¿Y si durmieras?
¿Y si en sueños, soñaras?
¿Y si en el sueño fueras al cielo
y allí cogieras una extraña y hermosa flor?
¿Y si, al despertar
tuvieras esa flor en la mano?
Samuel Taylor Coleridge
Comencemos por el principio: esta es la décima improvisada anoche, mientras dormía, o sea, en sueños.
Me encontré con una rosa
de cuerpo oloroso y blando
y le pregunté cantando
si quería ser mi esposa.
Y ella me dijo nerviosa:
-Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
como otras tantas veces
y al cabo de nueve meses
para un niño con espinas!?
(A. Díaz-Pimienta, 08/01/2021, soñando)
Ahora son las 8 de la mañana. Acabo de despertar hace unos minutos, excitado aún, y lo primero que he hecho es intentar recuperar de mi memoria esta décima. Sí, he vuelto a hacerlo. He vuelto a improvisar en sueños. Una no, varias décimas, pero solo he podido recuperar una. Si me vieran: aquí sigo, tirado en la cama, escribiendo en el teléfono este análisis. Voy a seguir, quiero hacerlo “en caliente” para que nada se me olvide o desdibuje. Lo dicho: he vuelto a improvisar soñando. Los episodios de repentismo onírico cada vez me gustan y me resultan más interesantes. En el sueño de hoy –¿de anoche?– estaba en una controversia, pero no recuerdo con quién. Sí recuerdo, y esto es muy simpático, la emoción que sentí cuando llegué al décimo verso de mi décima. Y los aplausos. Creo que sentir esta emoción tan vívidamente en un sueño es consecuencia de mi habitual estado analítico mientras improviso. Soy muy cartesiano, y eso deja huellas. En esto pienso ahora, mientras escribo en el teléfono, pero a ver si me explico. Quiero decir que, en el propio sueño, dentro de él aún, me emocionó haber encontrado en muy pocos segundos todos los elementos que completaban la pregunta-respuesta del final de la estrofa, sobre todo porque esos versos eran un argumento que ya no era mío (del Alexis poeta-narrador de la décima, este que está ahora escribiendo), sino del personaje poemático (la rosa) y al ser una "voz ajena" insertada en “mi voz” siempre es un reto para el repentista (o mejor, para el cerebro del repentista); un reto en el que si vence, el poeta se emociona.
Desde el punto de vista técnico esta es una típica espinela binaria y a su vez una décima anecdótica con diálogo incluido. Tiene una primera redondilla binaria (2-2), con un codo sintáctico ("y") en el v. 3b; luego un curioso puente de un solo "pretil" (ese verso 5a suelto) y una segunda parte (del 6c al 10c) unitaria e interrogativa, que es lo que completa el diálogo y crea la sorpresa. Como añadido, las figuras literarias principales son: dilogía, interrogación retórica y prosopopeya (esa rosa que habla).
Por otra parte, creo que el acierto poético de esta décima improvisada –ese extrañamiento que provoca sorpresa y emoción en su recepción inmediata y oral (léase, repentismo), aunque sea en un sueño– está en la clave imaginativa, fantástica, del poema: en esa rosa –flor, vegetal– devenida mujer que no solo habla y responde interrogando con ironía, sino que se sabe “embarazable” por el poeta, en una simpática insinuación de "botanicofilia" que sorprende al público del sueño, y, lo más curioso, al propio repentista soñador. He aquí la mayor –o una de las mayores– ganancia del repentismo como arte, sea real u onírico: el primer sorprendido de los hallazgos poéticos una vez que ocurren es el propio poeta, el enunciante, lo que demuestra que su cerebro va por delante de él, mucho más rápido y con ligera independencia en el proceso de búsqueda, hallazgo y selección lingüísticos. Mientras la parte consciente del improvisador está pendiente de lo externo –la música, el rival, el público–, su parte inconsciente está pendiente de lo interno –el léxico, la sintaxis, la métrica, las rimas–. Y ahí se produce el milagro. Por eso cuando una décima improvisada sale bien el mismo poeta llega al verso final y se sorprende de los hallazgos que ha hecho su cerebro, no él. Y se emociona.
