie. Y estamos muy preocupados. Sin embargo, en esta pandemia a veces filmo algunas escenas que van ocurriendo. Lo hago como ejercicio o como una necesidad expresiva porque lo audiovisual ya es parte de mi identidad. Veré si después le doy alguna forma concreta.

Pero también esta pandemia me genera cierto temor real a la finitud. Intento reconciliarme con algún hombre con el que alguna vez me enojé mucho, aunque haya tenido mis razones valederas, pienso que nunca es sano dejar un vínculo atascado en el resentimiento. Me sincero. Busco limpiarlo, transformarlo, recrearlo, pero, resulta en vano... Una vez más demuestra que yo estoy más interesada en ello, que él. Me siento una flor acariciando a una piedra atascada en el fondo de un naufragio.

La pandemia me frena. Me hace perder interés en el exceso de contactos sociales. Solo recurro a contactos mínimos necesarios y que me generan un clima vincular cálido y conversaciones sociales interesantes a través de las plataformas de videoconferencia. Redes sociales. Tecnología. Lo que nos une y nos separa. Les presto menos atención, los miro pero con prudente distancia interviniendo solo cuando lo considero realmente necesario. Necesitaba descansar. Solo me interesan los que comparten arte, causas justas o reflexiones interesantes. Me aburren exponencialmente los que se muestran felices cuando desbordan de ansiedad y un ego desmesurado con los que disimulan socialmente sus angustias cotidianas. Entro a twitter para ver memes y solo veo insultos. Como dijo un conocido, “es la cueva del odio”. Facebook es mi red social amiga, juego a usarla para conectarme con otros conocidos o no, que estén en mi misma sintonía. Así vivo más tranquila y no me dejo intoxicar con desinformación y personas violentas que se esconden en el anonimato de un usuario virtual, a veces como personas reales, otras como empleados pagos por una agencia de trolls. En Youtube escucho audiovisuales de gente que me interesa puntualmente, que tiene una mirada más holística de la vida, independientemente de su disciplina porque al fin y al cabo muchos buscamos encontrar a través de diversas herramientas saludables como vivir en paz.

Agradezco no tener televisión. Solo pienso en reducir mis servicios capitalistas al mínimo posible. Pienso de qué multinacional extranjera de servicios puedo deshacerme los próximos meses. Volverme más austera.

En la quietud, habiendo recuperado mi hogar, luego de los cuatro años nefastos de neoliberalismo que me lo destruyó, me reencontré en el Conurbano donde quería volver, con sus sonidos, sus pájaros y los ruidos de los vecinos que no me molestan, porque desarrollé una curiosa tolerancia de la que yo misma me sorprendo. Es posible que sea mi fuerte deseo que concreté de recuperar mi hogar que el neoliberalismo me arrebató. Me reencuentro con la poesía, leo alguno libros que me presta mi madre, sin presionarme, solo cuando logro concentrarme. Disfruto demasiado cada expresión artística para habitarla de manera forzosa. Me dejo llevar por lo que voy sintiendo. Cocino mientras escucho los discos de vinilo que heredé de mis familiares, que escuchaba a lo lejos, cuando era niña y jugaba en mi cuarto. Selecciono los que me gustan, que son los que me emocionan. Me reencontré dibujando como mis padres, tratando de encontrar una identidad pictórica, pero aún necesito tiempo para ello.

En este transcurrir se muere un tío mío muy querido de Covid-19, en su país de residencia, Alemania. Esto me conmueve, agradezco haber tenido la intuición de haberlo ido a ver a costa de endeudarme para ello. Otra vez la intuición, la que muchos dicen que no existe. Será que no escuchan su voz interna. No me hubiera perdonado no haberlo visitado estando tan cerca en mi último viaje a Europa. Reflexiono acerca de nuestro vínculo esporádico pero sostenido en el tiempo. Pienso que a veces yo motorizo más los vínculos que los demás. Me quedo pensando si eso es correcto. Lo duelo haciendo un obituario hablando de ello.

Mientras realizo mis tareas hogareñas me conecto con mis deseos y me pregunto si no es hora de sincerarlos sin condicionamientos y aceptar que hay cosas que no puedo, pero lo que si puedo es disfrutar de lo que pude construir hasta aquí. Aceptando la vida que elegí, y no la que el sistema patriarcal siempre me intentó empujar en mi condición de mujer. Reconozco que no tengo fuerza para llevar adelante todos mis deseos. Pienso si no es más tranquilizador renunciar al que no puedo concretar porque no tengo la fuerza necesaria para hacerlo, y aceptar que no todo lo podemos. Que hacemos lo que podemos con la historia que nos tocó. Pensar en esta opción es la elección que más paz me brinda, la que me habilita a abrirme y conectarme a todas estas expresiones y contactos con más tranquilidad.

Los que estamos viviendo solos no estamos solos, estamos con toda esta cosecha dentro nuestro. Lejos estamos de estar solos, es tanto lo que se puede cultivar que nunca se está solo si uno decide conectarse con sus emociones, darse espacio para reflexionar, enriquecerse y no escaparse debajo de vínculos insanos por miedo a encontrarse con todo esto, con lo que podemos y con lo que no. Y el deseo es como el fuego.

Porque con el fuego termina y nace todo. Y esta pandemia nos desafía y no saldremos iguales porque como dice la frase que circula por las redes, ojala no volvamos a la normalidad porque la normalidad era el problema.

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