Onetti asegura estar cansado de Onetti, tanto Onetti, reportajes, notas, críticas, artículos: el nombre en letras de molde en todos los diarios ahora que Montevideo descubrió que albergaba a este gran escritor entre sus paredes grises. Por eso no es fácil acercarse al hombre y penetrar en él; cosa difícil atravesar la corteza áspera, convertida casi en mito, que, según dicen, lo recubre. Falló una primera tentativa: el escritor dejó dicho “no estoy,
perdón”; al dorso del mismo papel el cronista escribió “estuve, perdón”. Pero a la segunda sí, el diálogo fluyó, cordial, sincero, aunque el escritor poco o nada quiso decir acerca del premio nacional, el primer premio, que acaba de honrar su obra de los dos últimos años. A lo sumo, murmuró algo así como que sería muy lindo que el Uruguay instituyera un premio
de cien mil dólares para sus escritores; “De todos modos –dijo- los premios no se cobran. En el 59 me dieron un premio de mil pesos; en el 60, uno de dos mil. Todavía no vi un centésimo. ¿Y se da cuenta el prestigio que le daría al Uruguay, un premio de cien mil dólares?”
Juan Carlos Onetti fue el primer secretario de redacción de Marcha, allá por el año 39. De aquella época datan sus primeras ediciones: “El pozo”, una novela en borrador, se imprime en una minerva que Casto Canel y Juan Cunha habían comprado con propósitos editoriales.
“Excelentes muchachos –recuerda Onetti– pero como comerciantes eran un desastre; publicaron aquellos 500 ejemplares, yo les hice un dibujito de Picasso para la tapa, pero no distribuyeron más de 25 o 30, entre la librería Barreiro y la Biblioteca”.
Poco antes, cuando todavía cargaba bolsas al hombro en el Servicio Oficial de Semillas, había escrito otra novela, “Tiempo de abrazar”, de la cual se publicó un capítulo en Marcha. “Perdí los originales, pero alguien, no sé quién, ha de tener alguna de las copias que había hecho”.
Después, por el año 40, Onetti no recuerda bien, gana un concurso de Losada con otra novela: “Tierra de nadie”. Desde entonces diversas editoriales argentinas editan “Para esta noche”, “La vida breve”, “Los adioses” y finalmente “El astillero”, recientemente publicado por la Fabril Editora. En Montevideo Marcha y Alfa dan a conocer “Una tumba sin nombre” y “La cara de la desgracia”, novelas cortas y brillantes, de rápida venta. Tiene tres novelas largas en preparación y en algún cajón guarda cartas de Gallimard y “alguna otra editorial francesa, no recuerdo el nombre”, que le proponen adquirir los derechos de autor de las últimas novelas, para difundirlas en Europa.
Un hombre, el personaje clásico de Onetti, Onetti mismo, quizá sufre el horror de la incomunicación humana, en silencio y de verdad; contempla las manchas de humedad en el techo y las volutas de humo del cigarrillo que cuelga de los labios, tendido sobre una cama, las manos sobre la nuca, escuchando los pasos y las risas de una mujer que vive pared de por medio, en la pieza de al lado. Hay olor a humedad, el personaje está solo, solísimo, preso dentro de la propia piel y pasarán las páginas y las páginas y no descubrirá salida para su pesadilla. La novela puede terminar de dos maneras diferentes, o de tres, como en un juego, como en la vida, las cosas pueden ocurrir, dejar de ocurrir, no haber ocurrido nunca, ocurrir de distintos modos a la vez; el lector agudo o el crítico inteligente, que los hay, pueden dar con la clave sin dificultad. El escritor dice su dolorosa verdad, de eso se trata y escribir es para él como un oficio de desgarramientos.
“La aventura del hombre enfrentado a su destino, o a su vacío de destino”, así lo define el propio Onetti, y agrega: “Pero tiene que salir de adentro. Yo escribo por ataques; a veces me paso meses y meses y no se me ocurre nada, pero siempre sé que va a volver, que siempre volverá. Y vuelve: en el momento más inesperado, el tema llega y lo domina a uno. Cuando uno se pone a buscar el tema, como hacen algunos que no quisiera nombrar, pensando que está bien escribir esto y mal esto otro, entonces uno no es un artista. Podrá ser un correcto escritor, pero no un artista”.
–Faulkner, quién sabe por qué, dice en los reportajes que la inspiración no existe. Solo la disciplina, dice. Y Faulkner, o por lo menos su estilo, tiene mucha influencia sobre Onetti. ¿Inspiración o disciplina, Onetti? ¿Le parece que Faulkner se da cuerda, como un reloj?
–Mentiras, mentiras de Faulkner. Me consta que escribe borracho como una cuba, tirado en un granero. Y en el hospital de Menphis –Menphis, el pueblo de Faulkner–, tiene una cama reservada para él. Dos por tres le vienen ataques de delirium tremens y cosas así. Como le digo, siempre tiene una cama lista. Y es un genio, Faulkner.
–Yo viví en Buenos Aires muchos años, la experiencia de Buenos Aires está presente en todas mis obras, de alguna manera; pero mucho más que Buenos Aires, está presente Montevideo, la melancolía de Montevideo. Por eso fabriqué a Santa María el pueblito que aparece en “El astillero”: fruto de la melancolía de mi ciudad.
–Hay quien dice que la suya es una literatura de evasión; el exquisito arte de la fuga.
–Usted sabe que no hay nada de eso. El escritor está sometido a su compromiso esencial con la condición humana: solo que yo creo que el mensaje se tiene adentro, y sale. Ahí tiene a Balzac, por ejemplo, pintando una sociedad entera y quizá jamás se propuso hacerlo; lo hizo, simplemente. El medio influye sobre el escritor sin que el escritor pueda siquiera darse cuenta de ello; cada cual lleva al medio dentro de sí. En el sur de EE. UU., ahí tiene, el medio ha de haber influido como en un proceso de ósmosis sobre los escritores: Faulkner, Cadwell, Mc Cullers, no se pueden haber confabulado todos para mentirnos. Esa atmósfera sureña de sexo y violencia está alrededor de ellos y en ellos mismos. Supongo que a mí me pasa algo parecido. Pero ahora me tengo que ir, es una lástima, anoche no pude pegar los ojos.
Y se despide con voz ronca, Onetti, el áspero; hasta la vista y gracias, dice.