Mi nombre es Askari Trejo. Estudié ingeniería mecatrónica. Mi pasión por los números me lanzó de lleno a la poesía. Vi en el ritmo y en las figuras retóricas una curiosa equivalencia con las matemáticas. Tanto que, después de captar esos dos mundos que los pitagóricos ya habían incluso unido antes, decidí escribir para hacer mi propio puente entre ellos. Y, desde entonces, sigo explorando. Al principio lo hacía por aprender, luego lo hice a modo de terapia, y mientras el contenido fue evolucionando, debido a mis lecturas sobre mitología, ciencia y filosofía, emprendí el mayor de los retos, crear un libro. Ya han pasado diez años, y los poemas que he reunido, encabezan una secuencia bajo un mismo título: cristal. La intención fue la de crear un espejo en el cual lo mismo se vea siempre diferente: algo así como un mantra. Pues gran parte de los poemas se derivan en iniciaciones antiguas a la madre tierra. Y la razón, más que nada, es la de reconectar el pensamiento con la naturaleza. Como si pensar fuera lo mismo que sembrarse. Ya que, hoy en día, y más que nunca, nos hemos ido alejando de nuestra Gran Madre y, por ende, de nuestro cuerpo, y a tal punto que podría no haber camino de vuelta hacia el vientre de donde nació el pensamiento que conectaba los abismos con las estrellas.
1
Sea lo que sea que mi corazón sea
al desangrarse para latir un poco más
y más y cada vez más
y lo justo para que aun partido parta en flota
hacia donde el mar renuncia a la tierra
y también lo necesario
para cuando la mano del dios lo hunda
de barco en barco
hasta el olvido de su propia sangre.
Entonces
oscuro furioso palpitante
con tentáculos en vez de arterias
con tinta en vez de sangre
ascenderá cual monstruoso pulpo
a destruir al dios del trueno
para que nada quede de él
pero sí su terrenal ausencia
o tal vez la huella de esa ausencia
o quizás el camino que huella a huella
esa ausencia hará hacia ningún lugar
al no-lugar donde inevitablemente mi corazón
se ha de desplomar al peso de una pluma
para que la muerte le devuelva
aquello que muere latido a latido
hasta el primero y el mismo
que abre al mar en dos
para dar a luz a la luz que sé no se ve
porque ilumina apagándose
entre las estrellas que ya la ven
como lo que era
y era aquella que no tuvo era
ni principio
ni porqué
ni final.
Para que al fin
con alas
y trombón
y trompeta
y trompas de elefante
alado y alucinado
a mil eones por latido
triunfante vuelva mi corazón
y en sinfónica orquesta revuelva
las nubes con las olas
hasta hacerlas deliciosa leche
hasta despejar
nube a nube
mi mente
hasta desnudar
ola tras ola
la última orilla de mi desnudez
Para que entonces y sólo entonces
entre mar y cielo mi corazón sea azul con azul
la copa contra la copa del brindis
que vida y muerte darán
por todo el rojo
tórrido
burbujeante amor que se concentra
y que además se derrama
en breve
y blanco
y blanquísimo silencio.
2
Dicen que la boca de aquel muerto
es un volcán inactivo
pero no
se equivocan
está más activo
que cuando hacía erupción.
Porque
desde el cráter
desde el mero centro
desde el nido que la muerte dejó
allí al borde de sus nevados labios
donde las nubes no han llegado jamás
y donde pude llegar aban-donándome
es por donde el abismo de su garganta
sale en ráfaga de cuervos
hacia mi oído
hacia las ramas
de mi memoria
para darle a mi sombra alas
y para dejarme con la boca bien abierta
como ésa
la de él
que no dice sino lo abierto de la vida
pero así sin narrar un comienzo
sin anunciar un final.
Y así me tuvo
suspendido entre dos vacíos
que se llenaron por fin
cuando palpité el palpitante paro
de su ya podrido corazón
pero allá en lo más alto
del cañón de la cima que da
al peñasco de su tosca nariz
por donde me asomé
y no pude sino escuchar a fondo
el fondo mismo de su nocturna voz
pero
ahora sí y esta vez
poniéndome en su lugar de entierro
porque solo en lombrices
y en huesos
y en lodo
entendí
la fluidez de su difunta lengua
reanimar el silencio que asfixié
con mis propias palabras
porque hablaba por hablar
y poco a poco
mi ánima se fue desanimando
hasta convertirse
en una pluma olvidada por el aire
lo que deriva a estar
más muerto que aquel muerto
y tanto que
las flores de la lengua se me marchitaron
de no saber decir flor desde raíz
porque yo mismo me había
arrancado de la tierra
y yo mismo tuve
que volver a ella
pero hasta adentro
hasta llegar al magma
donde mi lengua se hizo madre
para sanar
lamiendo en cada letra
el magno cuerpo del silencio
pero bastó no solo eso
sino sentir otras lenguas
para darle a la palabra
lo más propio de ella
lo que ella vela en mi decir
lo que ella devela en el decir
de aquel muerto
como la laguna que queda
amplificando lo inactivo de un volcán
o eso que ninguna explosión retumba
o eso
que retumba
ninguna explosión.