Volvamos a la décima.
Recuerdo que el dueto rimal “rosa”-“esposa” llegó bastante fácil –son rimas pertinentes en el contexto de una décima romántica–, y que la palabra-rima “nerviosa” fue también fácil y feliz, como consecuencia de la necesidad sintáctica y métrica: por una parte, necesitaba dar continuidad a la anécdota –me encontré a una rosa, le pregunté y me contestó–, así que el adjetivo "nerviosa" es un feliz "calzador adjetival" con función rimal (muy importante); y por otra parte, necesitaba una palabra-rima que fuera trisílaba y terminara en "-osa". Las candidatas eran muchas: “nerviosa”, “piadosa”, “odiosa”, “porosa”, “dudosa”, etc. Pero mi cerebro –qué listo el tipo, ¿no?– escogió "nerviosa" –selección en el llamado eje paradigmático del lenguaje– y creo que hizo bien (yo hubiera hecho lo mismo).
Entonces, ya tenía el verso 5a íntegro ("y me contestó nerviosa"). Pero venía lo más difícil: encontrar qué me había contestado.
Tengamos en cuenta también que esta fue una décima improvisada por el modo de elaboración de "orden lógico", algo ya normal en mí –no en otros repentistas–, aunque sea en sueños, y contrario al más recomendable modo: el inverso por bloques. Esto quiere decir que en esta décima yo fui improvisando verso a verso, del 1a al 10c, sin tener previamente elaborado nada, teniendo en el mismo proceso de búsqueda y enunciación los hallazgos. Entonces, al decir, "y me contestó nerviosa" yo no sabía aún qué me iba a contestar la rosa, ni mi cerebro tampoco, y eso es lo estimulante. Además, coincidía con la parte más importante de una décima: la segunda mitad: puente + segunda redondilla. Asimismo, había dejado a medias el puente, que normalmente tiene dos versos-pretiles (vv. 5a-6c), lo que me obligaba a incorporar el verso 6c a la respuesta del verso anterior y al final de la décima. Es más: la respuesta comenzaba en ese medio-puente y debería alargarse, pero ¿hasta dónde?
Lo más llamativo de este final de décima es que la respuesta es unitaria, o sea, abarca todo el resto de la estrofa. Vayamos por partes.
Primero: mi cerebro, como buen dialoguista –seguramente consecuencia de tanta práctica narrativa: novela y cuentos y guiones– comienza su respuesta con un vocativo (“Pimienta”): el personaje hablante (la rosa) sed dirige a su interlocutor-interrogador: el propio poeta y narrador de la historia (yo). Y lo hace con un tono dialógico cercano y desenfadado (ese tuteo: "Pimienta, ¿tú te imaginas?"). Ya en este verso se respira el tono irónico o paródico del diálogo (o de la respuesta). Al menos, es muy significativo que el personaje de la rosa responda a la pregunta con otra pregunta. Y luego de la introducción de la rima "imaginas" creo que es un gran hallazgo la incorporación de la rima "pamplinas", porque refuerza el tono irónico, casi burlesco, de la respuesta-pregunta.
