El 24 de junio de 1909 nació
en el barrio de Almagro –Buenos Aires-, el poeta de todos los
caminos, bebedor andariego y jubiloso, santo patrono de la
titiritería andante. Un hombre que sabía
muchas cosas: por las despedidas se inventaron los viajes; el beber
no ocupa lugar; una hoja planeando ya es otoño; nada es de nadie;
las cerraduras obedecen al ladrón, jamás al cerrajero; pecado es
no pecar, y muchas cosas más, entre las cuales, no es la menos
sabia: todo se puede perder menos la sed. Fue, sin duda, un personaje
nacido de su propia pluma; alguien que se eligió a sí mismo desde
una innegociable voluntad libertaria. Su propia vida fue su mayor
creación artística. Calibán
festeja su cumpleaños con las palabras que el poeta e intelectual
cubano Roberto Fernández Retamar escribiera para “La poesía en
mameluco” –libro de Sergio Marelli publicado por Editorial
Corregidor-, y una evocación –expresamente hecha para nosotros-
del músico Miguel Angel Estrella. Para que la fiesta sea completa,
van tres poemas inéditos de Javier Villafañe.
. . .
Javier Villafañe era el hombre más parecido a una
fiesta que nunca encontré. La última vez que le vi fue en la Feria
del Libro de Buenos Aires, en 1993. Fue uno de los que presentaron en
ella mi libro “Fervor de la Argentina”. Y Javier dijo en esa
ocasión (como solía hacer) cosas tan lindas, tan imaginativas, tan
pompas de jabón, tan pájaros dorados, tan titirisueños, que me
hubiera encantado ser yo el autor de eso que él estaba presentando,
no meramente del libro de verdad. Algún día debo escribir ese
libro, el que él presentó. Es una deuda más que tengo con él.
Lo
conocí personalmente cuando fue jurado del Premio Casa de las
Américas, en 1975. Andaba siempre con su mameluco. Nosotros lo
llamamos a esa ropa, por influencia yanqui, overall (lo pronunciamos,
claro, overol). Los españoles, con más gracia, le llaman mono. El
caso es que Javier andaba siempre con un overol, de algún color. Yo
lo llamaba, glosando a Maicovkski, “la nube en overol”. Y el día
en que iban a entregarse los premios, a lo que seguiría una
recepción, le sugerí, no sin timidez (y con bastante tontería),
que usara una ropa más a tono con la ocasión. Me respondió de
inmediato que había entendido y que actuaría en consecuencia. De
modo que esa noche se presentó con un overol…blanco.
Era
su ropa de lujo.
Me
lo imagino en el cielo, con su overol blanco, inventando el mundo tal
como debería ser, para consolarnos del mundo tal como es. Fue un
anunciador del porvenir que merecemos.
Bauticemos a una estrella radiante con su nombre. Así
podremos decir cada noche: “Ya salió Javier.
Bajo su luz se deben
estar besando nuevos novios.
Roberto Fernández Retamar
. . .
Nací en una casa tucumana repleta
de libros: una madre y un padre que nos educaban con poemas de Rubén
Darío, García Lorca... frecuentes visitas de Atahualpa Yupanqui.
Entre los notables q pasaban
largas temporadas en nuestra casa, sería imposible describir lo que
en mi sembró el inolvidable Javier Villafañe. También el recuerdo
de Elba, su adorable compañera.
Con su particular modo de expresar
su inagotable talento, lograba meterse en nuestras cabecitas
infantiles sumergiéndonos en el mundo irresistible y a veces
inquietante de los títeres.
Siempre supe que ese fabuloso
escenario pobló los propios a lo largo de mi vida.
Por algo no dudé en llamar a mi
primer hijo... Javier.
Javier Villafañe sigue vivo en
todos a los que nos ha tocado su humanismo y su arte.
Miguel Angel Estrella
. . .
CANTO AL SAPO
Sapo:
su
música es maravillosa.
Ha
llovido y seguirá lloviendo,
usted
lo dice.
Hay
que ir ahora de puerta en puerta,
a
la casa de la modista,
del
maestro de escuela,
del
panadero,
del
herrero,
del
músico
y
pedirles que apaguen la luz
y
cierren la radio o el televisor
para
oírlo a usted,
solamente
a usted a oscuras
con
el cielo y la noche,
a
usted que sabe tanto
y
dice todo lo que sabe
con
su boca enorme,
con
su garganta enorme
en
donde late el pulso de la tierra.
EL DESESPERADO
Se
le rompió la soga cuando se estaba ahorcando
y
cayó de culo al suelo. Se levantó, miró la viga
el
nudo que hizo tan despacio y pensando
el
canario en la jaula, el malvón que había olvidado
de
regar y salió a la calle con la mortaja puesta
y
un ardor en el cuello que quemaba. Llegó al bar
de
la esquina y pidió, para empezar, una ginebra doble.
LAS HERMANAS SIAMESAS
Eran
huérfanas y circenses. No podía vivir la una sin la otra.
Un
faquir, por si acaso, mordía el filo de los cuchillos.
El
abuelo las paseaba en una jaula de oro.
En
los aeropuertos compraban perfumes de religiones importadas.
Se
peinaban en las gotas de lluvia y reían sin piedad del público que
las aplaudía
y
lo bañaban en orines frescos
(Era
un número fuera de programa)
Buscaban
un amante con un sexo en cada oreja y lo encontraron a media luz,
en
Buenos Aires, en la calle Corrientes 348 segundo piso, ascensor.