El juglar español que el domingo 12 de febrero cumplió 74 años tiene un fuerte vínculo con la literatura.
A los 14 años el rey Melchor le trajo una guitarra. Era un adolescente ensimismado que mataba las horas rimando en un cuaderno a rayas versos llenos de odio contra el mundo. Vivía en un sitio llamado Ubeda, cuyas nubes haría célebres un senador argentino en un debate televisivo por la firma de un tratado de paz con Chile. Algunas noches, mientras sus padres dormían, practicaba con sordina en su flamante guitarra los acordes de “blanca y radiante va la novia” con el fin de seducir a una vecina rubia que se terminó quedando con otro: “Sólo se me ocurrían tres maneras de atraer su atención, triunfar en el toreo, atracar un banco o suicidarme, lo malo era que las tres exigían una sobredosis de valor que yo, hay de mí, no poseía”. Fue entonces que descubrió que todas las calles se llaman melancolía, y se subió sin billete de vuelta al vagón de tercera de un tren que lo llevaría a ninguna parte. Su equipaje: una guitarra y la poesía.
El poeta argentino que le cambió la vida.
Gracias a un disco del Cuarteto Cedrón, Joaquín Sabina se enteró de la existencia de Raúl González Tuñón. Escuchando una y otra vez ese disco se aprendió todas las canciones y los versos del poeta argentino “quedaron para siempre grabados en la piel del corazón de la memoria”. La admiración de Sabina por Tuñón se mantuvo a lo largo de los años y es tan persistente, honda y verdadera que llegó a decir: “ Le deben todo mis canciones”. En sus primeros viajes a Argentina, Sabina se dedicó a recorrer las librerías de viejo, y no cesó hasta hacerse de la bibliografía completa de ese poeta.
Raúl Gonzalez Tuñon nació el 29 de marzo de 1905 en la calle Saavedra 614, de la ciudad de Buenos Aires, en una casa que tenía dos patios y un níspero. Su abuelo Manuel Tuñón era un minero de Asturias, nacido en Mieres y que emigró a Argentina cuando fue perseguido por su ideas socialistas. Raúl González Tuñón durante décadas ejerció el periodismo, y a mediados de la década del treinta viajó a España como corresponsal para cubrir las incidencias de la guerra que duró tres años. Allí conoció a Antonio Machado en el Segundo Congreso Internacional de Escritores celebrado en Valencia, se leían poemas con Federico García Lorca en la Taberna de Pascual en la calle de la Luna o en la Cervecería de Correos, se hizo amigo de Miguel Hernández –recién llegado de su Orihuela natal-, y reencontró a Pablo Neruda, a quien había conocido en Buenos Aires, en 1933, en casa de Natalio Botana.
Las huellas dejadas por Tuñón en España, lo acercaron mucho más a Joaquin Sabina al poeta que blindó la rosa y puso gatillo a la luna. Cuando se habla de poesía, Sabina suele cabrearse por el hecho de que sus cófrades prácticamente no leen a Tuñón, a quien incluso ignoran muchos poetas: “porque no saben nada los que saben”. En la biblioteca inmensa que el cantor tiene en su vivienda madrileña de Relatores Nro. 22 esquina Tirso de Molina, los libros de Raúl González Tuñón los tiene reunidos en un estante bien a la mano: “ porque lo quiero tanto todavía, por su muerte tan viva y tan insomne, porque me hace llorar a pleno día, por los años impíos y fugaces, por la primera piedra en tantos barrios, por mi guerra de España tan perdida, por su Rosa Blindada, porque todos somos humanos, inhumanos, fatalistas, sentimentales, inocentes como animales y canallas como cristianos”.
Intercambio poético con Juan Gelman
Se conocieron en el Club de la Rota, fundado en la casa que a comienzos de los ochenta tenían en Cádiz los escritores Luis García Montero y Almudena Grandes. En esas reuniones participaban poetas como Benjamín Prado –por entonces un adolescente que hacía las veces de secretario de Rafael Alberti-, Angel González y José Caballero Bonald. El mercado inmobiliario gaditano se agitó cuando Joaquín Sabina compró una casa en el pueblo pesquero de Rota en el que pasa sus vacaciones: “Cádiz es mi pasión y mi destino, la estación terminal de mi camino. Cádiz es mi rescate y mi hasta luego, mi patria, mi rincón, mi olor, mi fuego. Cádiz es mi presente y mi futuro, mi afán, mi corazón tan inseguro. Cádiz es el lugar donde reposo, mi sueño del verano más hermoso. Cádiz es un domingo por la tarde, sin lunes bajo un sol que guiña y arde”.
