jueves, 24 de septiembre de 2020

BEATRIZ Y DANTE, EL CAMINO DE LA REDENCIÓN. Por Homero Carvalho Oliva

 


El misterio del amor es mayor que el misterio de la muerte”.

Oscar Wilde

Florencia, la ciudad del amor

Como si fueran un sueño que nace del corazón, Ítalo Calvino nombró a sus ciudades invisibles con nombres de mujeres, tal vez porque desde su definición como ciudades son hermosas y complejas. Florencia tiene nombre de mujer y para llegar a ella hay que creer en las palabras de quienes la soñaron. Yo llegué a ella el año 1991 invitado por la poeta Ruth Cárdenas, digo una poeta porque así se debe llegar a esa ciudad. Cuando llegué, acompañado de Alberto Guerra, un yatiri del altiplano orureño, corría por la ciudad un aire suave y delicioso. La ciudad de las flores nos acogió cálidamente y abrió su jardín para nosotros. En el Palazzo Borghese, edificio de tremenda belleza, Alberto leyó sus poemas románticos y yo leí cuentos breves, que fueron traducidos al italiano por Ruth, esta paceña que cuando lee sus propios poemas se transfigura en el verso. Durante varios días, dejándonos guiar por los sentidos, paseamos por antiguas calles por las que caminaban conversando o en silencio gente como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Dante Alighieri (en las calles de Florencia buscaba a la reencarnación de Beatriz), Boccacio, Boticelli, Filippino Lippi, Rafael o el enigmático Nicolás de Maquiavelo, así como Giovanni Papini y otros tantos artífices y herederos de un vasto patrimonio cultural. Recorrimos sus puentes, navegamos sus aguas, nos recogimos en sus iglesias y nos regocijamos en sus museos extasiados con las pinturas y esculturas de tanto grandísimo artista florentino. En Florencia se encuentran todos los significados que brindó Calvino a sus ciudades: la memoria, el deseo, la sutileza, el intercambio, los ojos, los nombres y los signos. Allá nació todo: el arte y la política y allí estuvimos nosotros, implorándole a la ciudad que nos adopte y agradeciendo a una familia que no era la nuestra, la familia de los Médicis, por tanta maravilla del arte e historia compartida. Cuando tomamos el tren hacia Múnich, con destino final Estocolmo, sabíamos que algo de nuestro jiska ajayu se había quedado en el paisaje urbano de Florencia y aún, hoy, siento melancolía por la Beatriz de Dante.

El amor, el camino a la redención

Hace unas semanas me invitaron a dar una conferencia acerca de La divina comedia de Dante Alighieri, ese hermoso y extraño poema épico en el que el autor es también protagonista, libro cargado de símbolos y metáforas; lo primero que recordé fue el amor que el sumo poeta sintió por la bella Beatriz, amor que quedó en una ilusión que él quiso hacer realidad en la literatura, porque el arte de la palabra escrita siempre ha sido el espacio para los grandes amores, ya sean imaginados o reales: París y Helena, Don Quijote y Dulcinea, Romeo y Julieta, Adriano y Antínoo, Cleopatra y Antonio, Roxelana y Solimán "el Magnífico", Diego Marcilla e Isabel de Segura (los famosos amantes de Teruel), Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y Mumtaz Mahal y Shah Vahan que llegó a edificar uno los palacios más hermoso producto del amor: El mausoleo Taj Mahal.

Es obvio que no se puede hablar de La divina comedia sin citar a Beatriz, la dama de la que se enamoró el poeta al verla pasar por una calle, cuando esta tenía nueve años y la volvería a ver nueve años después sin llegar a conocerla siquiera. Incluso existen versiones de que la bella mujer nunca existió y que fue producto de la imaginación del autor, no importa porque el poeta hizo con ella y su imagen idílica una exégesis romántica del amor. Beatriz representa uno de los amores más idealizadas de la literatura, en el libro Vida nueva, Dante le canta: Jamás intercambiaron palabras, pero para Dante se convirtió en su mayor inspiración. Lean: “Tan honesta parece y tan hermosa/ mi casta Beatriz cuando saluda, / que la lengua temblando queda muda/ y la vista mirarla apenas osa. / Ella se va benigna y humillosa/ y oyéndose loar, rostro no muda/ y quien la mira enajenado duda/ si es visión o mujer maravillosa. / Muéstrase tan amable a quien la mira/ que al alma infunde una dulzura nueva/ que solo aquél que la sintió la sabe”.




