Hasta los ocho años su idioma fue el quechua. Viene así de la entraña viva del continente y de ella trae el testimonio directo. Por ese camino del idioma penetra en una profundidad de espacio y de tiempo que no se alcanza por otras rutas. Retraído pero cordial, en su aspecto y su trato amistoso se explica la esencial finura y delicadeza de una obra que no excluye el vigor, como si la sensibilidad fuera el secreto de su valentía espiritual. Acaso él personalmente nos permite comprender cómo pudo ser el hombre de esa civilización que en su país es algo más que un simple recuerdo. Lo que en "Huasipungo" es esquematismo simplista, en las novelas de José María Arguedas es realidad atrapada en toda su vital complejidad, en una prosa de claro castellano lleno de resonancias líricas. Ha publicado hace poco en Lima "El crónicas Sexto", novela de la famosa prisión de ese nombre. Verdadero descenso a los infiernos, es un libro terrible, como el mundo que tan desgarradamente describe. Entre "El Sexto", el más reciente, y "Yawahr Festa" (1941) que lo consagró — el primero fue "Agua" (1935 )— alza su hermosa arquitectura "Los ríos profundos".
"Los ríos profundos" es una novela denso de hechos y de vida porque a las múltiples implicaciones de su argumento y desarrollo, se suma el eco poderoso de un mundo a la vez antiguo y moderno, que es parte, y actúa como trasfondo situado dentro y más allá de la novela. Desde su seguro comienzo los personajes se hallan arraigados en ese universo, en el cual se advierte la presencia actual de un pasado de muchos estratos, constituido por siglos de existencia colonial, y aquel otro pasado incaico que en Perú es parte de la vida de hoy y de siempre a través de sus monumentos imponentes y a través de algo más cálido, como el idioma mismo, ese suave quechua que es en realidad y en este libro, como un rumor más atenuado pero audible, de un lenguaje del corazón mismo de la gente y el país.
Nada más adecuado que el título. Los ríos profundos son los que bajan de la montaña y cruzan la tierra, pero son también aquellos otros ríos de la sangre que están corriendo desde sus remotas fuentes ancestrales, sin agotarse. Vasto es el material que va estructurando Arguedas. Su novela comienza en torno de los muchachos del colegio Abancay, que viven las violentas contradicciones de la adolescencia, no sólo en el conjunto sino a través de cada una de sus individualidades. Ciertamente no se confunden, una con otra, las figuras juveniles. Pues todas muestran su propia personalidad. Pero hay mucho más, pues surge crecientemente el medio social íntegro. Y luego también la naturaleza imponente, la montaña gigantesca, las quebradas altísimas, los torrentes rugidores.
Todo esto tiene su propia voz, que se va incluyendo en la sinfonía total compuesta de infinitos matices, desde el eco de la vida en los feudos de los cañaverales hasta el canto del trompo zumbador que los muchachos tiran. Arguedas, que da toda una lección de cómo puede encararse una auténtica novela social, trocando en poesía lo que para otros sería un motivo de predominantes truculencias, es igualmente fino al penetrar en el recinto de la exaltación de los muchachos. Como una prueba más de lo amplitud de su registro aún hay que mencionar, como una culminación épica, el imponente final de los indígenas en fuga ante el avance de la peste, cuya indudable grandiosidad corona su propio crescendo.
Hay en "Los ríos profundos" un respaldo de tradiciones, de leyendas, de supersticiones, de creencias, todo lo cual no siempre se puede decir que enriquezca la vida de la gente, pero sí el material literario, que es realmente espléndido. El novelista lo recrea después de haberlo hallado, como sabio etnólogo que también es, en sus mismas fuentes. Hay una gran vibración de vida popular en su libro. El novelista ha movilizado de pronto todo un mundo inexpresado, que está bullendo caliente por debajo de las apariencias más visibles, en su país. Pero ésto, importante no sólo para el Perú, es un elemento más a considerar para ubicarlo entre los mayores novelistas actuales en América, a través de cuya voz ella realmente habla.
José Mario Arguedas es uno de esos escritores en quienes se da el destino envidiable y venturoso de expresar a través de su arte y el tono de su propia visión sensible, a todo el pueblo al cual pertenece. Hay en su obra mucho callado y terrible dolor, y sin embargo todo canta en sus páginas, cantan las gentes del pueblo, cantan las enormes campanas seculares, cantan las piedras y el agua en su bellísima concertación de acentos.
Texto de 1963