Un día el Club de la Rota decidió invitar a Juan Gelman para que leyera sus poemas. Así nació una amistad que se cultivó hasta el 14 de enero de 2014, día que murió en México el poeta argentino. Joaquín Sabina le dedicó “De purísima y oro”, una canción que integra el disco “19 días y 500 noches”, editado en 1999. La simiente de la canción fue un regalo que le hicieron a Sabina cuando cumplió los sesenta años: el traje de torero con José Tomás llevó al hombro cuando salió de la Plaza Las Ventas el 5 de junio de 2008, tras cortar cuatro orejas para regocijo del rey Carlos, la infanta Elena, y una delirante multitud de aficionados.
Joaquín Sabina de pedir el carnet de la sociedad protectora de animales cuando José Tomás empezó su vida pública como torero. Fue entonces que se volvió un taurino capaz de sorprenderse a sí mismo, discutiendo a los gritos con quienes procuran prohibir las corridos de toros. “De purísima y oro”, significa en el argot taurino, cuando el torero sale al ruedo vestido de azul, celeste y dorado. No es la canción que tiene que cantar en cada concierto y que es coreada por el público, pero sí es su canción favorita, y decidió dedicársela a Juan Gelman.
Es una canción llena de guiños a los años de la posguerra, en la que alude a Manuel Laureano Rodriguez Sánchez –Manolete- por hablar de esa figura mítica que fue Manolete -uno de los más grandes toreros de la historia, que murió por una cornada en la Plaza de Linares-; Lupe Sino -la novia con la que no se pudo casar y a la que no dejaron ni entrar en la habitación cuando el torero se estaba muriendo-; o la mención a “un anillo y una medias de cristal” , para referirse a las señoritas solteras que épocas de tremenda escasez soñaban con medias finas y transparentes que se conseguían de contrabando o el anillo que las arrancara de su atroz soledad.
Cuando a Juan Gelman le confirieron el Premio Cervantes en 2007, Sabina en casa de su amigo Eduardo Galeano, le improvisó un soneto:
Qué gran Cervantes Juan Gelman
Hoy, en Montevideo, con
Galeano,
el más idiota (Zavalita creo
que acuñó el
macondismo filisteo
para mi tron) latinoamericano.
Destemplando
el violín y otras cuestiones
se nos echó el amanecer encima,
de
sobra sabes, Juan, que a mí la rima
me moja el corazón y los
cojones.
Dos pájaros de un tiro a contra veda
guapeando el
cordón de la vereda
dorada de Pocitos en cuclillas.
Cuánto
gozo contigo cuando lloro
en Villa Crespo, al fin, torre del
oro
que a Macarena enciende las mejillas.
“HOY” es el último libro de Juan Gelman, escrito luego de las sentencias condenatorias dictadas contra los asesinos y torturadores de Automotores Orletti –el centro de detención clandestina del barrio de Floresta-. Fue presentado el 5 de junio de 2014 en España, con la presencia de la compañera de Gelman, Mara Lamadrid, Luis García Montero y Joaquin Sabina. En esa oportunidad, Sabina leyó un tango que le escribiera Gelman:
Te lo dice quien te admira,
os cantas cosas bonitas
pero entre tantas benditas
falta un tango: yira yira.
Siempre fui un ñato porteño
aunque la vida maldita
me dejaba sin la guita
pero nunca sin el sueño.
Después, unos hijueputas
me sacaron para Europa
que te cuento, ni una copa
me ofrecían en las rutas.
Con el cuore alzado y tierno,
recorrí cantando un tango,
cruzando miseria y fango
cuando me acuerdo, me enfermo.
¿Cuál es el gotán señero
que bailaba en mi zabeca?
El que lo canta no peca,
“Yira yira”, compañero.
Quisiera escucharlo un día
en tu boca de diamante,
para borrar el instante
en que una vez me moría.
Carajo, Joaquín, ya dale
al gotán arrabalero,
allí te verás entero,
porque lo que vale, vale.
Tenés un estilo rante,
desparpajado, perfecto,
sin fallas y sin defecto,
pa que atrás vaya pal ante.
Cantás la dicha y desdicha
de esta vida putañera
que en el rioba nunca era
más que suerte de una ficha.
Me refiero a historias bravas
que te juntaban las cejas,
muertes locas y pendejas
que vivían como esclavas.
Namis y taitas ambiguos
que tenían puñal fácil
y lo clavaban con grácil
gesto de guerrero antiguo.
Milongas de mi pasión,
percantas de buen estilo
que te herían con el filo
de su duro corazón.
Aunque todo esto es historia,
quién me quita lo tangueado,
con un trapo bien mojado
yo me limpio la memoria.
Esto iría para largo
de modo que aquí termino,
te dejo como buen vino
el yira yira de encargo.
Estos poemas que Gelman y Sabina se dedicaban recíprocamente integraron una abundante correspondencia en verso que mantuvieron a lo largo de los años, parte de la cual fue publicada en el libro “A vuelta de correo”, en el que Sabina reúne su epistolario en verso con Rafael Alberti, Luis Eduardo Aute, el Subcomandante Marcos, Joan Manuel Serrat y Silvio Rodriguez, entre otros.
