EL NIÑO JORGE LUIS
“¡Jorge!”, lo llamó su padre a la biblioteca familiar. Quería decir algo más con esa palabra que compartían, ese apelativo que hablaba menos de ambos que de ninguno de los dos.
Cumplía el padre la promesa, le traía un regalo de cumpleaños que lo acompañaría toda la vida: “si no desde la presencia, al menos desde la memoria que, como afirma el amigo Macedonio, son la misma cosa”, dijo el padre y puso, con un ruido grave y solo, el paquete sobre el escritorio.
El niño Jorge Luis se acercó sin sonreír, dando un paso metafísico con el olfato. Luego, lo agarró con pequeña expectativa: era pesado. El papel liso y de un solo color parecía fabricado en un sueño. Lo abrió sin romperlo, pensando que no era de uso que viniese sin un lazo o cinta que lo sujetara.
El sonido de papel desdoblado tuvo un eco menor, por lo cual, melancólico. Antecedía al regalo una caja de cartón basto. Levantó la tapa: su estatura, ya de seis años, le hubiera permitido mirar dentro sin ponerse en puntas de pie, pero cuando metió la mano y aferró el obsequio, sus ojos estaban puestos en los ojos levemente bizcos del padre.
Lo sacó con suma lentitud. Era un prisma rectangular de plomo, liso, sin indicio de naturaleza.
“Es un laberinto” –dijo el padre–, “una réplica, me aseguró el anticuario, del que Dédalo levantó en Creta y cuyo diseño fue acuñado en moneda. Puede quitarle el techo haciendo un poquito de fuerza”.
El niño no lo quitó. Sí lo hizo girar sobre el plano del escritorio. Despacito. Despacito. Le llamó la atención una fina grieta que iba del alto techo a la mitad de una de las paredes.
“Lo dejo con él”, dijo el padre, saliendo de la biblioteca.
Jorge Luis cuidó el silencio. Algo le dijo que aquella luz matinal le iluminaría el recuerdo, asociada al perfume de las flores de un jarrón y al sonido del reloj de pared que acostumbraba a marcar horas de otro tiempo.
Rozó la grieta con la yema del dedo índice y acercó a ella un ojo para ver en el interior del laberinto.
Se pasó la lengua por los labios secos. Había logrado controlar seriamente el escalofrío. Por eso no se sobrecogió, al ver en el claroscuro interior, justo en el patio central, la nítida silueta atroz del Minotauro.
Sergio Ferreira: Poeta, narrador y periodista. Algunos de sus libros: "En el País de las Máscaras"; "Éxodos - Los testimonios"; “Romance de los Siete Jefes”, obra de teatro musical compuesta junto a Coco Domínguez Tealdi; “Los Desheredados”. Coordina la columna radial de literatura, “Crónicas de Cacodelphia”, por Radio Cadena Oh!; también el Taller Literario "Temps Era Temps" desde 1998 y el Fondo Editor Cooperativo "Los Juegos del Temps” desde 2003