"Pimienta, ¿tú te imaginas / que sigas con tus pamplinas?, canta la rosa en esta miniobra de teatro improvisado en sueños, y eso es lo que escucha el público –sí, en mi sueño había mucho público, todos conocidos, pero no recuerdo quiénes eran ni dónde estábamos: cosas del mundo onírico–; pero como el modo de elaboración de esta décima fue por orden lógico y la improvisación no deja de ser un ejercicio de habla en el que imperan dos fuerzas mayores, la estructura lineal del lenguaje y la progresión correlativa de las palabras, antes de llegar la tan significativa palabra "pamplinas" a la voz de la rosa (representada en el sueño por mi propia voz) llegaron las piezas léxicas "secundarias": es decir, "que", "yo", "acepte" y "tus". Entonces, cuando ya mi cerebro había encontrado estas piezas y mi voz (representando la voz de la rosa) las ha enunciado ("que yo acepte tus... ") me quedaba aún encontrar la pieza clave del verso: "¿tus qué?", pieza clave que coincide, además, con la rima (también clave: 6c). Por eso cuando asoma en la voz de la rosa (mi voz) la palabra "pamplinas" todos nos emocionamos en el sueño: la propia rosa, el propio poeta (yo), el público y hasta mi cerebro. (En este momento recuerdo que hubo como una especie de gritillo contenido al estilo “¡¡síííííííí, eso es, ‘pamplinas’!!”.)
Ahora mismo, analizando esta décima onírica desde la vigilia –¡ah, si me pudieran ver por un agujerito!: ya son más de las 9 y aquí sigo, en la cama, escribiendo en el teléfono este análisis, para no olvidar nada–; pues bien, como decía, analizando esta décima desde la vigilia, acabo de darme cuenta de que es la primera vez que uso la palabra "pamplinas" en una décima y como rima. Esto también es significativo: fíjense cómo el subconsciente –que es quien opera en los sueños– echa mano del depósito lexical que tenemos todos sin discriminación, en cuanto le hace falta una pieza (oh, Borges y su “máquina de pensar”; oh, Carducci y Unamuno y “la fuerza generatriz de la rima”).
Seguimos.
Ahora viene un verso que me parece –y perdón por la inmodestia de mi yo onírico– prodigioso: ese "como otras tantas veces", un verso que refuerza la ironía de la rosa, su descalificación al otro personaje, insinuando –recuerden que hay público y en toda controversia de repentismo el público juzga, premia y castiga, por lo tanto, aquí nada es casual ni inocente: pura dialéctica erística– insinuando que el tal Pimienta ya ha hecho esto mismo con otras “rosas”.
Además, aunque en la secuencia enunciativa este verso pase a formar parte de un movimiento ternario (6c-7c-8d), no deja de tener también cierto aire parentético, algo típico también en la décima improvisada (fundamentalmente, en los versos 2b y 8d).
Veamos este movimiento ternario –enunciación de una secuencia de tres versos octosílabos seguidos, cuando lo más natural en la décima es la secuencia de dos, movimiento binario– para que se entienda mejor:
Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
como otras tantas veces...
Esta misma secuencia versal representada con el verso parentético sería así:
Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
(como otras tantas veces)…
Y luego continuaría el resto de la estrofa.
Pues bien, el verso "como otras tantas veces" también es importante: refuerza lo irónico. Además, 1) ha habido un inteligente uso de la catáfora –ese "otras" se refiere evidentemente a "otras rosas"–; 2) ya en este verso es más notorio el simbolismo (“rosas” = “mujeres”), y 3) aparece el golpe más impactante para el efecto irónico y descalificador: ese "tantas veces" que sirve de rima. La suma de "a otras" y "tantas veces" convierte este verso en decisorio, definitivo, "letal" como respuesta.
Y entonces llega el bloque V de la décima (vv. 9d y 10c: bajante y pie forzado), el momento climático, el final, donde una décima se salva o se hunde. Esta parte final de una décima improvisada los repentistas latinoamericanos la llamamos de varias formas: el final, el apeo, el fundamento, el cierre, el remate. Y en todos estos términos se ve su importancia. Es el bloque V el más importante de cualquier décima improvisada. Y el poeta lo sabe. Y el público también. Y lo más importante: el cerebro del poeta también lo sabe (hasta estando dormido). De nada serviría que los ocho versos anteriores hubieran sido sublimes si estos dos versos finales no lo fueran. Los versos 9d-10c salvan o hunden. Por eso la sorpresa mayor del repentismo –para el repentista y para el público– es cuando el bloque V de la décima es sólido, contundente, hermoso, poético, sorprendente y cumple con su múltiple función: cierre, remate, resumen y "derribo" (esto último, si es en una controversia agonal, competitiva).
