Brindo padre por ti, por tu recuerdo
-después de recorridas diez mil millas-
como si te besara el pensamiento
y me pusiera ahora a ser tu hijo
cuando ya es imposible que te vea
y me siente a tu mesa nuevamente
comentando contigo la política
o la dura ternura del ensueño.
Brindo, sí, con champagne, como esperando,
ya no sé qué del mundo ni del ancla
que nos ata a las cosas, ya debiendo
decidirnos a ser transmutaciones
hijas ¡ay! de la química y la vida
que se da nuevamente, como el árbol
que nos deja el oxígeno más puro
para que así transcurra el ciclo lógico
de sangre y de comida, aborrecibles,
llegando sin cesar, siempre llegando
hasta la muerte, que tal vez mañana
la llamen esperanza.
Yo también soy más viejo, ya no quiero
detenerme en la aurora ni en el río,
que a veces me detienen.
Vivo con realidades más judías
que el mismo judaísmo en el idioma
y acierto adjetivando
precisa y duramente la costumbre
de los demás, que me entra a borbotones
por los cincos sentidos cardinales.
Y sé que has de pasar, lógicamente,
por la justa dialéctica implacable,
que se cumple en las cosas y en los hombres
que devienen, devienen cuando viven
como la economía y la congoja.
Yo, que no tengo llantos,
pues los gasté luchando
por la verdad, que aún sigue entumecida
en la intención del pueblo como un sable,
tengo que estar sereno ante tu ciclo,
lejos, pero contigo conversando
sobre la sinalefa y el asfalto
y el hambre y el gobierno y la penumbra
como en procura de un azul seguro,
clamando inútilmente por justicia.
No he de llorarte, no, no he de llorarte
por la mera verdad de lo que digo
y porque estamos claro como el agua.
Pero entiéndeme bien, he de llorarte
por la impotencia de no estar contigo
para darte la mano honradamente
y ver que tú comprendes estas cosas
y decirte que aún sigo estando solo
con la cruz en el hombro, inútilmente,
ya que al pueblo lo llevan con promesas
a poner la cerviz en los altares.
Tú me dejas tu nombre; no es en vano.
porque sé que no habré de equivocarme.
Mírame bien a los ojos, la distancia
ya no tiene importancia, ni la muerte.
Nunca estaremos lejos ni aún más lejos
porque en la soledad nos encontramos
y en esta soledad en compañía
-¡que pueda parecer una congoja!-
pese a que estamos solos, no lo estamos.
Yo ahora vivo en España -¡estoy contigo!-.
Después me iré más lejos. Sí, contigo,
porque estaré contigo, sí, contigo.
Aun cuando estemos lejos siempre cerca
porque los dos pensamos de una forma
que en ti se llama padre y en mí hijo.
No es un simple detalle de apellido,
ni es lo sentimental, es la familia,
es orgullo, ¿me entiendes?, es orgullo,
porque quedan mi madre y mis hermanos
que tienen hijos y que son tus nietos
de ojos azules como tú así claros,
y claros como tú que nos dijiste
que la justicia la compraba el oro
y que la religión los ignorantes.
Esto que es la familia, es obra tuya,
expósito nacido como el aire.
Tan sin explicación como la vida,
solo en la soledad que llaman vida,
y así con sus errores y virtudes
y pájaros y angustias y decencia,
y nos diste una música segura
y un norte humano por real y cierto
como nuestra conciencia de la lucha.
Yo sé que tú comprendes mis olivas
que no ofrecen la paz, sí el sacrificio
y sí la frente en alto y el revólver,
aunque todo sea inútil, como el vino
que ayuda a proseguir, pero no alcanza.
Sobre los ojos rojos del crepúsculo
va a tenderse tu noche fatalmente.
Mañana será día nuevamente
para todas las cosas de la vida
y tú, que no estarás, ya irás creciendo
por el aire, volando en el perfume,
ya tal vez por un hecho en el recuerdo,
ya como ciudadano o como hombre
o como siempre vida, aunque te vayas.
Dame la mano desde allí, sereno
-también yo estoy llorando aunque lo calle-
y quédate a morir, tranquilamente,
con la certeza de dejar tu ejemplo
como un veneno atómico en el aire
contra los inmorales y los pillos.
Yo seguiré creciendo todavía.
Te he de alcanzar empero prontamente
y prontamente no estaremos solos
con la cruz en el hombro en el crepúsculo,
porque los dos creemos en el Hombre
y Julio Verne ya pasó a la historia
por haber cometido esa torpeza.
Hasta más verte padre. Yo quisiera
que brindaras conmigo a la distancia
diciéndonos adiós, sencillamente
como tiene que ser, porque es la vida.