jueves, 7 de julio de 2022

"JASPERS O EL CATECISMO ESTOICO" Por OSVALDO BAYER

 


El pesimismo relativista del pensamiento de Jaspers nos entrega otra brillosa y brillante interpretación del hombre actual en su último ensayo titulado La Bomba Atómica y el Futuro de la Humanidad. Del hombre nacido a una nueva realidad el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima. Su solución y su posición se concreta en pocas palabras: en un sondeo de la verdad por parte del individuo en su doble polaridad de ente individual y componente de la sociedad. El sondeo de la verdad representa “el último horizonte” del hombre y al mismo tiempo la única posibilidad de eludir la próxima catástrofe. La catástrofe atómica —dice Jaspers— es "la verdad", la gran verdad de nuestros días; es una situación límite, como lo son la enfermedad, la culpa y la muerte. Y por esa verdad el hombre debe dejarse conmover hasta la médula de los huesos. Sólo cuando esa conmoción haya tenido lugar puede nacer la esperanza, y entonces habrá llegado el momento de experimentar lo que se revela en la situación límite.

No pertenece a una filosofía valiente sino a una filosofía anquilosada —nos asegura Jaspers— el esperar pasivamente el cataclismo hasta caer en la sima. ¿Pero cuál es la acción, el papel del hombre ante la catástrofe ¿Cuál la “filosofía valiente” de Jaspers. Jaspers responde con las palabras que Jeremías expresó a su desesperado discípulo Baruch cuando se produjo el desbande del pueblo elegido, oportunidad en la que hasta los últimos judíos renegaron de su fe por el culto de Isis. “Así habló Jehová: en verdad os digo, lo que he construido lo echaré abajo y lo que ha plantado lo arrancaré. ¿Y tú exiges algo grande para ti No exijas nada, porque yo traigo desgracia sobre la carne.” Y Jaspers acota: “Jeremías quiere decir: "lo que Dios es, es suficiente.”

Con esta solución Jaspers aparenta darnos una filosofía del conformarse. Pero nada de eso ocurre; precisamente la frase: “lo que Dios es, es suficiente” limita el último horizonte que nos obliga al sondeo de la verdad. Sabemos nuestro panorama; ahora, manos a la obra. En ese horizonte “crece el ánimo por la confianza que no puede ser extirpada por ningún fracaso: aún tampoco por el fracaso de la razón."

Pero no es el ansia de paz de los pueblos, no es la voluntad del avance cultural y social —palpable en cualquier ambiente de masas trabajadoras— lo que busca la anulación total de toda posibilidad de agresión sino que para el filósofo cristiano es la circunstancia de tener permanentemente delante de los ojos esa catástrofe como posibilidad, como probabilidad, lo que impediría la orgia de fuego. Esa es la única “chance” para la reflexión, para la renovación política y para la defensa contra la catástrofe.

La solución, pues, está en el individuo. En la reacción de cada uno de nosotros puesta de manifiesto a base de la razón, por supuesto no la que se refiere al entendimiento finito sino de “la gran razón total, que todo lo abarca” y con ella dirigir nuestros pensamientos, impulsos, esfuerzos, a la superación de la amenazante catástrofe final, comenzando en el propio quehacer diario.

Y para tener éxito en este bíblico consejo del catedrático de Basilea hace falta solamente en el orden internacional “la libertad ilimitada de información, sin censuras, y la libre competencia intelectual pública.” Evidentemente Jaspers busca una salida un tanto utópica. Tan utópica es que él mismo trata de cubrirse la retirada final cuando en su último párrafo nos dice como despedida que “la posibilidad de todo lo que parece utópico es confirmada por una confianza que si bien no está fundamentada en este mundo, le es dada solamente al que hace lo que puede”.

Para nada toca el problema económico. Para nada las consecuencias de la denominada libertad económica que engendra la competencia en el capitalismo. ¿Cómo pensar en una "información libre” sin antes haber destruido las condiciones impuestas por los intereses económicos? ¿Cómo pensar en la equidad de un pensamiento individual sometido a todas las contradicciones y todas las dependencias del ciudadano ante una sociedad enemiga? ¿Cómo puede ese individuo llevar a cabo los magníficos propósitos jasperianos dentro de las ligaduras de una lucha diaria, de una subsistencia atenta a coyunturas y crisis económicas, a desocupación e inflación, a superproducción y a falta de mercados? Tampoco nos habla en su ensayo sociológico-político del futuro del habitante de los países infra-desarrollados en la era atómica.

LOS PAISES COLONIALES

O sí. Tal vez lo soslaya cuando hace velada referencia a Suez y expresa que “cuando los pequeños rompen tratados con violencia, los grandes no se atreven a hacer respetar ese derecho por medio de la fuerza.” No es posible explicar el ansia de libertad de los pueblos, a quienes el filósofo llama “pequeños”, como un rompimiento de “tratados”. El problema del colonialismo y su peligro para la paz mundial tendría que haber merecido un capítulo especial en su ensayo ya que es precisamente el motivo creador de malestares nacionales e internacionales.

Tal vez la evidente falla está en el planteo al considerar al mundo actual como una unidad, al hablar de gobiernos o países en pugna y no reconocer dos conceptos económicos totalmente distintos dentro de ese mundo.

Pero esos malestares nacen justamente cuando las naciones imperialistas tratan de reprimir los movimientos nacionales de sus países dependientes queriendo volver a épocas caracterizadas por el colonialismo puro.