En el caso concreto de esta décima soñada hay que añadir una dificultad mayor: esos dos versos tienen que completar una pregunta, rematarla y dotarla de sentido para que sea tal.
Dice el poeta (o sea, dice la rosa; es decir, digo yo, dentro de mi sueño):
Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
(como otras tantas veces)
y los tres personajes poemáticos (el poeta, la rosa y yo) tenemos que encontrar, sobre la marcha, en el aquí y ahora –en el ahí y entonces que constituía el tiempo y el espacio reales del sueño– qué es lo que va a decir la rosa que se podría imaginar Pimienta. "Pimienta, tú te imaginas que yo acepte tus pamplinas...", canto en mi sueño, y en la continuidad enunciativa aparece una "y". Pero hallada y enunciada esa "y" tengo que seguir hallando piezas léxicas, armando el verso 9d del importante bloque V. Entonces, mi cerebro encuentra –qué listo el tipo, de verdad, qué técnica tan depurada tiene el muy cerebro mío– la rima "meses". He aquí lo que parece magia, pero no lo es; es técnica. En unos microinstantes de un segundo mi cerebro se desentiende de la estructura lineal del lenguaje e impera o se impone la estructura rimal de la estrofa. Esto es muy importante. Mi cerebro halla la rima "meses" para "veces" (8d). (Hoy no toca la lección de seseo-ceceo y su pertinencia o no caribeña) Es más, mi cerebro halla una frase hecha que constituye metonimia y símbolo: "nueve meses", para rimar con "veces". Entonces ya mi cerebro tiene –antes de enunciar esa parte de la décima– las piezas siguientes:
Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
(como otras tantas veces)
y........................ nueve meses
e inmediatamente busca y encuentra el complemento perfecto, idóneo, pertinente: "al cabo de", locución adverbial de tiempo que viene como anillo al verso para completarlo sintáctica, semántica y métricamente.
Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
(como otras tantas veces)
y al cabo de nueve meses...
Pero falta lo peor. O lo mejor. El verso 10c, el pie forzado, el pollo del arroz con pollo en una décima. Así que mi cerebro… Bueno, siempre lo he dicho. Llega un momento, cuando hay mucha experiencia y oficio, que el cerebro del poeta es mucho más poeta que el poeta. Y este es uno de esos casos. Cuando el poeta-enunciador –yo, en mi sueño– estaba pendiente de encontrar un buen verso 10c, ya mi cerebro estaba por delante y había encontrado no sólo una rima, sino la rima más pertinente entre todas las rimas pertinentes: la palabra-rima "espinas". Una palabra-rima que cerraba perfectamente el círculo semántico y argumental: “rosa” / “espinas”.
Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
(como otras tantas veces)
y al cabo de nueve meses
............................ . espinas.
Pero hay más.
Mi cerebro –que en esto del repentismo es, como dicen en España, "un cerebrito"– ya había encontrado también el complemento perfecto para espinas: "niño". Mi cerebrito había hecho los deberes asociativos antes que yo. Así: poeta (hombre) busca rosa (mujer) y quiere casarse (sexo) y la rosa-mujer imagina que tras el embarazo (nueve meses) puede tener... ¿Qué? Por supuesto, un niño (o una niña, en todo caso, una personita fruto del amor entre ambos: una rosa y un hombre).
Entonces mi cerebrito ya tiene todo esto antes que el público y antes que el propio poeta, porque no olvidemos que en la oralitura un poeta no será dueño de los versos hasta que los enuncie.
Pimienta, ¿tú te imaginas
que yo acepte tus pamplinas
(como otras tantas veces)
Y al cabo de nueve meses
..................niño con espinas.
Aquí no pasemos por alto la importancia del "con". Otro nexo entre "niño" y "espinas" no hubiera creado el mismo efecto.
