Publicó
una veintena de libros entre novelas, cuento, poesía y ensayo.
Acuñó la expresión “villa miseria”, cuya vigencia ha ido en
vergonzoso aumento desde que fue creada hace 63 años. Su obra tiene
un poder irradiante que atravesó el espeso silencio con el que se la
cubrió. El escritor y psicoanalista Germán García dedicó un
capítulo de “El psicoanálisis y los debates culturales” al
estudios de “La neurosis monta su espectáculo”, novela de 1969.
Hugo del Carril llevó al cine “Calles de tango” bajo el nombre
de “Una cita con la vida”. Pedro Orgambide se encargo de resaltar
“el coraje consustancial a su ética y su lucidez de escritor”.
Fue uno de los pocos escritores que siguió visitando a Leopoldo
Marechal cuando ya se había convertido en el “poeta depuesto”.
La obra de Bernardo Verbitsky merece mucho más que esta escueta y
arbitraria síntesis. Ya cumpliremos ese acto de justicia. Hoy, que
se cumplen 51 años de que Neil Armstrong diera “un pequeño paso
para el hombre y un gran salto para la humanidad” y el Apolo XI
permitiera –en palabras de Bertran Russell- que se “expandiera el
ámbito de la estupidez humana-; queremos compartir este poema de
Bernardo Verbitsky, publicado en el número 301 del periódico
Propósitos, del 24 de julio de 1969.
La luna llena tiene cara
de viejo
que sonríe abstraído a
un recuerdo;
en las noches más blancas
se distinguen
la Virgen, el Niño y el
burrito;
yo veo casi siempre en la
luna un conejo.
Esto era en un ayer de
hace mil años. Ahora
no queremos fantasear;
queremos
saber cómo es este
cercano
arrabal de la Tierra.
El ritmo de las mareas
no ha de cambiar, pero
nuestro
corazón, que late más
ligero
y desordenado, alza
su oleada de sangre,
pero de sangre viva.
Ha sucedido algo grande,
y la buena nueva
hace vibrar el aire
tornasolado
de estos días, pero tiene
también ecos secretos
que las miradas comentan.
Las miradas,
antes que las palabras,
trazan
líneas de unión entre la
gente.
Ha ocurrido algo nuevo
y, sin que lo entendamos
mucho,
todos al caminar corremos
a veinte o treinta
centímetros del suelo.
Luna decorativa, farolito
de papel,
luna boba, cara de
pastilla de menta,
luna de tiza y marmolina,
con tu aire de lápida
económica,
luna huesuda, luna
bien calcificada por
dentro y una
buena mano de cal por
fuera,
detrás de tu pantalla
blanca, ¿hay
palacios desolados o
pululantes
villamiserias de nácar?
Tu luz se refracta y es
alucinación de insomnio,
malsana luz de fiebre,
luna de las pesadillas
que fulge delirante
con su luminiscencia
mensual y menstrual.
Luna verdosa, luna
vegetal,
luna amarilla que ríe
hasta la calavera,
luna sanguinolenta que
llora
desgreñada. Luna calva
y demacrada. Luna de
cristal
de borde azul. Luna
mineral
con sus mares de mármol
de olas calcáreas,
solidificadas
y espuma de ceniza,
luna que se desmorona,
muerta,
deshabitada y muda,
temprano de silencio,
donde no hay eco.
Ni conjuro de magia de
hechiceros,
ni serenatas de Pierrot,
ni siquiera
nobles palabras
pensativas,
confesión de impotencia.
Este
es otro camino; hemos
tocado
la piedra detrás de una
abstracción.
Tu herida madura generosa
en este plenilunio sin
rencor,
y escucharon el recitativo
sereno de tu luz
como una invitación
apasionada.
Nuestro vocabulario ya
tenía
una palabra nueva:
“sputnik”, una palabra
que hace mirar el cielo,
y ahora de nuevo alzamos
los ojos y el alma.
El hombre, ese gigante con
los pies en la Tierra,
te ha tomado en las manos
y en tu espejo mira el
rostro
de su propia locura de
absoluto.
¡Cuántas noche, luna,
canturreabas
reflexiva y confidencial,
con la voz oscura de Louis
Armstrong,
y en tus destellos yo
escuchaba
la rota melodía,
el eco desgarrado,
el canto melancólico
de un sentimiento
milenario.
Ahora la ceniza dorada de
tu luz
puede ser la luz menos
incierta
de nuestro destino
en su nueva escala
cósmica,
actos y pensamiento,
la eternidad por testigo.
Aun es mezquina nuestra
vida
triste, y como hasta ayer,
amenazada,
y son pocos los que pueden
o los que quieren
volar a la alegría.
Pero una cosa es cierta:
la piedad ha sido impuesta
y la misericordia
se extenderá.
¿No estamos todos
volviendo a nacer,
y ahora tal vez con alas?
Se nos deshace entre los
dedos
mucho de lo que tocamos;
se nos envejece en un
minuto
casi todo lo que tenemos;
el presente no existe,
es futuro, o pasado.
Estamos alcanzando la
velocidad
a que escapaba burlándose
el misterio,
y el ansia de infinito
tiende su vasto abrazo,
impone
el vértigo de su ritmo
y achica todo lo que
separa a los hombres.
¡Y es tan inmenso todo lo
que aún nos queda por hacer!