martes, 10 de mayo de 2022

ENTREVISTA A DORIS LESSING. Por Maria Elena Walsh

 


Si al subir los tres pisos de la casita hubiéramos divisado sillones forrados de cretona y mucama uniformada en lugar de espacios arrasados por huracán, mudanza y gitanismo, nos habríamos equivocado de escritora.

Si un gato no hubiera esperado en un rellano y, en el cuarto superior, en lugar de paredes desnudas, libros apilados, una cama de estudiante y una tabla sobre caballetes hubiéramos admirado muebles de caoba y estampas con escenas de cacería del zorro, una fisura habría desvirtuado la imagen previa de Doris Lessing, a quien creemos conocer al dedillo a través de su "doble", el personaje de Martha Quest.

Un blanco sol matinal es el único lujo del cuarto con balcón que da al "jardín" del fondo, donde no es pertinente buscar prolijos canteros ni rosales con apellido, sino una quinta semisalvaje, quizá llena de ocultas primicias cultivadas por la propia mano de la bruja.

¿El veld?

Ah sí, cómo no, es igual –ríe Lessing con cierta nostalgia. En sus libros nos ha familiarizado tan minuciosamente con el veld, el exagerado paisaje sudafricano, que acabamos por creer que allí vivimos alguna vez y que, exceptuando hormigueros gigantes, techos de palma y otros exotismos, de algún modo lo hemos incorporado, como la desmesura de nuestras pampas.

Una muchacha de sesenta años, de pelo y ojos grises, sin maquillaje ni fórmulas de cortesía, sencillamente vestida, una "mujer de trabajo", con algo de chacarera, mucho de madre refinada y una velada expresión de angustia: la que produce a los escritores que no hacen carrera la inminencia de un reportaje.

La visita debió ser disfrazada bajo ese rótulo, pero es más bien un peregrinaje hasta la gurú, la bruja dueña de una peculiar sabiduría, la descifrante de muchas claves del mundo contemporáneo al que ha intentado cambiar, empeñada en luchas de reformadora social.

Visitantes, admiradores, periodistas, suelen desvivirse por extraer de un autor la certificación de los datos autobiográficos incluidos en su obra. Pero esa curiosidad es reversible, y uno tiende a preguntarse, como Martha Quest frente a cierta literatura femenina llena de silencios, de secretos no develados:

¿Qué puedo aprender sobre mi vida en este libro?

Con el mismo espíritu caníbal y narcisista, algunos querríamos saber cómo hizo un autor para retratarnos en personajes con los que no guardamos más afinidad que la raza (la humana) y el sexo (el segundo). Cómo se las arreglaron para que yo, distante lectora, sea Adriana Mesurat, o Ana Karenina, o Martha Quest.

Aunque sus criaturas sean fruto de geografías, épocas y culturas diferentes y ajenas, Doris Lessing me ha enseñado todo sobre mi propia vida, traduciendo los enigmas de la confusa identidad de las mujeres y proponiendo un itinerario, ¿adónde? Como ella lo dice: "No hay adonde ir, sino hacia adentro".

Visitarla, entonces, no significa sino una comprobación, una señal de alivio en medio de la orfandad en que suele sumirnos mucho papel impreso. Doris Lessing existe, está bien, vive en Londres ("porque es una ciudad que no causa demasiado estrés"), escribe sin pausa, por lo tanto no todo está perdido ni naufragamos en la obviedad.

El gato blanco y negro, que resultó gata y se llama Suzy, luego de una solemne indagación adopta a las visitas y facilita un diálogo que resultaría tedioso para personas no gateras. Es evidente que Lessing no agotó el tema en su encantador libro Particularly Cats.

Por él sabemos que entre los variados trajines de su vida tuvo tiempo de ser amiga íntima, guardiana, víctima, comadrona y además enfermera de numerosas familias gatunas.

¿No se ha cansado de tener gatos?

¡No, nunca!

Por los astutos ojos cruza una chispa de indignación ante pregunta tan estúpida, que es preciso reparar con el previsible pero sincero comentario:

Suzy es muuuuy hermosa.

No, no es tan hermosa como servicial. Hace poco vinieron de la TV alemana y ella posó y se colocó solita bajo los focos. Hay otros gatos en la casa, atigrados, desde aquí los veo cuando cazan en el jardín: pajaritos, lauchas... a veces me los suben hasta aquí para que admire la proeza, ¿se dan cuenta?

Su amor a los gatos representa predilección por los seres vivos, simétrica del desprecio manifestado de hecho por las cosas, por la fúnebre acumulación de objetos propia de un estilo de vida burgués. Si Lessing nunca fue como todo el mundo, tampoco se parece a la mayoría de los literatos, pero, eso sí, es coherente consigo misma, y su desdén por el orden convencional, la posesión y la apariencia no es sino síntoma de su indeclinable rebeldía.

Lessing pasaría el día hablando sólo de gatos, pero hay que abordar otros de sus temas capitales: las mujeres, los adolescentes, el racismo, el compromiso político, la doctrina sufí, las experiencias extrasensoriales, la ciencia-ficción.

Su obra es una verdadera enciclopedia de las mujeres.