Y el último gran hallazgo de mi cerebro –no mío, insisto, yo estaba durmiendo– fue el verbo "parir". Otra vez un buen trabajo en los ámbitos del campo semántico, la idoneidad léxica y la pertinencia lingüística. Tengan en cuenta que en el margen silábico que se ha dejado el cerebro a sí mismo –y a mi voz ejecutora– apenas cabe una palabra de dos sílabas, porque el sintagma "niño con espinas" tiene ya seis sílabas y necesita ocho. Solo ocho. He aquí otra vez la importancia del concepto "espacio silábico" en la improvisación de décimas. ¿Entonces? No nos podemos olvidar del verso 9d, ese "primer hemistiquio" del hexadecasílabo que constituye el bloque V de la décima y que impone el rumbo sintáctico (o más bien, lo continúa: el rumbo lógico-sintáctico ya venía impuesto por el subjuntivo "acepte" del verso 7c).
Canto:
Y al cabo de nueve meses
..................[niño con espinas].
Poco margen me queda (nos queda) para completar el verso (la décima). Dos sílabas.
Ahora, ya despierto, y con el Alexis analítico más conectado que el Pimienta repentista, me doy cuenta de que lo que encaja perfectamente en ese hueco, si quiero respetar la prosodia binaria de la décima improvisada, es un verbo. Un verbo de dos sílabas. Y, ya despierto, hago la misma operación de zapa lexical y encuentro tres posibles verbos bisílabos en subjuntivo: "nazca", "tenga", "para". O sea, que había tres posibles versos 10:
-“nazca un niño con espinas”
-“tenga un niño con espinas”
-“para un niño con espinas”
Pero mi cerebro, que es más listo que yo, escogió el vocablo "para" (de “parir”). Y me gusta. Me emociona. Me convence tanto ahora, en vigilia, como en el sueño. Me convence del mismo modo en que convenció al público del sueño, que terminó aplaudiéndome. Pero, ¿por qué “para” y no “nazca” o “tenga”). Porque el verbo “parir” es más fuerte, directo, inequívoco, más gráfico para lo que quiere transmitir el poeta, creo yo (despierto). Por lo tanto, su impacto es mayor, tanto en el propio emisor (mi yo soñante), como en el rival de la controversia soñada (no recuerdo quién era, pero era “el otro”), como en el público, el numeroso público de los aplausos.
Y los aplausos fueron tan fuertes que me despertaron. Y la emoción provocada por esta nueva décima improvisada en sueñas fue tan fuerte que aquí sigo, en la cama, escribiendo este análisis.
Por último, el proceso de lo que yo llamo en mi último libro “gravitación léxica improvisatoria” en esta décima fue el siguiente: La palabra “rosa” atrajo a “cuerpo oloroso” (atracción semántica), y a “esposa” y a “nerviosa” (atracción fónico-rimal), pero también a “ella” (atracción catafórica), a “otras” (también catafórica) y a “espinas” (atracción semántica); la palabra “blando” atrajo a “cantando” (atracción fónico-rimal); la palabra “imaginas” atrajo a “pamplinas” (atracción fónico-rimal); la palabra “pamplinas” atrajo a “espinas” (atracción fónico-rimal, reforzada por la atracción semántica previa de la palabra “rosa”); la palabra “acepte” atrajo a “para” (atracción semántico-concordante); la palabra “veces” atrajo a “meses” (atracción fónico-rimal); la palabra “meses” atrajo a “nueve” (atracción semántica); la frase “nueve meses” atrajo a la locución adverbial “al cabo de” (atracción semántica) y a la palabra “niño” (también semántica). Como ven, todo un entramado cuasi laberíntico. Por eso a veces digo que una décima improvisada es un puzle lingüístico en el que a algunos jugadores les faltan piezas y a otros les sobran.
Y ya está.
Necesito
un café. Necesito volver a la vida real. Ya estoy despierto. Voy a
releo, a corregir erratas (escribir en el móvil es un deporte de
alto riesgo) y lo compartiré con mis lectores. A ver qué les
parece.