GLASGOW
Mi madre me cuenta que ella también se abrió la cabeza.
Tenía ocho años y mi abuela le dijo que no entrara a la habitación porque el piso estaba resbaloso. Su rebeldía le costó ocho puntos y la masa encefálica expuesta. “Vas a estar bien” me dice, mientras sus ojos me acompañan al hospital.
Nunca había notado que el cerebro es como un molusco que se hunde en sí mismo digo, mientras observo mi radiografía y palpo la herida, los días, grito endurecido, carne rosada en la que se filtró la noche.
Me voy a casa e intento dormir pero me despierta el olor a sangre, descomposición de mi memoria. Escucho voces entrecortadas, voces que el olvido es un vacío que se incendia todos los días voces que tu madre dice que el amor es como el agua, pero se ahogó voces porque al fondo del poema flota un cadáver escucho otra herida que me une con mi madre, pienso también, que en mi cráneo se abren preguntas que en el suyo se responden.
Mónica Licea es una poeta mexicana