Editorial Planeta acaba de reeditar “Los suicidas del fin del mundo”, el primer libro publicado por Leila Guerriero, y que ya muestra lo que tantas veces confirmó después, que es una de las mayores cronistas que dio nuestro país. El libro indaga sobre los numerosos suicidios de jóvenes, registrados entre 1997 y 1999, en Las Heras, una pequeña localidad petrolera ubicada en Santa Cruz. Allí fue, investigó, habló con los habitantes, se metió en todos aquellos lugares donde hubiera rastros de sus protagonistas. Sacó una gran fotografía de todo lo que vio, pero no es una selfie, ella no está presente, sólo su escritura. Ese es su estilo: la cronista que no busca protagonismo sino sólo dar testimonio con una prosa que tiene la musicalidad de la poesía. Habló con nosotros sobre ese libro emblemático, y esto fue lo que dijo:
La verdad es que no nació como un libro. Mi idea fue viajar a Las Heras a hacer una nota en principio para la revista Rolling Stone (de hecho, la había propuesto ahí); justo, en ese momento, sucedió la crisis del 2001y la revista me escribió cuando ya teníamos todos los planes e incluso los pasajes sacados para decirme que se habían quedado sin presupuesto y que no estaban autorizando viajes, así que decidí emprenderlo por las mías. Pude viajar en Marzo de 2002 por primera vez y, a medida que fui avanzando con el trabajo en el territorio, me di cuenta que tenía una historia importante. Pero realmente la primera vez que lo pensé como libro fue cuando me reuní en un café- yo nunca le cuento a nadie las cosas en las que estoy trabajando, no por una cuestión de resguardar el tema sino porque prefiero confiar en mí misma, en mi instinto y me confunde, más que aclararme, hablar con la gente de lo que estoy haciendo- con Elvio Gandolfo, que es un editor y gran amigo mío, y por algún motivo le comenté en qué estaba y él me dijo “Con menos que eso, Truman Capote hizo A sangre fría”. No es que me quiera comparar con Capote, pero me abrió la idea de que podía hacer un libro.
Recuerdo mis noches en la posada en la que paraba; pienso mucho en el viaje que hacía entre Comodoro Rivadavia y Las Heras en ese micro que iba entre esos dos lugares; el viento, el cansancio y las caminatas. Me recuerdo mucho caminando sola, porque había muchas horas que eran horas de siesta y, a veces, al tener mucha gente conocida ya en el pueblo, iba a sus casas y trabajaba o entrevistaba, pero otras veces no, y entonces salía a deambular, a mirar, a recorrer un poco, Así que me acuerdo de esas cosas. Me acuerdo mucho de la tarde en que fui a golpear la puerta del prostíbulo donde hablé con una de las personas que aparecen en el libro, recuerdo con mucha nitidez esos momentos; las tardes que pasaba en la peluquería de Jorge Salvatierra. Son muchas postales sueltas.
No he vuelto a leer el libro completo. Lo miré ahora para la reedición, pero lo miré te diría casi como si fuese una especie de cosa descuartizada, de a cachos, difícilmente vuelva a leer algo tan largo que escribí. He vuelto a leer artículos o esa clase de cosas, casi siempre por cuestiones de trabajo o porque quiero trabajar con esos textos en algún taller, pero no lo he vuelto a leer y yo creo que aún me asombra reconocerme en ese momento tal como soy, tan aferrada a una historia y sin soltarla hasta que la termine; esa voluntad de ir, gastarme las vacaciones que tenía en el diario La Nación donde trabajaba en ese momento yendo al Sur- por trabajo y nunca por descanso- a un lugar agotador, climáticamente muy hostil e iba a reportear una historia bastante hostil, aunque para mí era muy grato ver que avanzaba el relato y que podía seguir sumando material. Así que no, más que decirle algo, le agradecería el empeño.
El suicidio ha sido siempre uno de los temas que más me ha interesado desde el punto de vista presuntuosamente filosófico. Creo que era Camus quien decía que era la única gran pregunta real de la filosofía. Por supuesto, me interesó siempre; he leído mucho sobre el tema, siempre ha hecho hacerme preguntas, no termino de comprender por qué para la gente es un tema tabú. Me interesa mucho tratar de comprender eso: la vergüenza o la culpa de los que quedan, la respuesta- que por más que deje una carta o explicaciones- que se lleva siempre encriptada una persona que se quita la vida. Imagino mucho, me estremece, ese momento antes del final, de saber que ya está, que se va a poner fin, ese salto hacía qué. Sí, lo he pensado mucho y he investigado mucho sobre eso, así que esa pregunta por el suicidio estaba ya en mí cuando iba para Las Heras. De modo que no es que me despertó preguntas, sino que abordé un tema que me interesaba desde hacía años.
La manía ambulatoria es un poco el efecto colateral del trabajo y, a veces, la verdad es que ese movimiento permanente se padece un poco- no voy a quejarme, me gusta-, pero también termina siendo un poco impuesto, porque uno a veces tendría que decir que no y termina interesándote por algún motivo. Creo que no llevo la llamada “cuarentena” de un modo distinto a como lo debe llevar mucha gente. Me parece que es un momento de mucha oscilación en términos anímicos: hay días en los que uno está más o menos regular o bien, muchos días en los que aparece la incertidumbre con mucha fuerza, la ansiedad, la sensación de estar encerrado en un planeta o en una ciudad en el que no hay lugar a dónde ir; no es una claustrofobia, es una sensación de demasiada continuidad, de demasiado tiempo inmóvil, de falta de estímulos( uno usualmente vive bastante estimulado por conversaciones, por ir a un bar y encontrarse con alguien, por salir a la calle y que te suceda algo ojalá bueno) bastante abrumadora, aunque uno tenga manera de combatirla no es lo mismo, se siente como una especie de prótesis. Aguantando, pero sin resignación.