Bíblico
Tu lengua
recogiendo
del suelo
será el sudor
que entre las alas del ángel
brille.
Con qué miseria quieres
saciar tu sed
perro hambriento
deja el brillo
para otros
tú al balde
que mi lengua llega
tan abajo
como la tuya
De la guerra
A mí no me cubrió la turba
ni me sacudió la bomba.
No me aturdieron los gritos.
No sobrevolé la bruma
ni tirité en las balsas.
No me acostó la muerte.
Pero tampoco me acarició
el canto de la bandera.
No me acogieron Las Islas
no me eligió la Patria.
Y no tengo la estampa
en la historia compartida.
Ojalá pudiera ser
la mitad de numen
de esos cuerpos muertos
en la tierra de la sal
(el hogar de los cognados)
y la mitad del sueño
de los cuerpos resistidos
en adaptación
y donde no estuve nunca
quedar para siempre1.
Dice Paul Celan en Amapola y Memoria: “De mi mano tomas la gran flor/no es blanca, ni roja, ni azul-pero la tomas./Donde no estuvo nunca quedará para siempre./Nosotros no estuvimos nunca, por eso quedamos con ella.”
Desapariciones
Los entierro cada día
deslumbrándolos.
Y se alza sagrada
mi palabra
para cercenar sus límites difusos.
Los nomino árbol, oquedal, pineda
porque soy incapaz
de verlos suspendidos.
Pero son ingobernables:
ligeros
como vegetales alados.
Los condenso
y los desplazo
en el mismo escalofrío.
¿Acaso los volveré a ver
en la próxima parada?
Laura
Marina Panizo
Doctora en Ciencias Antropológicas por la
Universidad de Buenos Aires.
Investigadora
del CONICET (IDAES-Argentina).
Docente Investigadora
de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile) y docente
colaboradora de la Universidad Alberto Hurtado (Chile)