martes, 21 de julio de 2020

WESTWORLD: EXTRAÑO CRUCE ENTRE FILOSOFÍA Y CIENCIA FICCIÓN


                                                                                                     
                                                                                                                          Por Santiago Marelli


Si usted decide entrenar a su perro, merece una felicitación porque tomó la decisión correcta. En poco tiempo, descubrirá que los roles entre el amo y el perro están perfectamente claros”
(Centro Internacional Purina)


El 2 de octubre de 2016 se estrenó Westworld, una serie de ciencia ficción y suspenso creada por Jonathan Nolan y Lisa Joy para HBO, basada en un filme de 1973 que lleva el mismo nombre dirigido por Michael Crichton. El destino previsto era ingresar a la familia de series exitosas como hermana menor de Game of Thrones , pero como toda familia tiene sus secretos, el propósito nunca se explicitó ya que el canal que había invertido en los derechos televisivos de la serie de ninguna manera hubiese comparado sus dos criaturas.

La historia se escribió sin sospechar las resonancias que despertaría. Fue una piedra arrojada al agua cuyas ondas expansivas permitieron descubrir a sus autores que no se trataba de un estanque sino que se encontraban en mar abierto. Cuando se dio a conocer la primer entrega se mostró, a modo de prólogo, un parque de atracciones ambientado en el lejano Oeste en el que convivían robots( los anfitriones) y humanos que acudían a dar rienda suelta a sus instintos más primitivos provocando una rebelión de los robots. La trama suscitó reacciones irónica que ponían en duda su capacidad de establecer un pacto duradero de credibilidad con los espectadores.

La serie es dominada por un sentimiento de tristeza y el clima es de una tensión tejida hebra por hebra. A medida que se avanza en los capítulos, el escenario se complejiza y muestra impensadas dimensiones. La evolución trazada por la serie a partir de la segunda temporada y que alcanza su mayor resplandor en la tercera - hasta ahora, la última-, la convierten en una pieza narrativa atrapante, sin fisuras, ajustada en todas sus piezas y, con una carga poética, que nos hace levitar.

Como todas las buenas obras de arte no se agotan en el momento de conocerla, sino que siguen viviendo dentro nuestro con los interrogantes que abren, sus recuerdos punzantes, sus ardientes misterios. Como los mundos soñados por Ray Bradbury, Westword, y sus aparentemente tan lejanas imaginerías, nos permite mirar desde otro lado nuestro mundo y, sobre todo, cotidianidad: una realidad cada vez más predecible, automatizada y en la que internalizamos la injusticia y la obediencia eterna como mandato irrenunciable.

Tanto a ellos –los anfitriones- como a nosotros, se nos promete un paraíso y la llegada de un mundo mejor. Sin embargo pareciera que el paraíso de unos sea inevitablemente el infierno de los demás; ya que la frontera entre “ personas y anfitriones”, no es otra que la separa a opresores y oprimidos De todas las confesiones y reflexiones sobre la condición humana enunciadas por algunos sus personajes, sobre todo por Dolores y Bernard (los protagonistas excluyentes de la serie), una de las más incómodas se refiere al hecho de cuestionarse, de manera diametralmente opuesta, quiénes son los manipulados, los que están programados y condenados a un destino miserable: ¿los anfitriones o las personas?. Si los sueños de construir otra vida posible dentro de esta vida son el único conjuro para sobrellevar la muerte; sería justo que todos pudieran preguntarse, siquiera una vez, sobre el sentido de su propia vida, en lugar de contemplar, mecánicamente, como cada día es un día que los acerca más a la muerte.







Presentación

Una forma distinta, propia, de mirar la realidad y contarla. Sumate a este proyecto de periodismo gráfico y audiovisual, para defender c...