martes, 20 de abril de 2021

POEMAS DE SERGIO GARCIA ZAMORA

 


Poeta cubano, nacido en 1986. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. Autor de una veintena de poemarios, entre los que destacan: Resurrección del cisne (Premio Internacional de Poesía Rubén Darío, Fondo Editorial del Instituto Nicaragüense de Cultura, 2016); El frío de vivir (Premio Loewe a la Creación Joven, Visor Libros, 2017); Diario del buen recluso (Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya, Editorial Erein, 2018); La canción del crucificado (Premio Internacional de Poesía Blas de Otero de Majadahonda, Sonámbulos Ediciones, 2018); Los uniformes (Premio Internacional de Poesía Jorge Manrique, Editorial Cálamo, 2019) y Los conspiradores (Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide, Editorial Verbum, 2020). Fundador del Grupo Literario «La estrella en germen».


LA PALA


Hoy me siento una pala.

Recia. Pesada. Hecha para el trabajo.

Todo poeta debe volverse una pala

en las horas más arduas del día

y cargar, cargar con todo.

Ser el que carga, sin dejar nada para sí mismo,

solo llenarse y vaciarse, una y otra vez,

entre el esplendor y la pobreza.

Tener un filo de metal para penetrar la tierra.

Abrir las tumbas para lo muerto

como abrir las zanjas para levantar las casas.

Entrar en la materia e impregnarse de la materia.

Preparar la argamasa, quitar la ceniza.

Todo poeta debe volverse una pala,

un instrumento de construcción perpetua.

Estar en brazos de lo humano.




LOS CONSPIRADORES

I

Están en un café o en un teatro.

Fuman en la terraza blanca de un hotel. Fuman en los cuartos para estudiantes. Acaban de entrar apurados al metro. Acaban de salir más apurados del metro. Están en las plazas de cualquier ciudad y en las ciudades de cualquier país. Tienen los mismos oficios que el resto de los hombres.

Cuando alguno se entrega al mundo, otro lo sustituye allá en la sombra.

Los periodistas les preguntan con el afán de los torturadores:

¿Qué es la Poesía?

Entonces sonríen como los torturados. Entonces se limpian la sangre de la boca antes de responder lo mismo:

Que nunca han visto el Rostro ni los rostros. Que ignoran los nombres de quienes marchan con ellos. Que no conocen la naturaleza de su causa. Que olvidaron su causa y por qué la siguen. Pero sobre todo:

Que jamás podrán dejar de seguirla.


II

El que escribe y el que lee conspiran.

¿A favor de quiénes conspiran? ¿En contra de quiénes conspiran? Hijos de conspiradores y padres de conspiradores, nunca han dejado de conspirar. Hay hermanos en el mundo que no han visto; hermanos que hablan otras lenguas y en otras lenguas cifran la conjura. El Espíritu habla todos y por todos los idiomas. El que escribe y el que lee han sobrevivido

al encarcelamiento,

a la desaparición forzada,

a los trabajos forzados,

a la tortura,

a la horca,

a la guillotina,

a los campos de concentración,

a las cámaras de gas,

al bombardeo de las ciudades,

a la quema de libros y de autores,

al exilio.

Los conspiradores han sobrevivido porque es inmortal la conspiración. Dueños del secreto sobreviven en el secreto. Se les ve demasiado tristes y demasiado alegres. Los acusan de sectarios. Los acusan de fundar escuelas, movimientos y cenáculos.

Los críticos y los amigos los delatan, pero nadie le cree a un falso delator.



III

Cuando los conspiradores sobresalen, cuando llegan a capitán de capitanes, y no simples cabecillas, son apresados y apreciados por las casas editoriales y los claustros profesorales, son entregados a la Academia para ser juzgados por la Academia.

Siempre los hallan culpables de todos los cargos. Lo escrito y lo leído resulta la mejor prueba de sus crímenes. Lo que han escrito y lo que han leído resulta el único crimen.

La Academia condena a unos al ostracismo, los excomulga, los niega.

La Academia condena a otros a ser miembros de la Academia, a ser cardenales y ministros de la Academia, a ser servidumbre de la Academia. Los unos y los otros quedan felices con sus condenas, porque la condena de la Academia es un premio, es el premio, es un título invaluable y una gracia divina.

La Academia está llena de conspiradores que olvidaron hacer la revolución.




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