Sin embargo y tal cual lo advirtió Homero, el aeda griego, los dioses traman desgracias para que los hombres tengan algo que cantar y la bella dama muere por la peste negra. Y el dolor lo hace delirar al poeta: “Luego vi cosas muy espantosas en el vano desvarío en que entré: me parecía estar no sé en qué lugar y ver mujeres desceñidas por la calle, cuál llorando, cuál lanzando gritos que asaeteaban fuego de tristeza. Luego me pareció ver que poco a poco se enturbiaba el sol, aparecían las estrellas y lloraban, que los pájaros caían volando por el aire y que la tierra temblaba. Un hombre descolorido y macilento se me apareció y me dijo: ¿qué haces? ¿No sabes la noticia? Ha muerto tu dama, que era tan hermosa".

Sin duda alguna Dante se sentía perdido: "En medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida", escribe en el primer verso de La divina comedia y buscó encontrarse a través del amor. Sin el amor ideal, ilusorio, Dante buscó el infierno en vida, se dedicó a los placeres mundanos y por eso mismo años después decidió redimirse y escribir ese maravilloso libro que solo es comparable con las grandes obras de la literatura universal, esas que escribieron Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Víctor Hugo.

Para Dante solo el amor puede redimirnos de nuestros pecados, en su caso su amor por la bella dama de Florencia: "Beatriz, guíame hacia el paraíso, ya que Virgilio ya cumplió su misión. Nuestro amor no es terrenal, porque este sentimiento es tan inmenso que no lo supera el amor de Dios por la humanidad ". Y creo que es así, cualquiera sea la condición del amor: romántico, filial, por la naturaleza, por el arte, por la literatura o por la humanidad, así como el amor como puente sensorial a la experiencia mística, no olvidemos que ya Mircea Eliade, señaló que en muchas culturas tanto el amor como la sexualidad se interpretaban como manifestación de lo Sagrado. Por eso no creo que un odiador pueda ser poeta, como algunos que aparecen en las redes sociales y se hacen llamar poetas (para lo único que sirven es para hacer memes), sus escritos describen sus propias miserias humanas intentando endilgarlas a escritores, a quienes envidian y odian de tal manera que sus infamias los retratan a ellos mismos de cuerpo entero, es decir son tan feos y perversos por dentro como fuera; en su necedad no comprenden que el odio no deja ningún resquicio a la felicidad y por esos tan infelices. Esos pobres nunca entenderán que el amor es el sentimiento más puro que mueve el universo, lo dice Dante: “La gloria de quien mueve todo el mundo/ el universo llena, y resplandece/ en unas partes más y en otras menos”.

En el canto XXX del Purgatorio en La Divina Comedia el poeta que sentó las bases del idioma italiano canta: "Beatriz miraba fijamente las eternas esferas, y yo fijé mis ojos en ella, desviándolos de allá arriba: contemplándola, me transformé interiormente, como Glauco al gustar la hierba que le hizo en el mar compañero de los otros dioses. No es posible significar con palabras el acto de pasar a un grado superior la naturaleza humana (transhumanar no se podría significar por palabras); pero baste el citado ejemplo a quien la gracia divina reserva tal experiencia. Si de mí estaba sólo aquello que de mí creaste primero, lo sabes tú, ¡oh Amor que riges el cielo a que me levantaste!”

Ignacio González Orozco afirma: “En Dante, el amor alcanza su manifestación mística y más elevada cuando enfoca su impulso hacia la belleza trascendente de Dios (a la cual también conduce, como en Spinoza, el raciocinio rectamente cultivado). Beatriz encarna la materialización de ese amor místico, sublime, libre de las ataduras del deseo y nexo de unión entre la Tierra y el Paraíso… Y ello, a pesar del escaso conocimiento que el poeta tuvo de la vida interior de su amada, a quien solo trató de modo superficial. Sin duda alguna, Beatriz es el más dilecto de los productos literarios del padre de las letras italianas. Dejó escrito Julio Cortázar que ni Dante ni Romeo podían elegir a Beatriz ni Julieta, porque “Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos”. Otro grande, Jorge Luis Borges, prefirió el efecto a la causa: “Infinitamente existió Beatriz para Dante; Dante, muy poco, tal vez nada, para Beatriz; todos nosotros propendemos, por piedad, por veneración, a olvidar esa lastimosa discordia, inolvidable para Dante.»1

Han pasado siete siglos desde que Dante publicó su ahora canónica obra y pasarán muchos más y se seguirá leyendo, pues las historias de amor son inolvidables y eternas.

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