jueves, 29 de octubre de 2020

Luis Salinas: de la Villa Miseria al mundo por casa

 


Vivió su infancia en Villa Diamante. De muy chico tuvo una misteriosa atracción por la guitarra, pero recién a los 27 años pudo tener la propia. Llegó a ser uno de los guitarristas más reconocidos en el mundo. George Benson, lo considera uno de sus guitarristas favoritos; Chick Corea cuenta que zapar con él es una de las grandes alegrías que le concedió la música; y Badem Powel, lo llamó “guitarrista loco y genial”. Por su parte, el cubano Chucho Valdez fue categórico: “Dudo que pueda haber dos guitarristas en el mundo que puedan tocar y conocer tan bien la guitarra como Luis Salinas. ¡Él es de otro mundo!”.

Los músicos estamos en una situación complicada. No poder tocar para la gente es una cosa muy dura. A mí me duele mucho lo que está pasando no sólo acá sino en el planeta: que los muertos sean sólo números, que las vidas humanas se reduzcan a la frialdad de las estadísticas.


Tuviste una niñez muy difícil en la que aprendiste tempranamente que vivir es enfrentar adversidades.


Y pude salir adelante relacionándome con las cosas positivas. Ahora lo hago estudiando, escuchando música, conectándome con mis afectos, y siguiendo la carrera de mi hijo Juan, que es muy importante para mí. Siempre he creído que estar vivo es una bendición y hay que disfrutar todo lo que podamos: No tanto sufrir por lo que no hay sino celebrar lo que tenemos.


                Una forma de optimismo.


Mi viejo me decía que mi fuerza estaba en saber que peor de lo que estuve no iba a estar. Aun cuando no tenía para comer o agarraba comida del suelo, siempre pude ver que la vida era otra cosa. Porque tuve una madre que se encargaba de mostrarme el otro lado. Me acuerdo que me organizaba cumpleaños y colgando las sábanas armaba un cine –con un proyector que conseguía prestado- y llamaba a otros chicos de la villa para que viniesen a ver películas. Después nos preparaba chocolate para todos.


La guitarra te ayudó a mucho a descubrir el otro lado de la vida.


No tenía guitarra propia, pero el hecho de tocar guitarras prestadas me permitió familiarizarme con distintas sonoridades. Había guitarras que sonaban bien tocándolas de una forma y otras sonaban bien de otra. Descubrí que el instrumento es uno y que la misma guitarra tocada por diferentes personas suena de manera diferente. Atahualpa Yupanqui decía: “Si la guitarra suena mal, no es culpa de la guitarra”. Lo gracioso de aquella época es que cuando yo pedía la guitarra prestada en Montegrande, me la prestaban por una hora y yo la devolvía al otro día. Entonces llegó un momento en que nadie me quería prestar la guitarra: “ a este le prestás la guitarra y no te la devuelve más”, decían los vecinos.


Cuando agarrás la guitarra entrás a otra dimensión del tiempo.


Totalmente. Siempre digo que si tengo una cita de cualquier tipo y agarro la guitarra seguro llego tarde. En la época en que yo tocaba en mis introducciones duraban 10 minutos. Yo no lo hacía para demostrar nada sino porque era lo que me nacía. Además, era muy gracioso porque los domingos a veces empezábamos a las 11 y terminábamos a las 6 de la mañana, porque no había nada mejor que hacer que tocar; yo no podía soltar la viola. Es la sensación de cuando uno está haciendo música está en su verdadero lugar y en el momento indicado.


No se termina nunca de conocer a la guitarra.


Últimamente pienso que todos tocamos lo que podemos, no lo que queremos. Uno quiere tocar como Paco de Lucía o Segovia, y termina tocando como puede. Lo importante es tratar de superarse, de trabajar sobre las limitaciones y de ser uno mismo. Siempre será mejor y más fácil ser uno mismo que ser otro. Mi Viejo, que en Chaco había sido músico, un día me dijo “Hay que ser uno mismo, tocar todo lo que llevás dentro”. Y, es cierto, si no va a llegar un momento en el que vas a ir a una disquería y pedís “Deme Adiós Nonino” y cuando el vendedor te pregunte “´¿Por quién?” le vas a responder: “Por cualquiera, total todos tocan igual”


Me acuerdo que Adolfo Castello cuando te invitó a su programa de radio te llamó: “La mano izquierda de Dios”.


El gran Adolfo. Yo lo quería mucho, siempre lo recuerdo Cuando tuvo su enfermedad, la llevó con una dignidad que yo vi muy pocas veces. Él fue a escucharnos muchísimas veces estando ya muy mal, como diciendo “voy a seguir disfrutando hasta donde pueda.” Ese es el mensaje que nos dejó a toda la gente que lo conocimos. Por eso cuando me hablás de Adolfo me acuerdo de muchas cosas hermosas.


                Recordemos ahora a Mercedes Sosa


La primera vez que viajo a Europa tenía 43 años y no había viajado nunca en avión a ningún lado. De golpe me encontré yendo a Suecia, viajando solo, y me acuerdo que estaba en el aeropuerto de Barajas y para mí era como descubrir el mundo, miraba todo azorado, como un chico. Haciendo tiempo, me pongo a caminar y en eso veo a Mercedes con sus músicos sentada esperando un vuelo, y no me animé a ir a saludarla. Solo atiné a mirarla. Con el paso del tiempo, por esas cosas de la vida, un día me invita a cenar a la casa. Me quería conocer. Imaginate la situación: yo estaba con mi hijo Juan, y en la casa de ella estaban Walter Rios y otros músicos excepcionales. En un momento, ella dice “estábamos con María viendo qué le gustaría comer a Luis Salinas. No sabíamos qué te podía gustar” Yo casi me caigo de la silla cuando escuché que Mercedes estuviera diciendo eso. Me acuerdo que esa noche le confesé lo que había ocurrido en el aeropuerto de Madrid, y ella me retó: “¡Cómo no me viniste a saludar!”. Yo le dije que habíamos tocado juntos. Me miró asombrada, nunca habíamos tocado juntos. “Bueno”, le dije, “yo toqué con vos desde mi casa, escuchándote”. Desde ahí, se produjo una relación hermosa con ella y tuve la dicha de poder grabar en “Corazón libre” y en su último DVD. Siempre me cuesta hablar de ella, porque era una persona que emocionaba ver, escucharla, contemplar su mirada.



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