El último poema de Juan Gelman está datado en La Condesa D. F. el 28 octubre de 2013, se titula “Verdad es” fue dedicado a Joaquin Sabina y éste lo hizo público a la muerte de su amigo. El poeta que puso de pie a la poesía contra la muerte, escribió sobre su final que sospechaba próximo:
Cada día
me acerco más a mi esqueleto.
Se está asomando con razón.
Lo metí en buenas y en feas sin preguntarle nada,
él siempre preguntándome, sin ver
cómo era la dicha o la desdicha,
sin quejarse, sin distancias efímeras de mí.
Ahora que otea casi
el aire alrededor,
qué pensará la clavícula rota,
joya espléndida, rodillas
que arrastré sobre piedras
entre perdones falsos, etcétera.
Esqueleto saqueado, pronto
no estorbará tu vista ninguna veleidad.
Aguantarás el universo desnudo.
El Premio Nobel con el que cantaba a dúo
Joaquín Sabina ama México, son muchas las razones: el tequila, los mariachis, José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas, sus tradiciones, sus colores, su gente. Y los amigos que allí lo esperan. Además de Juan Gelman, cada vez que iba a ese país se encontraba con otro amigo: Gabriel García Márquez. Una de las citas obligadas era en un piano bar - en cuyas paredes cuelgan las caricaturas de los numerosos artistas que lo visitaron-, y cuando ya comenzaban a sumarse las copas, se ponían a cantar a dúo canciones que iban del bolero al tango. Recuerda Sabina: “A Gabo le gustaba mucho bailar y cantar, y lo hacía afinadito. Cantábamos con los mariachis, luego bailábamos cumbia, pero si había mariachis siempre cantábamos con ellos.”
Los últimos años del escritor colombiano fueron muy duros, como lo recuerda su hijo Rodrigo García en el libro “Gabo y Mercedes: una despedida”. Leía sus propios libros, que no recordaba haber escrito, lo sorprendía no acordarse de nada y decía “¿de dónde carajo salió todo esto?”. Rodrigo, quien es director de cine, comentó acerca de la demencia senil de su padre: “No se dijo públicamente pero, como no se recluía, todo el que lo trató se dio cuenta. Él se vestía y comía, pero ya no reconocía a nadie”. Recordaba a su esposa pero muchas veces creyó que su compañera, la legendaria Mercedes Barcha. Aún en esas circunstancias, Sabina lo seguía visitando, y salían juntos acompañados por Mercedes: “ La Gaba lo sacaba y seguíamos yendo al mismo sitio, seguían los mariachis, yo le cantaba al oído y él, aunque no me conocía, me hacía dúos y era una maravilla”.
En muchas anécdotas se los encuentra juntos. Una de ellas fue recordada por Almudena Grandez. Cuando la autora de “El corazón helado” y “El lector de Julio Verne” cumplió 45 años, hizo una reunión en su casa. Esa noche llamó Joaquín y lo atendió Luis Garcia Montero, quien le dijo a su esposa que Joaquín había recibido la llamada de un amigo que acababa de llegar a Madrid, y como no quería perderse la fiesta, lo iba a llevar con él. Se trataba de Gabriel García Márquez. El colombiano de inmediato se convirtió en el centro de la reunión. La gente pasaba detrás de la silla del Gabo, y Jimena Coronado –la esposa de Sabina- hacía las fotos.
En una entrevista, dijo Joaquín Sabina refiriéndose a García Márquez: “su amistad es una de las cosas de las que estoy más orgulloso en mi vida”. Sus encuentros en México, La Habana, Barcelona o Madrid, fueron evidencias de que la felicidad puede ser alcanzada en algunos momentos. Peso a ello, siguió viajando, desatendiendo la sabiduría acuñada en una de sus canciones: “En Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”.
Un músico que se mudó al barrio de los poetas
Cuando en agosto de 2001, Joaquin Sabina padeció una isquemia cerebral –o “marichalazo”, como él lo llama-, cambió sus hábitos. No sólo siguió una dieta más sana y atenuó su propensión al alcohol, sino que también cambió de compañías, empezó a rodearse de escritores: “Yo me mudé de mis amigos músicos a mis amigos poetas para cambiar mi mala vida, lo que no sabía es que los poetas eran más borrachos que los roqueros”. Con el poeta Benjamín Prado compuso la totalidad de los temas de “Vinagre y rosas”, y se dedicó a escribir sonetos que fue recopilando en sucesivos libros - el primero de los cuales se llama “Ciento volando de catorce”-, siguiendo la deriva azarosa de quien no soñaba con ser Bob Dylan sino Antonio Muñoz Molina: “Iba para profesor de Literatura en un instituto de provincias, a lo Machado. Y es bastante probable que hubiese escrito libros de poesía que no habría leído nadie.”. Si hubiera sido escritor sin duda habría tenido menos lectores que los que tiene como cantor, ya que sus libros actuales son verdaderos fenómenos de venta.