En sus años en La Plata - en los que cursó la secundaria en el Colegio Nacional, y estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas-, Ernesto Sábato participó en varios proyectos literarios y estableció sólidos contactos. Terminada su beca de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie, en París, retomó el contacto con unos amigos platenses que planeaban la publicación de una revista –que terminó llamándose “Teseo”-, y en el primer número –de 1941-, Sábato publicó una nota sobre “La invención de Morel”, novela de Adolfo Bioy Casares que acababa de ser editada.
1-SOBRE
SI ES UNA NOVELA DE AVENTURA
No
lo creo, aunque esto se haya afirmado por ahí. O, si se quiere, es
una novela de aventuras metafísicas, un poco como pasa con las cosas
de Chesterton. Lo más angustioso, lo más magistralmente angustioso
que hay en el relato de Bioy Casares es la complicación física y
metafísica del problema, con sus universos yuxtapuestos y
asimétricamente penetrables (el evadido puede hacer ciertos sondajes
en el mundo de los fantasmas, pero éstos ignoran el mundo real).
Algo así como universos separados por una dimensión
“semi-permeable”.
Pero
toda esta nomenclatura es apenas correcta, porque: ¿Cuál es el
mundo real? ¿Son aquellos verdaderamente fantasmas? ¿No es, o no
puede ser, el evadido un fantasma también él? Si Morel, como un
demiurgo, hacer repetir hasta el infinito la vida de sus criaturas,
¿no es posible que el propio Morel, el evadido, B.C. y todos
nosotros (incluso un amigo mío, a quien maldita la gracia que le
haría), no es posible que seamos títeres fantasmas de un
Super-Morel, que nos mueve en un eterno círculo, sin permitirnos el
recuerdo de los ciclos anteriores? Pero, ¿tiene sentido para
nosotros hablar de ciclos anteriores si no tenemos ni reminiscencias
de los mismos? Y qué grado de realidad tendrían los fantasmas de
Morel, si a su vez él fuese una proyección realizada por el
Super-Morel? Esto me parece un laberinto de espejos.
Y
luego está el problema de las sensaciones. Morel es sensualista y
la realidad es, para él, un conjunto de sensaciones: cuando se
“proyectan” todas las sensaciones correspondientes a Madelaine,
se proyecta a Madelaine misma. Tanto que el alma transmigra de la
“realidad” a la proyección y la “verdadera” Madelaine muere…
Hay
toda una “weltaunschaung” en la novela (hace rato que deseaba
colocar esta palabra, ¡qué diablos!).
2-SOBRE
LA INVENCIÓN
Admiro
a González Lanuza como escritor; que no se sienta molesto, pues, si
le hago una pequeña observación sobre física (a veces me pongo a
reflexionar con perplejidad acerca de mi diploma). Claro que esto es
un poco desconsiderado, pues así como un boxeador tiene “la
trompada prohibida” en la vida diaria, a un físico debería
estarle “prohibida la física” fuera del laboratorio. Que conste,
sin embargo, que yo no busqué la camorra.
G.L.
le reprocha a B.C. haber olvidado principios fundamentales de la
Energética. Con el revólver de la Termodinámica entra en el cuarto
donde B.S. lucubra su universo y le hace levantar las manos; por lo
menos B.C. creyó que se trataba de un revólver, y en esto basta con
creer. Ahora he aquí que yo entro a mi turno, también con el
revólver de la Termodinámica, y G.L. levanta las manos (así lo
espero) y B.C. baja las suyas. (Después de ver “Los Hermanos Marx
en el Oeste”, temo por momentos que alguien entre detrás de mío,
haciendo levantar mis manos, bajar las de G.L. y levantar las de
B.C.).
El
revólver de G.L. está constituido por la “Suma de Temperaturas”
y por el “Segundo Principio”, de manera que más bien es una
escopeta de dos caños. No creo que sea éste el lugar para exponer
las razones por las cuales se equivoca G.L. Sólo diré: a)que dos
soles seguramente deben calentar más que uno; b) que el eterno
retorno no es un imposible, a la luz de la Termodinámica
Estadística: es cierto que la Entropía es la Muerte, pero también
es el logaritmo de la probabilidad. Lo necesario se funde, así, con
lo contingente y aleatorio, en forma que sería grata a Hegel.
3-
SOBRE SU ESTILO
El
libro está maravillosamente escrito, hasta cuando está mal escrito
(mal escrito por coquetería, por cierto desgaire aristocrático de
gente que sabe de sobra lo que hace; como cuando Picasso dibuja “mal”
o cuando Pasteur bebe el agua donde acaba de lavar las uvas. Las
reglas están hechas para los pobres diablos, y si no recuérdese lo
que dijo Moussorgsky).
B.C.
muestra, pues, cierto abandono negligente (“Haber estado queriendo
averiguar”. Pero, ¿se puede saber en qué otra forma se podría
expresar ese matiz? ¿Y cuando Cervantes apilaba tres infinitivos?
La
incongruencia que parece existir en las primeras partes, es un sabio
recurso de “metier”, destinado a crear una atmósfera de
alucinación, una urdimbre cuasi onírica. Y después, B.C. tiene
hallazgos finísimos, imágenes sutiles, propias para enviar mensajes
desde su misterioso trasmundo. De pronto, al moverse entre sus
ingrávidas criaturas hipostásicas, se sienten como soplos helados
que vienen desde alguna dimensión espectral.
4-SOBRE
SU HUMORISMO
Delicado,
con vagas reminiscencias (cómo no) de las tarjetas postales
pornográficas y sus inevitables barbudos y bigotudos “fin de
siecle”. Hay salidas del más puro margotinismo, como cuando el
terrible tenista grita, loco de celos y desesperación: “Le cul a
barbe, Madame Faustin”