lunes, 8 de enero de 2024

"¿Tan solo un póster? El niño y la garza", de Hayao Miyasaki

 



                                                                       Por Adriana Márquez

 

 

Si te preguntaran: “¿Cómo vivís?”… ¿qué responderías?

Parece una pregunta tan sencilla y sin embargo, ¿qué nos dice? ¿Sobre qué nos hace mirar?  

 

La última película del director de cine japonés Hayao Miyasaki está ligada a un libro cuya traducción es “¿Cómo vives?”. El libro fue publicado en 1937 por Genzaburō Yoshino y tuvo su adaptación en forma de manga en 2017; en cambio, la película no es una adaptación del libro, podría decirse que éste la “inspiró”.

La obra de Miyasaki, Kimitachi wa Dō Ikiru ka, fue estrenada en Japón en julio del año pasado y fue un éxito, superando ampliamente la recaudación y espectadores que tuvo El viaje de Chihiro, una de sus películas emblemáticas. En España se presentó como El chico y la garza, acá llega como El niño y la garza.

 

Y sin embargo y sobre todo, aunque espero ansiosa verla (se estrena este 11 de enero en Argentina) lo que me trae aquí a escribir pasa por otro lado: están leyendo un artículo mío en una revista digital… todo fluye rápido y por medios muy diversos pero lo que no cambia es que en nuestro hoy lo que no puede faltar es información. En todo y para todo. Infoxicados fue el término que en algún momento escuché o leí sobre esto que nos acompaña, indefectiblemente.

Vuelvo al Sin embargo: Miyazaki estrenó Kimitachi wa Dō Ikiru ka sin tráiler, brindando poquísimos datos sobre la película y sin ruedas de prensa. Tan sólo el título y un único póster. “Cuando éramos niños solo teníamos un cartel y un título. Disfrutaba imaginando de qué iba una película, y quería recuperar esa sensación”, explicó. Meses después, un avance en video apenas presentaba un texto muy breve. Sólo cuando fue conocida en España, luego Estados Unidos, México… empezaron a circular datos e imágenes.  

¿Quiero decir con esto que la película es “distinta”, “mejor”, “original”? No. Ninguna afirmación más contundente que: todavía no la vi. Sí, soy admiradora de Miyazaki.  Sí, lo sigo. Sí, me deja pensando. Vuelvo a ver sus películas. Sé que no a todo el mundo debe sucederle lo mismo. Pero si algo puedo argumentar es que creo en Miyazaki (aún si parece contradictoria la creencia como forma de razonamiento). Quiero decir: sus películas muestran los infinitos grises de la existencia, de la condición humana siempre ambigua, cambiante, irreverente, sutil, mágica, trágica, sorpresiva. Algo que Walt Disney y sus seguidores han reducido a un binarismo que poco tiene que ver con la vida real.

No me importa “entender” todo. Muchas veces lo que se nos escapa se esconde por necesidad. No tenemos ni tendremos todas las respuestas: es más necesario —incluso urgente— hacerse preguntas. Creo que a eso invitan las películas de Miyazaki. Las respuestas son tan disímiles como los individuos. Las preguntas son un símismo, como la poesía, como un haiku. 

 

También es un gris que la película no haya tenido promoción: sin flashes, asomándose. Recién luego de un año de su estreno en Japón nos llegan algunos datos, algún tráiler. A la salida será como antes y ahora: me gustó, más o menos, no, tal parte,  etc.

 

Que por voluntad propia un cineasta reconocido no haya recurrido a la publicidad no es un artilugio vanguardista, ni siquiera es promocional su “antipromoción”. Es una postura. Ya lo ha dejado explícito en películas anteriores, donde mostró, desde lo estético y con un marcado sello personal, las implicancias medioambientales, tecnológicas, la devastación de las guerras. En una época en la que todo es promoción (selfies incluidas), Miyazaki nos dice: vayan y vean. Lo mismo que hacíamos de chicos quienes no nacimos en la era de la infoxicación. Vayan y  vean, tal vez la realidad se acerque a través de la pantalla, tal vez tengas alguna respuesta a ¿Cómo vivís? o a la salida te acompañe alguna nueva pregunta.     

 

La misma postura ejerce en su trabajo: a los 83 años sigue dibujando y pintando a mano cada imagen que después pasará a ser digitalizada. Asegura que cada una de sus películas debe "retener la proporción correcta entre trabajar con la mano y la computadora” para “enriquecer el aspecto visual” y poder seguir denominando a sus películas “2D”. Así trabaja: cuadro a cuadro. Primero la mano, el trazo. Luego la máquina. Luego el hombre, supervisando el todo.

 

Con El niño y la garza Miyazaki ha demostrado que puede pararse en un mundo regido por el capitalismo, la globalización, el marketing; pararse ante él, erigir un póster, elegir el silencio y esperar. Y lo que se espera no es un triunfo o, más bien: el triunfo es recuperar el misterio para los espectadores. Un mínimo gesto lejos de la infoxicación. Un gesto revolucionario. Un gesto sencillamente poético.   

 


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