Así es –reconoce con la sencilla satisfacción de una cocinera a quien le alaban el guiso de lenteja–, pero no, no participé de los movimientos feministas. No estoy en desacuerdo en general, pero nunca necesité integrarme a ellos para tomar conciencia. Para eso basta con indagar en los personajes femeninos de los grandes novelistas –Tolstoi, Stendhal– y, simplemente, mirar alrededor. Mi madre, por ejemplo –y conste que no la critico– fue todo un modelo de frustración, una vida desperdiciada. Sé que actualmente la situación es muy dura en muchos países donde las mujeres tienen que partir de cero, pero en Inglaterra vivimos una era posfeminista, las luchas iniciales se libraron hace mucho tiempo. Por otra parte, los problemas de la mujer se reducen a uno solo: la independencia económica, que se gane la vida con su trabajo.

Y también de eso Lessing sabe mucho. Adolescente, desertó de la modestísima chacra familiar y pidió trabajo en una oficina en Salisbury. "No tenía título ni de bachiller, pero cuando su madre le contó al jefe todos los libros que había leído Doris, la contrató inmediatamente", cuenta un testigo. Luego fue autodidacta en diversas habilidades, como taquígrafa y mecanógrafa. En el duro Londres de posguerra, ya separada, conciliaba el trabajo literario con la crianza de sus hijos y tareas de oficina por horas.

Fui a la escuela sólo hasta los catorce años, no seguí estudios regulares. Al fin y al cabo, a los jóvenes se los atiborra de conocimientos inútiles, cuando en realidad lo único que necesitan aprender es matemática e idiomas. Es lo que más les haría falta para desenvolverse en el mundo en que vivimos, que es malo, y en el que viviremos, que sin duda será peor. Por otra parte, a veces me pregunto si los jóvenes se dan cuenta de una característica –que quizá no dure– de nuestra época: uno tiene al alcance de la mano cualquier libro que busque. Yo desgraciadamente no sé idiomas, además viajé muy poco, pero ahora me anoté en una academia del barrio y estoy estudiando ruso. Es simpático eso de volver a sentarse entre estudiantes, con pizarrón al frente y todo.

Es un tanto extraño que lo decida ahora, cuando hace rato que emigró del Partido Comunista, noviciado burocrático que ha descripto kafkianamente, sobre todo en Cerco de tierra.

Fui militante comunista durante bastante tiempo, creo que por entonces los jóvenes progresistas en Sudáfrica no teníamos otra opción, pero a la larga y entre otras cosas me di cuenta de que el comunismo no ofrecía soluciones ni respuestas a una serie de inquietudes sin las cuales el ser humano resulta muy recortado. No, no es que ahora crea en una religión determinada, aunque suela recomendar la lectura de los libros sagrados de distintas religiones. Claro que sé muy bien hasta dónde, con el pretexto de la devoción, se practican siniestras maniobras represivas y retrógradas... los mulás, por ejemplo..., ¿saben qué es un mulá?

¡Por supuesto! También sospechamos lo que es un ayatollah.

En cambio me interesó, desde hace tiempo, en las diferentes vías de espiritualidad, de contemplación. ¿Ve? Todos estos son libros de sufismo.

(Misteriosamente intercalado entre ellos hay uno de Borges.)

A lo largo de su obra, y en especial en La ciudad de cuatro puertas (último tomo de Hijos de la violencia), cuenta experiencias que podríamos denominar, a la ligera, esotéricas. Entre otras cosas, atribuye a la concentración y a la telepatía propiedades terapéuticas para aliviar esos comportamientos anómalos caratulados como enfermedades mentales.

Quizá sólo lo irracional pueda salvarnos del caos irracional en que vivimos: prácticas místicas o extrasensoriales, telepatía, locura, mensajes oníricos.

En páginas hilarantes de El cuaderno dorado, Lessing ha bordeado el enloquecido mundo de la TV y el cine. Escribió alguna vez libretos para la BBC, y ahora está en proyecto una versión cinematográfica de Memorias de una sobreviviente, en Estados Unidos.

Con Julie Christie como protagonista, ¿se dan cuenta? –comenta con horror por una elección que le parece desatinada–; pero en materia de cine un autor tiene que resignarse. Si trata de luchar, está perdido: cuanto más quiera intervenir para defender su obra, peor le irá. En eso sigo el consejo de un amigo: "Cobra tu dinero y sal corriendo".

Y Lessing, que al principio no parecía dispuesta a sacrificar demasiado tiempo en una entrevista que quizás hubiera sido ardua y breve sin la mediación de Suzy, coopera de pronto, con aire de abanicarse en el patio:

¿De que más podríamos conversar?

Prometió en un libro que jamás tendría servidumbre, escarmentada por los abusos esclavistas cometidos en su Rhodesia. Y atiende el teléfono y el timbre, prepara café en su kitchenette, cose, hace jardinería y cuida personalmente el bolsillo ajeno: ha dado a las visitas complicadísimas instrucciones para llegar en subterráneo. Al fin no quiere despedirlas sin que conozcan a sus otros gatos, que se mantienen ausentes, pocos serviciales.

¿No tiene quien la ayude? –pregunto.

No..., abajo viven unos amigos, pero no tengo empleada ni ayudante ni secretaria ni copista ni agente literario ni nada.

Pero quizá necesitaría de alguien que...

Lessing interrumpe y, sabiendo por experiencia que tal variedad de tareas sólo puede desempeñarlas una mujer, ni hablemos de la mujer de un escritor u otra celebridad masculina, afirma con travieso humor.

Lo que necesitaría es "una esposa".



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