En
el número 1 de la revista Latitud -febrero de 1945-, se le preguntó
a Borges sobre por qué escribir, sus ambiciones literarias y sus
proyectos. Aquí están las respuestas.
¿Por
qué escribe usted?
Porque no puedo no escribir, sin ese peculiar sentimiento de
desventura que engendran la cobardía y la deslealtad. Me creo mejor
razonador, mejor inventor, que otros escritores; sé que casi todos
escriben mejor que yo, que a casi todos los asiste una espontánea y
negligente facilidad que me está vedada y que no lograré ni por la
meditación ni por el trabajo ni por la indiferencia ni por el
maligno azar. Escribo, sin embargo, porque para mí no hay otro
destino. (Eso lo sé, desde la ya remota niñez). Para mi salvación,
de nada me serviría ganar batallas como mi bisabuelo Suarez, ni
morir en la cruz como el Redentor, ni traicionar por treinta dineros
al Redentor como Judas Iscariote lo hizo; Judas, cuyo misterioso
destino era traicionar. Cada hombre tiene su destino, más allá de
la ética; ese destino es su carácter (hace dos mil quinientos años
lo dijo Heráclito en el Asia Menor); ese destino es la ética
secreta del hombre; así interpreto yo el apotegma que se lee en la
falsa carátula de cada uno de los cuatro volúmenes de la Historia
de San Martín: “Serás lo que debes ser, y sino no serás
nada”. (Mi padre discutía conmigo esa interpretación; afirmaba
que San Martín dijo más o menos: Serás lo que debes ser –serás
un caballero, un católico, un argentino, un miembro del Jockey Club,
un admirador de Uriburu, un admirador de los extensos rústicos de
Quirós- y sino no serás nada –serás un israelita, un anarquista,
un mero guarango, un auxiliar primero; la Comisión Nacional de
Cultura ignorará tus libros y el doctor Rodriguez Larreta no te
remitirá los suyos, avalorados por una firma autógrafa…Sospecho
que mi padre se equivocaba).
¿Cuál
es su mayor ambición literaria?
Escribir un libro, un capítulo, una página, un párrafo, que sea
todo para los hombres, como el Apóstol (1 Corintios 9:22); que
prescinda de mis aversiones, de mis preferencias, de mis costumbres;
que ni siquiera aluda a este continuo J.L. Borges; que surja en
Buenos Aires como pudo haber surgido en Oxford o en Pérgamo; que no
se alimente de mi odio, de mi tiempo, de mi ternura; que guarde (para
mí como para todos) un ángulo cambiante de sombra; que corresponda
de algún modo al pasado y aún al secreto porvenir; que el análisis
no pueda agotar; que sea la rosa sin por qué, la platónica rosa
intemporal del Viajero querubínico de Silesius.
¿Qué
prepara usted?
Para el remoto y problemático porvenir, una larga narración o
novela breve, que se titulará El Congreso y que conciliará
(hoy no puedo ser más explícito) los hábitos de Whitman y los de
Kafka.
Para
el provenir inmediato, un cuento fantástico sobre una ciudad de
inmortales, que ilustrará Leticia Alvarez de Toledo; un cuento
simbólico (a la manera de ciertas composiciones de Browning) que
procede de un párrafo de Renán y que se llamará Averroes;
otro cuento fantástico sobre el tema del eterno retorno, que se
titulará, si no me equivoco, El traductor de Hume; un cuento
de contrabandistas que ocurrirá en 1890, cerca del Arapey; un cuento
policial, en colaboración con Adolfo Bioy Casares, cuyos
protagonistas son Isidro Parodi, Gervasio Montenegro y el inédito
Marcelo N. Frogman (que es una hipérbole de Savastano), y cuyo
título ignoramos aún.