miércoles, 24 de junio de 2020

JAVIER VILLAFAÑE. La poesía en mameluco



El 24 de junio de 1909 nació en el barrio de Almagro –Buenos Aires-, el poeta de todos los caminos, bebedor andariego y jubiloso, santo patrono de la titiritería andante. Un hombre que sabía muchas cosas: por las despedidas se inventaron los viajes; el beber no ocupa lugar; una hoja planeando ya es otoño; nada es de nadie; las cerraduras obedecen al ladrón, jamás al cerrajero; pecado es no pecar, y muchas cosas más, entre las cuales, no es la menos sabia: todo se puede perder menos la sed. Fue, sin duda, un personaje nacido de su propia pluma; alguien que se eligió a sí mismo desde una innegociable voluntad libertaria. Su propia vida fue su mayor creación artística. Calibán festeja su cumpleaños con las palabras que el poeta e intelectual cubano Roberto Fernández Retamar escribiera para “La poesía en mameluco” –libro de Sergio Marelli publicado por Editorial Corregidor-, y una evocación –expresamente hecha para nosotros- del músico Miguel Angel Estrella. Para que la fiesta sea completa, van tres poemas inéditos de Javier Villafañe.

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Javier Villafañe era el hombre más parecido a una fiesta que nunca encontré. La última vez que le vi fue en la Feria del Libro de Buenos Aires, en 1993. Fue uno de los que presentaron en ella mi libro “Fervor de la Argentina”. Y Javier dijo en esa ocasión (como solía hacer) cosas tan lindas, tan imaginativas, tan pompas de jabón, tan pájaros dorados, tan titirisueños, que me hubiera encantado ser yo el autor de eso que él estaba presentando, no meramente del libro de verdad. Algún día debo escribir ese libro, el que él presentó. Es una deuda más que tengo con él.

Lo conocí personalmente cuando fue jurado del Premio Casa de las Américas, en 1975. Andaba siempre con su mameluco. Nosotros lo llamamos a esa ropa, por influencia yanqui, overall (lo pronunciamos, claro, overol). Los españoles, con más gracia, le llaman mono. El caso es que Javier andaba siempre con un overol, de algún color. Yo lo llamaba, glosando a Maicovkski, “la nube en overol”. Y el día en que iban a entregarse los premios, a lo que seguiría una recepción, le sugerí, no sin timidez (y con bastante tontería), que usara una ropa más a tono con la ocasión. Me respondió de inmediato que había entendido y que actuaría en consecuencia. De modo que esa noche se presentó con un overol…blanco.

Era su ropa de lujo.

Me lo imagino en el cielo, con su overol blanco, inventando el mundo tal como debería ser, para consolarnos del mundo tal como es. Fue un anunciador del porvenir que merecemos.

Bauticemos a una estrella radiante con su nombre. Así podremos decir cada noche: “Ya salió Javier. 

Bajo su luz se deben estar besando nuevos novios.

                                                                                                      Roberto Fernández Retamar
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Nací en una casa tucumana repleta de libros: una madre y un padre que nos educaban con poemas de Rubén Darío, García Lorca... frecuentes visitas de Atahualpa Yupanqui.

Entre los notables q pasaban largas temporadas en nuestra casa, sería imposible describir lo que en mi sembró el inolvidable Javier Villafañe. También el recuerdo de Elba, su adorable compañera.

Con su particular modo de expresar su inagotable talento, lograba meterse en nuestras cabecitas infantiles sumergiéndonos en el mundo irresistible y a veces inquietante de los títeres.

Siempre supe que ese fabuloso escenario pobló los propios a lo largo de mi vida.

Por algo no dudé en llamar a mi primer hijo... Javier.

Javier Villafañe sigue vivo en todos a los que nos ha tocado su humanismo y su arte.

  Miguel Angel Estrella
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CANTO AL SAPO

Sapo:
su música es maravillosa.
Ha llovido y seguirá lloviendo,
usted lo dice.
Hay que ir ahora de puerta en puerta,
a la casa de la modista,
del maestro de escuela,
del panadero,
del herrero,
del músico
y pedirles que apaguen la luz
y cierren la radio o el televisor
para oírlo a usted,
solamente a usted a oscuras
con el cielo y la noche,
a usted que sabe tanto
y dice todo lo que sabe
con su boca enorme,
con su garganta enorme
en donde late el pulso de la tierra.


EL DESESPERADO

Se le rompió la soga cuando se estaba ahorcando
y cayó de culo al suelo. Se levantó, miró la viga
el nudo que hizo tan despacio y pensando
el canario en la jaula, el malvón que había olvidado
de regar y salió a la calle con la mortaja puesta
y un ardor en el cuello que quemaba. Llegó al bar
de la esquina y pidió, para empezar, una ginebra doble.



LAS HERMANAS SIAMESAS

Eran huérfanas y circenses. No podía vivir la una sin la otra.
Un faquir, por si acaso, mordía el filo de los cuchillos.
El abuelo las paseaba en una jaula de oro.
En los aeropuertos compraban perfumes de religiones importadas.
Se peinaban en las gotas de lluvia y reían sin piedad del público que las aplaudía
y lo bañaban en orines frescos
(Era un número fuera de programa)
Buscaban un amante con un sexo en cada oreja y lo encontraron a media luz,
en Buenos Aires, en la calle Corrientes 348 segundo piso, ascensor.

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