Murió Salvador Allende y se abrieron
otra vez las heridas apocalípticas de Nicaragua,
de Brasil, de Guatemala, de Bolivia, de todo el territorio
sur y central del continente. Las montañas se hundieron,
los ríos
se secaron; murió Pablo Neruda y todas las palabras
cambiaron de significado; el Perro Olivares, tal vez
el Negro Jorquera, tan
risueño, la clase trabajadora
fue asesinada en todo el mundo y nadie
salió a defenderla en Chile y ella apenas sabía
hacerlo cuando el exterminio
es la voluntad del ejército imperial. Y ya se han secado
los ríos, las montañas se han derrumbado, las vacas
y las iguanas han abortado pájaros muertos en pleno
vuelo, la lengua
entera se ha quedado sin respiración, sin campesinos, el aire
sin luz, porque murió con su gente Salvador Allende,
intrépido
como un muchacho, con las armas en la mano
como era de esperar ante tanta desgracia que se avecinaba.