La alegría del triunfo deportivo obtenido por Estudiantes, estalló como una gigantesca hoguera de satisfacción. El rebosante júbilo de un pueblo que sabe que sólo necesita oportunidades para concretar sus valores. Que lo haya hecho a su modo en medio de la balumba y el estrépito no amengua en un ápice su magnífica reacción, al fin y al cabo, una nación no es otra cosa mejor que grandes masas de gente solidaria, expresando sus anhelos, lamentándose por sus desastres. Hacía falta que las miradas, oídos, que la atención del país estuviese puesta en esa Casa Rosada, a la que le han quitado buena parte de su vibración histórica, para desbordarse por las calles, aún las más apartadas de la ciudad. La euforia popular arrasó con el periodismo. Acaso por primera vez el diario indispensable se distribuyó en cada uno de los que detallaban los momentos cruciales del partido.
No hubo diferencias entre hombres, mujeres y niños. Todos contribuyeron con un pañuelo, con un pito, con una bandera o una rama. Era el expresivo pueblo de la antigua Grecia, las mujeres de Fuenteovejuna, no importa que no tuviesen la coreografía y el colorido artificial de la escena.
Todos, hasta los indiferentes, estaban de acuerdo en que había sido una magnífica jornada.
El gobierno no podía desaprovechar la oportunidad y envió su felicitación a los campeones. Quiso entrar en el tumulto. Ministro hubo que hizo declaraciones dignas de un Dante Panzeri. Pueblo y Gobierno, como suele decirse, demagógicamente, iban de acuerdo.
Personas de condición que jamás habían visto el espectáculo terrífico de un partido a cancha llena, hacían declaraciones a la televisión, como si el fútbol fuese la prioridad de sus preocupaciones. Pero el Gobierno olvidó que si felicitaba a los campeones de Estudiantes, dos semanas atrás había permanecido impasible ante las tropas de asalto que batían a cachiporrazo limpio a los estudiantes de los cuales se desprende el club.
Porque el club de Estudiantes de La Plata fue fundado y sostenido principalmente por el sector universitario de La Plata.
Los mismos estudiantes que defendieron arquitectura, junto con sus profesores, estarían en la fiesta de los campeones que el gobierno oficializa.
Pero se olvida que la Universidad en todo el país espera descontenta. Pero se olvida de los profesores no recuperables que han emigrado por culpa de su pésima orientación en la materia.
¿Qué ha hecho el gobierno por el cuadro que resultó campeón del mundo, haciendo conocer el nombre de Argentina mil veces más que todo lo que hace su oneroso servicio diplomático? Nada. ¿Hablar a su ministro en Londres para que exprese al gobierno inglés su preocupación por el comportamiento grosero de la gente de Manchester que hasta en los libros de Dickens se manifiesta?. ¿Hablar al hotel para que no le pongan salsa Perrins al guiso? ¿Eso fue todo? Pero, ahora el gobierno se viste con el cuadro de campeones y los recibirá en el salón de los bustos.
No es que nos parezca mal. Es que el gobierno no sabe tomar la estupenda lección. Deberíamos ser campeones de todo y siempre acompañados por la euforia general. El festival monstruo de la Reforma Agraria; de la Universidad autónoma; de las construcciones de vivienda de 4 por 4; de la destilación del petróleo, la minería y la industria pesada.
Campeones de la libertad política como ningún otro país; de la democracia celosamente aplicada, del arte, de las ciencias, y por cada triunfo, el pueblo salga a la calle. No tenerle miedo. Por miedo, el gobierno mexicano hizo caer un centenar de muertos sobre las Olimpíadas.
Si la prensa se esfuerza por llevar gente a la fiesta de la modelo y se pasean botellas de champán y lápices para los labios entre esqueléticas modelos que cada vez las hacen parecer más a perchas, ¿por qué no podríamos acostumbrarnos a festejar a lo grande, como ayer con el fútbol, el gol de media cancha que sería devolver al país, sin plazos ni tiempos, las instituciones de la República?.