miércoles, 16 de septiembre de 2020

TE RECUERDO VICTOR JARA

 


Con las manos enlazadas en la nuca entró al Estadio Chile. Un oficial con lentes oscuros, blandiendo su metralleta vigilaba el ingreso de los prisioneros. Era el 12 de septiembre de 1973, un día después del derrocamiento del gobierno de Salvador Allende.

Un gritó rajó el aire de la mañana:

-¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! –

El abogado Boris Navia, que estaba en la fila de prisioneros, escuchó la orden con claridad. El conscripto encargado de cumplir la orden dudó un momento. El oficial, fuera de sí, apuntó con su índice

-¡A ese huevón!, ¡a ése!.

El soldado dio un culatazo al prisionero, que cayó de rodillas.

-¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha e tu madre, cantor de pura mierda! –

Navia no pudo olvidar ni una sola de las palabras, que años después recordaría ante el juez que investigó el asesinato del cantor. Todo seguía resonando dentro de él: los gritos, los insultos, el golpe de la bota contra las costillas.

En un poema escrito con un pedazo de lápiz, en un papel sucio que logró esconder dentro de una media, Victor Jara escribió su último poema:

Somos cinco mil aquí.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total
en las ciudades y en todo el país?
Somos aquí diez mil manos
que siembran y hacen andar las fábricas.

¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!

Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.

Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija de la muerte.

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?

En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa.
Que lentamente querrá la muerte.

Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.

¿Y México, Cuba, y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!
Somos diez mil manos que no producen.

¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del Compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.

Canto, que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.
De verme entre tantos y tantos momentos del infinito
en que el silencio y el grito son las metas de este canto.

Lo que nunca vi,
lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento.


El 16 de septiembre de 1973 Victor Jara fue asesinado, pero su funeral recién se realizó 36 años, cuando su viuda –Joan, una bailarina inglesa nacionalizada chilena- y sus hijas decidieron que el cantor se merecía una gran despedida popular, que fue posible cuando un juez ordenó exhumar los restos para entregárselos a su familia. El informe forense comprobó 56 facturas óseas y se estimaron en 44 las herida de bala recibidas. Antes que se cumpliera un año de ese crimen, Raúl González Tuñón le dedicó un poema. Fue lo último que escribió Tuñón. Al día siguiente, moriría.

¿Qué es un cantor cabal, qué era Víctor Jara
—un cantor y señor de la guitarra—
sino aquel, con su duende y con su ángel,
el sutil equilibrio entre la mano y la garganta?

Y aún con las manos rotas simulaste
acariciar las cuerdas de tu guitarra muerta
y en un esfuerzo insólito ¡Cantaste!
Y ahí te fusilaron los milicos fascistas.

Pero hoy tu instrumento y tus canciones
vigilan tu memoria en Chile y por el mundo, Víctor Jara,
perduran en las voces de todas las guitarras
de aquellos que caminan con su época
en la hora del tiempo guerrillero.

Porque no terminó la batalla de Chile y el futuro
verá allí en sus bíblicas esencias
a hombres libres y gozosos cantando
junto a las lámparas del trigo y de las rosas.

Y en la caja profunda como el agua profunda
habrá siempre un lugar para la fantasía y la lucha,
los sueños, el amor y la aventura y esa cierta magia
de la violencia y de la ternura latinoamericana.

Y a la consigna nazi: «Cuando oigo decir
la palabra cultura, quito el seguro a mi revólver»
Víctor Jara responde desde su claro espectro:
«Cuando oigo la palabra Pinochet, quito el seguro
a mi guitarra, que puede disparar como un fusil.»

Oh, cuántas primaveras perdidas por septiembre,
cuánta muerte flotando en los turbios Mapochos.
¡Ellos serán vengados!
Ahora y en la hora de Víctor Jara. Amén







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