En el plan político que nos presenta Jaspers —en una preocupación digna de recalcar para un filósofo “químicamente puro” con respecto a la política— hallamos una solución para los pueblos coloniales que verdaderamente sorprende por su infantilismo y su “buena voluntad.” Porque aquí ya Jaspers no respeta ni a su propia “historicidad”: “Las fronteras políticas y los tratados injustos heredados del pasado —nos dice, deben ser modificados, y a los pueblos sometidos debe dárseles la libertad a su pedido y por medio de un organismo superestatal. El medio para interpretar la respectiva voluntad popular es la votación libre y secreta.” Aquí se muestra con, toda evidencia un desconocimiento total de la realidad política o se está en este punto ante la verdadera crisis del pensamiento autodenominado como “occidental”, que busca Ja salida de circunstancia en la manifestación de algo que no cree. Porque esperar que de improviso los países imperialistas renuncien de la noche a la mañana a todo un nivel fundamentado en la explotación de colonias y mercados obligados es tener la misma inocente —o hipócrita— concepción de creer a gobiernos elegidos en “votaciones libres y secretas” intérpretes fieles de la voluntad popular, desconociendo las influencias de la alta finanza y las contradicciones y lucha de una libre competencia.

Jaspers exige enfáticamente la eliminación del derecho de veto. Y aquí quiere desatar el nudo gordiano de un tijeretazo: creer que los problemas mundiales se van a resolver con la eliminación de ese derecho o con la renuncia de la soberanía absoluta es como esperar que por un milagro los accionistas de los grandes consorcios renuncien a sus posiciones y vistan el sayo de San Francisco de Asís

En fin, su solución del problema atómico queda encuadrado en esta frase, digna de toda una canonjil tradición ascético-protestante: "El cambio (ético-político) es ocasionado por cada individuo, en su manera de vivir, al principio en íi mismo y luego al percibir que otros están con él. Toda pequeña acción, toda palabra, toda conducta en los millones y miles de millones, es importante. Lo que en grande sucede es sólo síntoma de aquello que ocurre en la intimidad de muchos”

PASCUAL JORDAN

Pascual Jordán, el conocido hombre de ciencia alemán —único de los invitados que rehusó firmar el manifiesto antiarmamentista atómico de los sabios de Goettingen— es en realidad más sincero y más claro que su maestro Jaspers. Jordán es actualmente el teórico de la democracia cristiana alemana y consejero atómico del avizor ojo de Adenauer. Además de actuar como profesor de Física Nuclear en la Universidad de Hamburgo ocupa una banca en el Bundestag por el partido mayoritario. Su mérito es el de haber sido consecuente con el pensamiento de la burguesía industrial alemana que después de la primera guerra mundial forjó la reacción violenta del nazismo y luego de la segunda ha disfrazado esa violencia con la “economía social libre” de la democracia cristiana. Jordán nos expresaba en 1933 que “la verdadera fuerza que impulsa al científico a su trabajo es la voluntad por el poder” (Nietzsche). En su libro Pensamiento Científico en la Nueva Era, deja sentado que “la guerra es el medio más noble para la consumación de objetivos históricos” y que “en cuanto a significado e importancia, la investigación científica se da en forma irreversible como poder técnico y militar.”

Claro está, estas interpretaciones estaban bien en aquel entonces. Ahora, Pascual Jordán en su obra La Revolución Fracasada (1955) nos presenta mucho más evolucionado ese pensamiento, ya más en los cánones del cristianismo alemán. Él no se conforma con utópicas soluciones como Jaspers sino que supone inevitable la guerra atómica; está ya en la postguerra atómica- Se a Galilei y nos expresa que Hiroshima demostró palpablemente la necesidad del proceso a Galilei ya que “hasta el día de Hiroshima el proceso a Galilei valió para todos los aficionados al progreso como una prueba de la necesidad de la posición anticlerical” mientras que lo “que la Iglesia buscó impedir en aquel entonces —el desarrollo desenfrenado de la curiosidad científica— no era un camino hacia el progreso sino un camino hacia el infierno.” Desde esta base irracional, Jordán nos demuestra lo inevitable de la guerra atómica por lo que, lo único que puede salvar a la humanidad es ya sólo el crear medios para combatir los estragos de las explosiones de la radioactividad y de todas las otras consecuencias de una guerra atómica. En esto es optimista ya que “desde hace tres mil millones de años la selección de la naturaleza es el factor dominante del adelanto de la vida orgánica sobre la Tierra.” Y “nada justifica la aseveración que las pérdidas en la guerra atómica en el peor de los casos va a ser mayor que las ocasionadas durante la segunda guerra mundial. Su desarrollo sí será más rápido; un simple cálculo matemático limita esa guerra a 36 horas de duración.” Verdaderamente es un gran consuelo saber que "aunque en el año 2500 una catástrofe más terrible redujera la humanidad a unos pocos miles, en el año 3500 se establecería otra vez ante el problema más espantoso de todos: el de la superpoblación del planeta.” Jordán nos presenta ya a la humanidad del porvenir: “las ciudades subterráneas conforman la única forma posible de habitación en masa para el futuro.” El remedio' pues para la radioactividad se presenta sencillamente con la prohibición “a todo ser humano de salir por unos años” a la superficie. “El destino humano —nos dice por último— también estará en peligro en los próximos mil años, lo mismo que en la era de los mamuts y de los osos de las cavernas: sólo cambian de formas.”

Todo esta patética deshumanización y desnudación del pensamiento cristiano nos muestran la profunda crisis en que se halla ese mismo pensamiento. Uno, Jaspers, nos dulcifica el cuadro con la enseñanza de un catecismo estoico y las vagas soluciones de un filosofismo terapéutico. El alumno, Jordán, nos dulcifica el apocalipsis: cuenta los muertos y llega a la conclusión que no son tantos. La sonda no llega a la verdad, no ve la realidad, queda atascada en una resaca que indefectiblemente será barrida por el progreso de los pueblos.


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